miércoles, 7 de diciembre de 2016

Navidades: la paganidad del cristianismo o viceversa.


Un niño Jesús rubio, sonrosado, de ojos azules y cara redonda generalmente envuelta en un halo de luz: perfecto símbolo solar que solo puede significar la victoria del día sobre la desde ahora menguante noche y que media humanidad identifica con Dios hecho carne judía, a pesar de que los rasgos característicamente semitas son bastante diferentes de los mencionados. Prueba inequívoca de la existencia de dos "niños Jesús", el real o histórico, enteramente desconocido para nosotros, y el legendario o mitológico de los belenes y villancicos; dos niños Jesús que nunca coexistieron pero que cierto personaje apodado "Manolito el pollero" quiso enfrentar, como sinterizando las preocupaciones teológicas de veinte siglos de cristianismo, en estos inspirados versos:

Un niño Jesús rubio, sonrosado y de ojos azules, ¿judío?
Cuando eras niño,
y  junto con otros niños
 jugabas tú,
¿sabías, o no sabías
que eras el niño Jesús?

Se presupone que la Navidad es la fiesta cristiana por excelencia, como el Yom Kippur lo es para los judíos o el Ramadán para los musulmanes, y cada año por estas fechas oímos voces, casi siempre eclesiásticas y a veces episcopales, lamentándose de la descristianización de las fiestas navideñas. Se acusa al bueno de papá Noel de haber suplantado a los tres reyes magos (que, por cierto, según el evangelista Mateo no eran ni reyes, ni tres, ni cristianos, sino un número indeterminado de sacerdotes-astrólogos de las paganas Babilonia o Persia) y, de paso, al mismo niño Jesús. Los que hacen esta acusación simplemente ignoran que papá Noel no es otro que el santo cristiano Nicolás de Bari mitológicamente transfigurado: santo que, según la leyenda cristiana, resucitaba niños, y, según la tradición navideña, se cuela por las chimeneas para dejar regalos a los niños que se han portado bien. No es el paganismo, sino el interés comercial lo que transforma un milagro como la resurrección en algo accesible o comprable para el común de los mortales. Lo mismo podríamos decir de los magos, que no reyes, de oriente, cuya única función evangélica es simbolizar el reconocimiento del recién nacido como niño divino, pero que se han convertido en la excusa comercial-piadosa de la mentira hecha institución (o cómo los engañados infantes terminan aprendiendo de sus mentirosos progenitores lo bueno que es engañar a los crédulos que se dejan, o dejarse uno mismo engañar si con ello se consigue algún beneficio en forma de costoso regalo).
Todo el mundo sabe, y especialmente lo saben los clérigos y teólogos, que la Navidad es, en su origen, una fiesta pagana y que la Iglesia se apropió de ella igual que hizo con otras muchas instituciones del decadente Imperio. Todos saben también, o sabrían si en las clases de religión o en las catequesis parroquiales les hubieran enseñado algo, que tradiciones como la peregrinación a Belén de José y María, la adoración de los pastores (¿qué hacían durmiendo al raso un 25 de diciembre, cuando en Judea es, como aquí antes del cambio climático, pleno invierno?), los magos de oriente, la matanza de los inocentes o la huida a Egipto son leyendas piadosas sin ninguna base en la historia real, y que una lectura comparada de los relatos de la infancia de Jesús contenidos en los evangelios de Mateo y Lucas revela tal cantidad de contradicciones (entre sí y con los datos proporcionados por otras fuentes, como la muerte de Herodes o el censo de Cirino) que, aun conservando su valor simbólico, solo puede concluirse su falsedad histórica. ¿Hay quien busca aprovechar el arraigo popular de estas fiestas para propiciar un retorno al fundamentalismo en su versión "la Biblia al pie de la letra"? Espero que no.
En conclusión, y enlazando con el supuesto paganismo de Halloween al que me referí en otra entrada, podemos decir que existen al menos dos navidades, la cristiana de los que celebran la encarnación del hijo de Dios y la pagana o simplemente laica de los que celebran "la vida" expresada en forma de consumismo, hedonismo, afectos familiares o resistencia al paso del tiempo; ambas son igualmente legítimas y ninguna de las dos tiene derecho a acusar a la otra de "traicionar el espíritu de la navidad", pagano en su origen y posteriormente cristianizado. Lo interesante es buscar un terreno común en el que todos nos podamos encontrar, valores de un humanismo laico pero asumibles por los cristianos, o viceversa según algunos, como la tolerancia, la solidaridad, la fraternidad, el amor familiar o el piadoso recuerdo de los ausentes. Y que cada uno celebre lo que quiera celebrar, que para eso vivimos en un país (de momento) libre.

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