domingo, 24 de septiembre de 2017

Momentos estelares de la historia del cine (VI): Mentiras piadosas para mentes infantiles



Roberto Benigni no es John Ford. Esta obviedad solo viene a cuento porque nadie como el americano-irlandés ha sido capaz de unir lo trágico y lo cómico en una misma película, pasando de una a otra dimensión como se pasa de un plano a otro, sin ninguna señal de aviso ni solución de continuidad.
Pero esta entrada no va de John Ford, a quien hemos dedicado y seguiremos dedicando otras: La diligencia, Centauros del desierto, Fort Apache..., sino de Roberto Benigni, cineasta de una sola película (tiene más, pero ¿a quién le importan?): La vida es bella. Audaz pretensión de hacer humor nada menos que con el tema del Holocausto o Shoah. Intento imposible un poco antes (los hechos históricos, convertidos en objeto o al menos en pretexto para la burla, despertaban muy dolorosos recuerdos en los supervivientes o en familiares y amigos, todavía vivos, de las víctimas) y superfluo desde entonces (¿qué valor tiene repetir lo que ya se ha hecho, y se ha hecho bien?). Alguien definió una vez la comedia como “tragedia más tiempo”: lo que todavía no puede ser cómico lo será alguna vez, solo es cuestión de esperar. Los hechos trágicos dejan de serlo cuando se contemplan desde la distancia: al fin y al cabo, todos vamos a morir y, una vez ocurrido lo inevitable, tampoco importa demasiado cómo se ha producido. ¿O sí?

lunes, 18 de septiembre de 2017

Momentos estelares de la historia del cine (V): Lo que las palabras no dicen.



Y al pensar en el rostro de Amos esa noche, le vino a la mente ese mismo rostro durante la noche más terrible del mundo, cuando Amos salió de la oscuridad y penetró en la confusión de la cocina de los Edwards, llevando el brazo de Martha pegado a su pecho. La mutilación no era visible cuando Martha yacía en el ataúd que le habían fabricado. Su rostro parecía joven y sereno, y sus manos cruzadas descansaban sobre su regazo, una ligeramente más pálida que la otra. Eran manos curtidas, que desvelaban la edad que no desvelaba su rostro, surcadas con pequeñas cicatrices. Martha siempre se hacía daño en las manos. Mart pensó: «las desgastó, se las hirió, trabajando para nosotros».

viernes, 1 de septiembre de 2017

A vueltas con el argumento ontológico



            Intentemos recapitular las discusiones sobre el argumento ontológico sirviéndonos del diálogo como género literario, tradición filosófica que arranca de Platón y tiene exponentes tan brillantes como Agustín de Hipona, Giordano Bruno, Galileo, Berkeley, Hume... Fingiremos un diálogo filosófico entre un teísta convencido de la validez de la prueba ontológica y un ateo que rechaza tanto el argumento ontológico como cualquier otra prueba de la existencia de Dios. Para continuar con la ficción, supondremos que el diálogo tiene lugar en dos días sucesivos: en el primero la iniciativa la lleva el teísta, que expone el argumento y disuelve las primeras objeciones basadas en la mera incomprensión; el segundo día es el ateo quien expone las principales críticas al argumento (y que, aunque no se cita ningún autor, corresponden aproximadamente a los puntos de vista de Kant, Gaunilón y Tomás de Aquino), llegando al final a una conclusión en la que ambos reconocen la dificultad del problema y que una solución de este solo es posible a partir de una clarificación de problemas filosóficos mucho más generales. La división del diálogo en partes y los títulos que resumen el contenido de estas, aunque no son estrictamente necesarios e incluso pueden resultar molestos, también pueden ayudar al lector a no perderse en la discusión.

            A) Exposición del argumento ontológico.


            A.1. Necesidad de poseer una idea de Dios, incluso para negar su existencia.

            T.- Mi propósito es demostrarte que Dios existe y para ello pretendo que tú mismo te convenzas de que tus propias ideas sobre Dios llevan necesariamente a esa conclusión.