miércoles, 25 de julio de 2018

Momentos estelares de la Historia del Cine (IX): Calderero, sastre, soldado...


 Tinker, Tailor, Soldier, Spy es el título de la novela de John Le Carré comercializada en España como El topo. La novela ya fue adaptada por la BBC en los años 80, en una serie protagonizada por Alec Guiness que aquí, curiosamente, conservó el título original de la obra de Le Carré: "Calderero, sastre, soldado, espía". Este vaivén de títulos podría explicarse por la referencia del original a una canción infantil enteramente desconocida en España; ya se sabe que aquí ha existido gran afición a cambiar o ampliar los títulos cuando alguna mente lúcida consideraba que los originales no resultaban lo suficientemente explicativos: ¿cómo va a entender un espectador español lo que significa Alien si no le añadimos El octavo pasajero?, y si lo de Rosemary's baby no queda claro del todo, solucionémoslo contando toda la película en el nuevo título La semilla del diablo...
Arbitrariedades aparte, todo el mundo considera El topo como una novela de espías, lo que debería traducirse en incluir todas sus adaptaciones en el subgénero cinematográfico "espionaje", que quizá podríamos definir como "suspense con trasfondo político". Nada que objetar, de hecho la adaptación de Tomas Alfredson que nos ocupa probablemente sea una de las mejores películas de espías jamás realizada (la segunda, después de Con la muerte en los talones, si es que incluimos a esta última dentro del subgénero). Pero no es solo eso y este "algo más" que, a mi entender, constituye la esencia de esta versión de la novela (y que la diferencia de la propia novela y de las otras versiones) no se capta hasta el final, aunque ciertamente ha sido anunciado antes mediante diferentes señales.

sábado, 14 de julio de 2018

"Y no vamos a estar cuarenta años hablando de los cuarenta años"


Sobre los huesos de Franco, la Historia hecha tebeo y los políticos que reviven guerras civiles para ganar votos.


          "Y tampoco vamos a estar cuarenta años hablando de los cuarenta años": esto lo decía José Sacristán, desde una emisora de radio, a los españoles que se sentían perdedores de la guerra y víctimas de la dictadura, en la película Solos en la madrugada, dirigida por José Luis Garci y estrenada en 1978.
José Sacristán, razonando que no hay que estar 40 años hablando de los 40 años
Lo que en el tiempo de la naciente democracia parecía la suma gilipollez (gastar cuarenta años de vida lamentando otros cuarenta años perdidos) se ha cumplido exactamente: estamos en 2018, cuarenta años después del estreno de la película y casi cuarenta y tres de la muerte de Franco, y el señor Sánchez (como antes Zapatero) sigue necesitando a Franco para justificar su discurso ideológico o para atraer el voto precisamente de los que no sufrieron en sus carnes el franquismo por haber nacido después de la muerte del dictador.

lunes, 9 de julio de 2018

Sobre orgullos e intolerancias


Día del Orgullo Gay: los organizadores no invitan al Presidente de la Comunidad ¡porque es del PP! Estos mismos organizadores, que presumen de tolerantes y reclaman tolerancia (entiendo que con razón, al menos lo último), atacan la homofobia como si fuera la única forma de odio existente en nuestra sociedad (¿no hay también PP-fobia, clero-fobia o, en Cataluña y el País Vasco, españolo-fobia, muchas veces fomentadas por algunos de los grupos que apoyan al colectivo -¡qué pena que personas complejas y diferentes entre sí se dejen reducir a “colectivo”!- LGTBI?).

Lo anterior deja clara una forma peculiar de entender la tolerancia: solo hay que ser tolerante con los que tienen las mismas ideas y costumbres que uno mismo. Ahora bien, si la tolerancia es tolerar a quien te tolera, debe de ser esta virtud la más extendida de todas: ¿quién es intolerante con quien piensa o hace lo mismo que uno? De acuerdo con la cita evangélica “si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?”, simplemente pido sustituir el verbo “amar” por “tolerar” para entender lo que es la verdadera tolerancia: no es tolerante quien únicamente se tolera a sí mismo y a los que son como él, sí quien comprende el punto de vista ajeno y es capaz de discutir las razones del mismo con argumentos y no con consignas aprendidas.