domingo, 26 de agosto de 2018

Momentos estelares de la Historia del Cine (X): Si Dios no existiera...


Y van pasando los años, y ya has ido juntando ¿cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta y tantos...?, y te acuerdas como si fuera ayer de cuando cumpliste los veinte y algún aguafiestas te explicó que a partir de ese momento los años pasarían sin que te enteraras, y por fin te has dado cuenta de que tenía razón, y has visto que cada vez más gente que ha significado mucho en tu vida desaparece de ella para siempre, y empiezas a pensar que esto de la muerte no es ninguna tontería y que está más cerca de lo que siempre habías querido creer, y te resistes a proclamar solemnemente que “envejecer es una puta mierda” (Sabina dixit) porque todavía finges estar convencido de que algo bueno debe de tener llegar a donde has llegado, y miras hacia atrás y piensas en lo que ha sido tu vida y en lo que esperabas que fuera, y constatas la enorme diferencia entre una cosa y la otra, y te preguntas ¿para qué he vivido?, pregunta que transformas en seguida en esta otra: ¿para qué estoy viviendo?, como queriendo autoconvencerte de que esto todavía no ha acabado y que lo mejor está todavía por llegar aunque la realidad desmienta esta creencia en los mil ejemplos que conoces, y haces de ese ¿para qué? la clave decisiva que esconde el valor de la existencia, lo que hace que, en el fondo, sí importe vivir o haber vivido, y finalmente quieres creer que ese valor no terminará en nada como tus pobres huesos y que siempre serás algo más que un pensamiento perdido entre tantos pensamientos que alguien pensó una vez pero de los que ya nadie se acuerda…
Existencia crucificada.
Y entonces redescubres lo que ya sabía Platón: que solo puede haber valor y sentido reales si están sostenidos en la permanencia, pues de otra forma todo pasa y nada queda, lo que hoy vale mucho mañana será una puta mierda, y en cuestión de pocos años todo (lo que sentimos, pensamos, vivimos y somos) dará literalmente lo mismo. No valen medias tintas: o todo acaba engullido por la corriente del devenir, o hay un valor que perdura, que no puede ser otro distinto de lo que hemos dado en llamar Dios. Por eso “si Dios no existe todo está permitido” no significa que Dios sea el vigilante plasta al que hay que suprimir para ser libres y respirar lejos de asfixiantes prohibiciones, sino algo mucho más serio y profundo en lo que no queremos pensar: que si la eternidad solo es una fantasía urdida por el mortal que no soporta tener que morir, todo valor acabará desapareciendo y cualquier juicio sobre la importancia de algo solo es una forma de autoengaño, un no querer asumir que nada importa cuando la muerte tiene la última palabra y la única definitiva. Palabra que todos sabemos que solo puede ser una: no-ser; o lo que es lo mismo: nada.

"Los comulgantes" (Ingmar Bergman, 1962): La confesión del pastor.


Fragmento de Los comulgantes al que se hace referencia en la entrada nº 10 de la serie Momentos estelares de la Historia del Cine.

miércoles, 25 de julio de 2018

Momentos estelares de la Historia del Cine (IX): Calderero, sastre, soldado...


 Tinker, Tailor, Soldier, Spy es el título de la novela de John Le Carré comercializada en España como El topo. La novela ya fue adaptada por la BBC en los años 80, en una serie protagonizada por Alec Guiness que aquí, curiosamente, conservó el título original de la obra de Le Carré: "Calderero, sastre, soldado, espía". Este vaivén de títulos podría explicarse por la referencia del original a una canción infantil enteramente desconocida en España; ya se sabe que aquí ha existido gran afición a cambiar o ampliar los títulos cuando alguna mente lúcida consideraba que los originales no resultaban lo suficientemente explicativos: ¿cómo va a entender un espectador español lo que significa Alien si no le añadimos El octavo pasajero?, y si lo de Rosemary's baby no queda claro del todo, solucionémoslo contando toda la película en el nuevo título La semilla del diablo...
Arbitrariedades aparte, todo el mundo considera El topo como una novela de espías, lo que debería traducirse en incluir todas sus adaptaciones en el subgénero cinematográfico "espionaje", que quizá podríamos definir como "suspense con trasfondo político". Nada que objetar, de hecho la adaptación de Tomas Alfredson que nos ocupa probablemente sea una de las mejores películas de espías jamás realizada (la segunda, después de Con la muerte en los talones, si es que incluimos a esta última dentro del subgénero). Pero no es solo eso y este "algo más" que, a mi entender, constituye la esencia de esta versión de la novela (y que la diferencia de la propia novela y de las otras versiones) no se capta hasta el final, aunque ciertamente ha sido anunciado antes mediante diferentes señales.

sábado, 14 de julio de 2018

"Y no vamos a estar cuarenta años hablando de los cuarenta años"


Sobre los huesos de Franco, la Historia hecha tebeo y los políticos que reviven guerras civiles para ganar votos.


          "Y tampoco vamos a estar cuarenta años hablando de los cuarenta años": esto lo decía José Sacristán, desde una emisora de radio, a los españoles que se sentían perdedores de la guerra y víctimas de la dictadura, en la película Solos en la madrugada, dirigida por José Luis Garci y estrenada en 1978.
José Sacristán, razonando que no hay que estar 40 años hablando de los 40 años
Lo que en el tiempo de la naciente democracia parecía la suma gilipollez (gastar cuarenta años de vida lamentando otros cuarenta años perdidos) se ha cumplido exactamente: estamos en 2018, cuarenta años después del estreno de la película y casi cuarenta y tres de la muerte de Franco, y el señor Sánchez (como antes Zapatero) sigue necesitando a Franco para justificar su discurso ideológico o para atraer el voto precisamente de los que no sufrieron en sus carnes el franquismo por haber nacido después de la muerte del dictador.

lunes, 9 de julio de 2018

Sobre orgullos e intolerancias


Día del Orgullo Gay: los organizadores no invitan al Presidente de la Comunidad ¡porque es del PP! Estos mismos organizadores, que presumen de tolerantes y reclaman tolerancia (entiendo que con razón, al menos lo último), atacan la homofobia como si fuera la única forma de odio existente en nuestra sociedad (¿no hay también PP-fobia, clero-fobia o, en Cataluña y el País Vasco, españolo-fobia, muchas veces fomentadas por algunos de los grupos que apoyan al colectivo -¡qué pena que personas complejas y diferentes entre sí se dejen reducir a “colectivo”!- LGTBI?).

Lo anterior deja clara una forma peculiar de entender la tolerancia: solo hay que ser tolerante con los que tienen las mismas ideas y costumbres que uno mismo. Ahora bien, si la tolerancia es tolerar a quien te tolera, debe de ser esta virtud la más extendida de todas: ¿quién es intolerante con quien piensa o hace lo mismo que uno? De acuerdo con la cita evangélica “si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?”, simplemente pido sustituir el verbo “amar” por “tolerar” para entender lo que es la verdadera tolerancia: no es tolerante quien únicamente se tolera a sí mismo y a los que son como él, sí quien comprende el punto de vista ajeno y es capaz de discutir las razones del mismo con argumentos y no con consignas aprendidas.

martes, 26 de junio de 2018

Momentos estelares de la Historia del Cine (VIII): El travelling como filosofía de la vida


Hitchcock entre los asistentes al mitin: "no queremos cuerpos extraños en el río".
Aproximadamente a la hora de proyección, y tras más de treinta minutos desde que conocemos la identidad del asesino en serie más buscado por Scotland Yard desde Jack el Destripador, Frenesí (A. Hitchcock, 1972) nos muestra a este interactuando por primera vez con la que hasta ese momento de la película ha sido su protagonista femenina. La cámara acompaña a ambos por el mercado de la fruta de Covent Garden hasta el apartamento del primero y nos permite escuchar su conversación, pero sabemos que esta carece de importancia pues lo decisivo es el dato que nosotros tenemos y la muchacha no y presentimos que el encuentro solo puede terminar de una manera, aunque esperamos que no sea así (ingenuos de nosotros, todavía confiamos en el griffithiano salvamento en el último segundo: no hemos aprendido la lección de Psicosis). Nuestra angustia alcanza el máximo cuando se abre la puerta del piso y escuchamos del asesino una frase ya conocida por nosotros como inicio de sus crímenes: “no sé si lo sabrás, pero tú eres mi tipo de mujer”. En ese mismo momento nos alejamos del escenario, la cámara desciende las escaleras que, dentro del mismo travelling todavía no interrumpido, había subido unos segundos antes y sale hasta el mismo mercado donde vemos desfilar ante ella a los tenderos, clientes y transportistas: la vida sigue, el mundo no ha cambiado porque uno de sus actores haya dejado de formar parte de él. Lo que poco antes tenía una importancia suprema ya ha dejado de tenerla.
Pero sí hay cuerpos extraños: un cadáver con una corbata al cuello.
No puedo dejar de recordar, al revisar esta escena, la triste experiencia personal que viví cuando, hace ya casi veinte años, una alumna de 4º de E.S.O. me pidió por favor que le dijera la nota obtenida en un trabajo, pues la iban a ingresar para una simple y rutinaria operación (un pequeño quiste, no peligroso pero sí molesto) y no iba a poder estar presente cuando diera las notas en clase. Miré entonces mi cuaderno de profesor y comprobé que la alumna tenía un 8, se lo dije y se puso tan contenta. Fue la última vez que hablé con ella: por ciertas complicaciones no calculadas en una operación que se esperaba trivial, Sandra (pues así se llamaba la alumna) no salió nunca del hospital. Lo que unos días antes era tan importante (conocer una nota) ya no tenía importancia alguna. Y así, nos viene a decir Hitchcock, sucede con todo aquello que valoramos a lo largo de la vida: como en Los pájaros[1], la cámara se aleja en el momento de mayor tensión y, en vez de ponerse al lado del humano sufriente, adopta un punto de vista superior, “sub specie aeternitatis”, en que el sufrimiento y la felicidad son meros estados subjetivos y pasajeros que acaban perdiendo todo su valor.

miércoles, 13 de junio de 2018

Breve apunte sobre dinosaurios, o crítica de la neurosis anti-spoiler


Estuve viendo Jurassic World, la última de Spielberg & Bayona, más Spielberg, o sea, Amblin que Bayona. Básicamente, y por resumir una valoración crítica en una sola frase, el guión es bastante flojo, pero los efectos digitales de erupciones volcánicas y dinosaurios están pero que muy bien.
Dinosaurio-dragón y niña-princesa: tranquilos, que no se la come...
Lo peor del guión: unos diálogos de vergüenza ajena y unos personajes más que planos, tanto los malos-malísimos como los buenos-majísimos, hasta el punto de que lamentamos que unos y otros no terminen devorados por los dinosaurios (estos solo se comen a los malos, será que su carne es más sabrosa a los dinosaúricos paladares).

martes, 5 de junio de 2018

Cinco vías en una sola tabla

Complemento a la entrada sobre Tomás de Aquino.





PRIMERA VÍA

SEGUNDA VÍA

TERCERA VÍA

CUARTA VÍA

QUINTA VÍA


PUNTO DE PARTI­DA EMPÍRICO


Existencia del movi­miento ("evidente a los sentidos").

Producción de unos se­res por otros.

Existencia de seres con­tingentes.
Comprobación: seres que nacen y mueren.

Existencia de grados de perfección.

Existencia de finalidad entre seres no inteli­gentes.
Comprobación: obran de la misma forma para conseguir lo mejor.


APLICACIÓN DE LA CAUSALIDAD

Lo que se mueve es movido por otro (algo está en potencia si existe el acto hacia el que tiende, y ningún ser puede estar a la vez en potencia y en acto).


Nada es causa eficiente de sí mismo (debería existir antes de empezar a existir).

Para que haya algo con­tingente, debe ha­ber algo necesario (lo contingente no dura siempre, y si alguna vez no hay nada después tampoco).


El más y el menos se dicen por su proximi­dad a lo máximo, de lo cual participan los se­res que poseen esa per­fección (ejemplo del calor y el fuego).


La finalidad es pro­duc­to de la inteli­gen­cia, que puede ser interna o externa al ser (ejemplo de la flecha y el arquero).

IMPOSIBILIDAD DE UN PROCESO INFINITO

La serie de motores no puede ser infinita.

La serie de causas no puede ser infinita.

No puede haber una serie infinita de seres necesarios que hayan recibido su necesidad de otro.




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CONCLUSIÓN


Existe un primer mo­tor inmóvil.
[Interpretación: este motor no actúa empujando, sino atrayendo como causa final a todo lo que está en potencia hacia la perfección del acto puro (así pueden distinguirse la 1ª y la 2ª vías)].

Existe una primera causa eficiente (no causada por una causa eficiente anterior).


Existe un ser necesario por sí, que no ha reci­bido su necesidad de otro.


Existe un ser suma­men­te perfecto, causa de las perfecciones de los otros seres.

Existe una inteligencia suprema que ordena el mundo de tal forma que los seres no inteligentes se dirigen a sus respectivos fines.

AÑADIDO A LA CONCLUSIÓN


“y a esto llamamos Dios”.
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domingo, 1 de abril de 2018

Dashiell Hammett: la literatura pudorosa

“Todo lo que te vende es bueno, excepto el bourbon quizá: ese siempre sabe como si lo hubieran filtrado por un cadáver.”
D. Hammett: Cosecha roja.

Dashiell Hammett y Lillian Hellman
Quizá no haya mejor ejemplo de talento echado a perder por desidia pura y dura que el de Dashiell Hammett. Dotado de una prodigiosa capacidad de narrar, concisa y eficaz, en que las metáforas contundentes, la abundancia de verbos y los diálogos directos y realistas sustituyen con ventaja a las largas descripciones evitando de paso el aburrimiento del lector, la empleó en relatos policíacos seguramente porque era lo único de lo que podía escribir con conocimiento de causa[1]. A medida que fue ganando fama como escritor, sus obras fueron espaciándose hasta que simplemente desaparecieron engullidas en un agujero negro de alcohol, drogas, sexo de burdel, soledad autoinfligida por abandono de mujer e hijas, amantes más o menos duraderas (la más conocida: Lillian Hellman), autocompasión y mala conciencia disimulada bajo un barniz de compromiso político… que, curiosamente, terminaría llevándole a la cárcel.[2]

Experto en no perder el tiempo, sus relatos nos introducen desde las primeras líneas en el meollo del asunto:

“Cuando el detective del Hotel Montgomery hubo cobrado su participación del contrabandista que suministraba los licores al establecimiento, participación que cobró en mercancía en vez de en dinero, se la bebió, se quedó dormido en el vestíbulo y le pegaron un tiro.”
 
Hammett haciendo como que escribe (no publicó nada en 30 años)
Así comienza uno de sus relatos y, bien pensado, así podría terminar: en tres líneas ha contado más (y, sobre todo, mejor) que otros muchos en mil páginas. Contar lo máximo posible con un mínimo de palabras, esta es o sería la divisa de Hammett si este fuera consciente de sus propias motivaciones para escribir, y debería ser la de todos los que se dedican a esto, salvo quizá unos pocos que entienden la literatura como puro juego de formas sin significados. 

Otro ejemplo, este tomado de Ciudad de pesadilla:
“Steve Threefall se despertó sin sorprenderse demasiado por la extrañeza de lo que le rodeaba, como suele ocurrirle a quien ya se ha despertado antes en lugares ajenos. Antes de abrir los ojos del todo, ya conocía los datos básicos de su situación. El tacto del catre en que dormía y el olor agudo del desinfectante en sus fosas nasales le dijeron que estaba en la cárcel. La cabeza y la boca le dijeron que había estado borracho; y el rastrojo de barba de tres días en la cara le dijo que había estado muy borracho.”

jueves, 8 de febrero de 2018

Dios ha muerto, queremos que el superhombre viva (Nietzsche)

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 25.

 
1. Vida y obra.

Nace en 1844, en una familia protestante. Su padre era clérigo; sus abuelos y bisabuelos, tanto maternos como paternos, habían sido también pastores o teólogos. Cursa estudios de Teología y Filología, y se interesa sobre todo por la cultura clásica. Es profesor de Filología en la Universidad de Basilea durante diez años (1869-1879), pero su interés se decanta cada vez más por la Filosofía. De su etapa como profesor destacan las obras “El nacimiento de la tragedia” (1871) y “Humano, demasiado humano” (1879). Debe dejar su puesto por problemas de salud –desde 1873 debe soportar una enfermedad crónica, con frecuentes y dolorosas jaquecas-. Sobrevive con una pensión, viaja por Suiza e Italia, se aficiona al clima, carácter y arte meridionales... Su salud mejora, y aparecen sus obras “Aurora” y “El gay saber”. En el verano de 1881, caminando por los Alpes, tiene una experiencia que posteriormente describiría como “revelación” o “iluminación”: su contenido es la idea del eterno retor­no, que se convertiría en el centro de su libro “Así habló Zaratustra”. Se enamora apasionadamente de una joven judía rusa, Lou Salomé (posteriormente discípula y colaboradora de Freud); sin embargo, ella le rechaza y Nietzsche cae en una depresión. Tras recuperarse, escribe sus principales obras: “Así habló Zaratustra” (publicada en cuatro partes, de 1883 a 1885), “Más allá del bien y del mal” (1886). “Genealogía de la moral” (1887), “El ocaso de los ídolos” (1889). Los signos de locura son cada vez más evidentes, hasta que en 1890 es internado en una clínica. Al final de su vida es cuidado por su madre y hermana. Sus últimas obras, “El Anticristo”, “Ecce homo” y “La voluntad de poder”, son publicadas por su hermana y su discípulo Peter Gast.  Muere en 1900.

Famosa fotografía de Lou Salomé, Paul Ree y Nietzsche

En la gestación de su pensamiento destaca la influencia de Schopenhauer[1], aunque posteriormente lo criticó duramente, y la relación con Wagner, en prin­ci­pio de amistad y admiración –la exaltación pagana de El anillo de los nibelungos- y después –coincidiendo con el estreno del Parsifal y su aproximación al cristianismo- de profunda aversión.
El estilo de Nietzsche es vehemente, brillante y violento; con un lenguaje aforístico y oscuro –en la línea de su admirado Heráclito-, lleno de metáforas y símbolos. No siempre coherente, su obra ha sido objeto de muchas y variadas interpretaciones.
Para exponer su pensamiento de una forma lógica y ordenada, no queda más re­medio que introducir desde fuera una sistematización totalmente ajena a su obra. Lo haremos a la manera tradicional: partiremos de sus presupuestos “metafísicos” y gno­seo­lógicos (sus ideas sobre la realidad y el conocimiento, principalmente las nociones básicas de “vida”, “voluntad de poder”, “eterno retorno”, etc.) y a partir de ellas ana­li­za­re­mos sus consecuen­cias en lo que se refiere a la crítica de la tradición occidental (metafísica, ciencia, moral, religión, etc.). Sin embargo, antes conviene empezar por el primer esbozo de lo que será el pensamiento nietzscheano: la confrontación entre Apolo y Dionisos, tal como es expuesta en su obra El nacimiento de la tragedia.

jueves, 18 de enero de 2018

Estados de naturaleza y contratos sociales (Rousseau)



En el pensamiento de Rousseau conviene separar dos cuestiones que pueden confundirse con facilidad, lo que puede provocar malentendidos: una es cómo debe ser la sociedad para que el hombre que vive en ella no tenga peor suerte que el que vive en estado de naturaleza; la otra es cómo la sociedad real de hecho ha empeorado el estado natural del hombre. Trataremos estas dos cuestiones una detrás de otra, pero antes de nada conviene aclarar qué es eso del “estado natural” que, según Rousseau, perdemos cuando empezamos a vivir en sociedad.
           Antes de Rousseau, otros autores teorizaron sobre el estado natural y el pacto social, entre los que podemos destacar dos:
         a) Para Hobbes, la situación natural del hombre es la de "guerra de todos contra todos": cada uno, buscando exclusivamente el propio interés, se sirve de la violencia y el engaño contra los demás. Por eso, Homo homini lupus: sin un poder fuerte la convivencia humana degenera en guerra y anarquía, que son precisamente los males que la política está llamada a evitar. El Estado aparece como consecuencia de un paradójico pacto que consiste en que los que lo realizan renuncian a todos sus derechos y libertades en favor de un poder absoluto.
        b) Locke no tiene un concepto tan negativo de la naturaleza humana: el hombre posee unos derechos naturales a los que no debe renunciar y el Estado surge como consecuencia de un acuerdo o contrato entre los hombres para proteger esos derechos cuando corren peligro. Locke percibe también el peligro de abuso de poder por parte del Estado y propone para prevenirlo la separación de poderes
En el estado natural, nadie debe estar sometido a otro salvo el niño a sus padres.
Rousseau entiende el estado de naturaleza como el (hipotético) estado del hombre que vive sin leyes, tradiciones, propiedades ni instituciones políticas, comportándose únicamente como le dicta la propia naturaleza. En este estado, el hombre solo se asocia con otros hombres bien para formar una familia, bien por nacer dentro de una, pero en el último caso la naturaleza solo le manda permanecer en ella el tiempo suficiente para valerse por sus propios medios. Los hombres son naturalmente libres y no poseen otras obligaciones que las que se derivan del instinto natural. Se trata, pues, de una situación en la que predomina el individualismo autosuficiente, pero quizá por eso mismo los hombres no se hacen daño unos a otros, pues no ganan nada con hacerlo; es más, en caso de que un semejante necesite ayuda normalmente se la darán, ya que los hombres experimentan naturalmente un sentimiento de compasión hacia los débiles y desgraciados. ¿Existieron alguna vez y en algún lugar hombres que vivieran así? Es posible, pero dudoso, y en cualquier caso da igual.

martes, 16 de enero de 2018

Pensar el Todo (Hegel)


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 23

 

Para Hegel, la Historia es la razón en movimiento
Kant partía de lo dado (la ciencia, la moral) y buscaba las condiciones que lo hacen posible desde el sujeto. Su método, llamado trascendental, ponía al descubierto la forma a priori de la razón, descubriendo también su limitación (la cosa en sí: lo irracional); límite más allá del cual queda un espacio vacío en el que la razón práctica adivina (postula, supone: no conoce) contenidos como la libertad, la inmortalidad y Dios: “puse un límite al saber para hacerle sitio a la fe”. Es la razón la que al criticarse o examinarse se autolimita, pero al hacerlo no puede dejar de pensar lo que está más allá de dicho límite: el noúmeno o cosa en sí es al fin y al cabo un pensamiento puesto por la propia razón; esta es la conclusión a la que llega Fichte, según él entendiendo a Kant mejor de lo que él mismo se entendió y pagándole de paso con la misma moneda con la que el propio Kant pagó a Platón. Suprimiendo la cosa en sí racionalizamos la totalidad de lo real: "todo lo real es racional", o al menos debe serlo, y a la inversa: "todo lo racional es real", o aspira a realizarse a lo largo de la Historia. No es otra cosa que esta racionalización del mundo real o realización de la razón lo que Hegel nos cuenta.

jueves, 11 de enero de 2018

Kant: sobre la existencia de Dios



 Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 22


Kant rechaza la metafísica como ciencia, aunque la cree inevitable como disposición de la razón humana. Siempre existirá la tendencia a tratar de conocer más allá del límite del conocimiento, que Kant pone en la intuición sensible o fenómeno. “Los conceptos sin intuición son vacíos”: por mucho que queramos utilizar conceptos a priori como sustancia, causa, etc. para pensar lo que está más allá de la experiencia, no obtendremos conocimiento. Las ideas de “alma”, “mundo” y “Dios” no nos dan conocimiento, sino únicamente ideales para el conocimiento. Confundir estas ideas con realidades cognoscibles lleva a errores y contradicciones, que Kant analiza en la Dialéctica trascendental.
El problema de Dios aparece bajo dos aspectos: como objeto de (presunto) conocimiento metafísico y como postulado o presupuesto de la moralidad. Examinemos ambos.
En lo que se refiere al conocimiento teórico (Crítica de la razón pura), Kant rechaza la validez de los razonamientos metafísicos, entre ellos los que se refieren a la existencia de Dios, básicamente porque aplican conceptos puros sin referirlos a intuiciones sensibles, esto es, sin mostrar ejemplos de ellos en el campo de la experiencia.
            Podemos, sin gran esfuerzo, mostrar la invalidez de las llamadas pruebas metafísicas de la existencia de Dios. Dichas pruebas se reducen en realidad a solo tres, denominadas respectivamente argumento ontológico, argumento cosmológico y argumento físico-teológico (o teleológico). Contra la primera (el Ente realísimo u omniperfecto debe existir, pues si no fuera así le faltaría una propiedad o perfección) Kant simplemente aduce que la existencia no es un predicado más, esto es, que a las determinaciones de un ente posible no se le añade una más por el hecho de existir. De la segunda (el universo contingente requiere una causa necesaria) afirma que contiene implícito el mismo argumento ontológico y, además, que aplica el concepto de “causa” fuera del campo de los fenómenos, el único en que dicha aplicación es legítima. Y del tercero (un universo ordenado implica un creador inteligente), hacia el que expresa un respeto mayor que hacia los otros dos, aclara que partiendo del orden de la naturaleza no se concluye necesariamente en un creador supremo, sino como mucho en un demiurgo organizador, o varios.

miércoles, 10 de enero de 2018

Kant: Hombre y Libertad



Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 21


Kant hace de la pregunta “¿qué es el hombre?” la cuarta de las cuatro grandes cuestiones de la filosofía (las otras tres son “¿qué puedo conocer?”, “¿qué debo hacer?” y “¿qué me cabe esperar?”; en realidad se puede decir que la cuarta sintetiza las tres primeras). De hecho, el problema del hombre, más concretamente la libertad humana, es (como asegura el mismo Kant) la clave de bóveda que sostiene todo el sistema de la crítica de la razón y el punto de vista que nos proporciona la correcta comprensión del mismo.

lunes, 8 de enero de 2018

De Locke a Hume, pasando por Berkeley

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 16



Contra Descartes y los racionalistas, Locke rechaza la existencia de ideas innatas: si las hubiera, habría también conocimientos poseídos por todo el mundo; pero es evidente que no los hay, como comprobaremos fácilmente si pensamos en los niños o en los pueblos salvajes. En consecuencia, Locke declara que la mente humana al nacer es una tabula rasa, como una hoja de papel en blanco, y que las ideas se escriben en ella como resultado de la acción de los sentidos: las primeras ideas son por tanto sensaciones.
Ahora bien, una vez que tenemos ideas nada nos impide hacer de las mismas objeto de conocimiento. Locke llama reflexión al conocimiento que tiene la mente sobre lo que ocurre en su interior. Es, junto a la sensación, el origen de todos nuestros conocimientos.
Locke, Berkeley y Hume, y sus principales obras
Al igual que Descartes, Locke piensa que todo lo que conocemos es, por eso mismo, una idea que está en nuestra mente: pensamos que algunas de estas ideas representan cosas u objetos externos a la mente, pero eso es más bien una deducción que una certeza inmediata[1]. De hecho, Locke no cree que todas las ideas sean copias exactas de realidades externas: sí lo son las llamadas cualidades primarias, puesto que sin ellas es imposible concebir cuerpo alguno (nos referimos a la solidez o extensión, figura, tamaño, movimiento, etc.); pero otras ideas como el color, sabor, olor, etc. (llamadas cualidades secundarias) no corresponden realmente a propiedades de los cuerpos, aunque hay que suponer que sí se halla en dichos cuerpos la causa de que aparezcan en nuestra mente.

Si Dios fuera una calculadora infinita... (Leibniz)

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 15


          Mencionábamos en la entrada sobre Descartes la contradicción en que incurre dicho autor entre planteamiento y solución del llamado problema psicofísico, también conocido como problema de la comunicación de las sustancias. No pasó mucho tiempo antes de que los propios seguidores de Descartes, tanto o más racionalistas que él, trataran de rectificar al maestro.
          En un conocido texto que compara alma y cuerpo con dos relojes sincronizados, Leibniz rechaza tanto la explicación de la influencia mutua (un reloj provoca que el otro marque la misma hora) como la de un vigilante en permanente tarea de sincronizarlos, prefiriendo la que todo el mundo tiene por verdadera, esto es, que los dos relojes funcionan de forma sincronizada porque fueron diseñados para funcionar así.
          En realidad, la metáfora de los relojes simplifica el problema, tanto en cuanto a las posibles explicaciones (Leibniz no incluyó alguna más que de seguro conocía) como en cuanto a la solución propuesta: no vale solo para dos relojes, sino para una cantidad enorme de ellos. Vayamos por partes y veamos hasta dónde nos lleva un asunto que a primera vista parece tangencial, pero que realmente toca la esencia misma del Racionalismo como visión del mundo.
          La primera de las explicaciones rechazadas (uno de los relojes influye en el otro para que marque la misma hora, y viceversa) corresponde evidentemente a la teoría cartesiana: hay un "puente" que une alma y cuerpo posibilitando su interacción. El problema, según el propio Descartes, es que alma y cuerpo, res cogitans y res extensa, no son como dos relojes distintos pero al fin y al cabo parecidos; al contrario, el alma es pensamiento y no extensión y el cuerpo es justamente lo opuesto: no se ve cómo podría ser la entidad intermedia que sirva para su comunicación. ¿La glándula pineal es acaso un cuerpo pensante, o un pensamiento extenso?
Si cada reloj funciona autónomamente, ¿por qué aparecen sincronizados?
          La segunda explicación se debe a Malebranche y se conoce como ocasionalismo: partiendo de la imposibilidad de comunicación directa entre las dos sustancias, se presupone necesario un agente interviniendo sobre una de ellas con ocasión de las acciones, en sí mismas ineficaces, de la otra. Este agente, claro está, es Dios, la única causa real de todo lo que ocurre (la distinción escolástica entre "causa primera" y "causas segundas" es suprimida). Pero un cristiano como Malebranche no puede evitar la pregunta: ¿podría ser un Dios bondadosísimo el causante, directo y único, de las acciones pecaminosas, incluyendo los crímenes más horribles?

sábado, 6 de enero de 2018

Materialismo histórico


Feuerbach: La esencia del cristianismo

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 24


           El pensamiento de Marx bebe de tres fuentes: la filosofía alemana, en especial Hegel y Feuerbach; el liberalismo económico (Adam Smith, David Ricardo), y el movimiento socialista. Hegel lleva hasta el final el planteamiento kantiano de afirmación de la razón, negando los límites que el propio Kant no quiso traspasar: el noúmeno como realidad no accesible a la razón y Dios como garante último de la tarea moral. Lo hace equiparando Razón, Realidad, Historia y Dios en una única Totalidad (lo Absoluto) que progresa a base de negaciones (dialéctica); es esto precisamente, la dialéctica, lo que Marx quiere conservar de Hegel. Feuerbach critica a Hegel y, de paso, el pensamiento teológico mostrando la teología como antropología disfrazada y a Dios como una creación humana. Crítica religiosa que Marx asumirá como definitiva, aunque rechaza su trasfondo idealista: no basta con sustituir unas ideas por otras, hay que cambiar el mundo que produce esas ideas (“hasta ahora los filósofos han interpretado el mundo, ahora se trata de transformarlo”, reza la tesis 11 sobre Feuerbach). La religión como invención de un imaginario mundo futuro donde los sufrimientos presentes serán compensados es resultado de la propia falsedad y contradicción del mundo material donde los hombres soportan una existencia deshumanizada, y es precisamente este mundo material lo que hay que poner patas arriba.
Se llama materialismo histórico a la interpretación marxista del Hombre, la Sociedad y la Historia; concepto que a veces se engloba en otro más amplio: “materialismo dialéctico”. “Materialismo”, como los representantes de la izquierda hegeliana con Feuerbach a la cabeza, pero “dialéctico”, al modo de Hegel, entendiendo la totalidad de lo real como un proceso histórico en que la contradicción es el motor del cambio (eso sí, a diferencia de Hegel para Marx la realidad no es el espíritu divino o la razón absoluta, sino la actividad material).

viernes, 5 de enero de 2018

Kant: la crítica de la razón (práctica)

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 20


Para explicar la filosofía práctica de Kant, podemos partir de la primera frase de su obra Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres: “Nada hay… que pueda ser llamado bueno sin restricción, a no ser una buena voluntad.” Todas las otras cosas que llamamos bienes no lo son siempre y en cualquier circunstancia, sino que pueden incluso convertirse en males: por ejemplo, una gran inteligencia utilizada por un criminal multiplica el mal que este puede hacer. Lo único que en ningún caso puede ser malo es una buena voluntad. Por tanto, debemos centrar nuestra atención en este concepto de “buena voluntad”.
Edición alemana de Kritik der praktischen Vernunft...
Si atendemos al sentido moral, descubriremos que la buena voluntad no depende de los efectos que produce sino solo del propósito o máxima de la voluntad. Y este propósito, en el caso del hombre, se expresa así: “hacer lo que se debe porque debe hacerse”, no porque me convenga o saque algún beneficio de ello. De esta forma caemos en la cuenta de que el concepto de “deber” es independiente de la experiencia: esta nos puede dar ejemplos de actuaciones conformes al deber, pero no de actuaciones por deber, ya que siempre podremos pensar que existe algún interés más o menos oculto que lleva a hacer lo que, por otro lado, hay que hacer.
...y traducción a cargo de Manuel García Morente
Al contrario que las éticas materiales, que se basan en unos intereses o fines que se buscan (la felicidad, el placer…) y que necesitan de la experiencia para decir qué principios de actuación nos llevan a la consecución de estos fines, Kant propone una ética formal y a priori, que juzga si una actuación es correcta o no por su concordancia con la forma universal de la ley.