jueves, 8 de febrero de 2018

Dios ha muerto, queremos que el superhombre viva (Nietzsche)

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 25.

 
1. Vida y obra.

Nace en 1844, en una familia protestante. Su padre era clérigo; sus abuelos y bisabuelos, tanto maternos como paternos, habían sido también pastores o teólogos. Cursa estudios de Teología y Filología, y se interesa sobre todo por la cultura clásica. Es profesor de Filología en la Universidad de Basilea durante diez años (1869-1879), pero su interés se decanta cada vez más por la Filosofía. De su etapa como profesor destacan las obras “El nacimiento de la tragedia” (1871) y “Humano, demasiado humano” (1879). Debe dejar su puesto por problemas de salud –desde 1873 debe soportar una enfermedad crónica, con frecuentes y dolorosas jaquecas-. Sobrevive con una pensión, viaja por Suiza e Italia, se aficiona al clima, carácter y arte meridionales... Su salud mejora, y aparecen sus obras “Aurora” y “El gay saber”. En el verano de 1881, caminando por los Alpes, tiene una experiencia que posteriormente describiría como “revelación” o “iluminación”: su contenido es la idea del eterno retor­no, que se convertiría en el centro de su libro “Así habló Zaratustra”. Se enamora apasionadamente de una joven judía rusa, Lou Salomé (posteriormente discípula y colaboradora de Freud); sin embargo, ella le rechaza y Nietzsche cae en una depresión. Tras recuperarse, escribe sus principales obras: “Así habló Zaratustra” (publicada en cuatro partes, de 1883 a 1885), “Más allá del bien y del mal” (1886). “Genealogía de la moral” (1887), “El ocaso de los ídolos” (1889). Los signos de locura son cada vez más evidentes, hasta que en 1890 es internado en una clínica. Al final de su vida es cuidado por su madre y hermana. Sus últimas obras, “El Anticristo”, “Ecce homo” y “La voluntad de poder”, son publicadas por su hermana y su discípulo Peter Gast.  Muere en 1900.

Famosa fotografía de Lou Salomé, Paul Ree y Nietzsche

En la gestación de su pensamiento destaca la influencia de Schopenhauer[1], aunque posteriormente lo criticó duramente, y la relación con Wagner, en prin­ci­pio de amistad y admiración –la exaltación pagana de El anillo de los nibelungos- y después –coincidiendo con el estreno del Parsifal y su aproximación al cristianismo- de profunda aversión.
El estilo de Nietzsche es vehemente, brillante y violento; con un lenguaje aforístico y oscuro –en la línea de su admirado Heráclito-, lleno de metáforas y símbolos. No siempre coherente, su obra ha sido objeto de muchas y variadas interpretaciones.
Para exponer su pensamiento de una forma lógica y ordenada, no queda más re­medio que introducir desde fuera una sistematización totalmente ajena a su obra. Lo haremos a la manera tradicional: partiremos de sus presupuestos “metafísicos” y gno­seo­lógicos (sus ideas sobre la realidad y el conocimiento, principalmente las nociones básicas de “vida”, “voluntad de poder”, “eterno retorno”, etc.) y a partir de ellas ana­li­za­re­mos sus consecuen­cias en lo que se refiere a la crítica de la tradición occidental (metafísica, ciencia, moral, religión, etc.). Sin embargo, antes conviene empezar por el primer esbozo de lo que será el pensamiento nietzscheano: la confrontación entre Apolo y Dionisos, tal como es expuesta en su obra El nacimiento de la tragedia.

2. Los ideales de la cultura griega: Apolo y Dionisos.

En El nacimiento de la tragedia desde la música, Nietzsche toma a los dos dio­ses griegos como símbolos de ideales estéticos contrapuestos: Apolo es el dios de las artes plásticas, de las formas bellas, del orden y la medida (“la racionalidad”), mientras que Dionisos sim­bo­­liza la música, el caos informe y la alegría de vivir (“el instinto”). Siguiendo la interpretación que Schopenhauer hace de Kant, Nietzsche relaciona lo apolíneo con el fenómeno y lo dio­ni­síaco con la cosa en sí o “voluntad de vivir”. El arte trágico (Esquilo, Sófocles) nace en Grecia de la conjunción de ambos principios: los diálogos, sencillos, representan lo apolíneo, mientras que el centro de la tragedia antigua es el coro de sátiros y bacantes, que expresa lo bárbaro, violento y frenético. Los per­so­na­jes de la tragedia (Edipo, Pro­meteo, etc.) son, para Nietzsche, tan solo máscaras del ver­dadero héroe Dionisos, cuya pasión era representada una y otra vez sumiendo al es­pec­tador en un mundo de “irrealidad sobrenatural”.
La tragedia antigua termina con Eurípides, que sustituye el apasionamiento y en­tusiasmo arrebatador de la música por la frialdad de las ideas. Para Nietzsche, Eurípides re­presenta en el arte lo que Sócrates en el pensamien­to: la imposición de un principio ra­cional sobre la emoción instintiva hasta lograr su total anulación. En Sócrates se ori­gi­na el tipo del hombre de ciencia moderno, que trata de someter las fuerzas de la na­tu­ra­le­za a conceptos y leyes inmutables. Con Sócrates y Eurípides –representante del “so­cra­tismo estético”- se inicia la decadencia de la cultura y el arte, aunque Nietzsche to­da­vía confía que el espíritu dionisíaco renazca gracias a la música de Wagner.
El nacimiento de la tragedia, primera obra importante de Nietzsche, es, como pue­­de verse, schopenhaueriana y wagneriana en sus planteamientos básicos, ideales am­bos que Nietzsche acabará rechazando. En su obra posterior, sin embargo, se conser­va la exaltación de Dionisos como símbolo de la afirmación radical de la vida[2].

3. La vida.

Como ya se veía en El nacimiento de la tragedia, lo que está en el origen y cen­tro de toda acción y creación es “la vida”, simbolizada por Dionisos. Tal realidad funda­mental es indefinible: más que pensada, es sentida o, mejor, vivida. Podemos, eso sí, aludir a ella señalando algunos de sus rasgos. ¿A qué nos estamos refiriendo?
-Es algo anterior y al margen de la razón: instinto, fuerza, impulso o emoción irra­cional.
-Es una fuerza, algo activo y creativo.
-Se afirma a sí misma venciendo las resistencias que se le oponen: es, por ello, voluntad de poder[3] (ver punto 5).
-Es constante devenir, un aparecer y desaparecer de formas y una lucha incesan­te de unos contra otros: aquí Nietzsche es fiel seguidor de Heráclito, para quien “nadie se baña dos veces en el mismo río” y “la guerra es padre de todas las cosas”.
-Es el valor supremo: no tiene ningún otro sentido o finalidad fuera de ella mis­ma, ni es afectada por las valoraciones morales (ya que estas nacen de ella).
-Tiene, finalmente, una dimensión trágica, ya que incluye la lucha, el sufri­­mien­to y la muerte junto a las alegrías y placeres.
En definitiva, la vida escapa a todo concepto. Solo podemos conocerla en sus manifestaciones, pero estas son solo símbolos y la forma adecuada de referirnos a la vida es también simbólica, metafórica y no conceptual.

4. El ser como devenir.

Uno de los puntos clave del pensamiento de Nietzsche es la crítica a la idea de un ser permanente. Tal idea no es sino el resultado de un engaño del lenguaje: debemos expresar una acción como causada por un actor, lo que nos fuerza a suponer un sujeto permanente (“cosa” o “substancia”) detrás de cada uno de los sucesos o cambios. Nietz­sche, por el contrario, entiende el mundo como un sistema de fuerzas, no como un con­jun­to de “cosas” o entidades que permanecen. Tanto la “materia” como el “espacio” son meras ficciones: lo que hay son sucesos.
Lo mismo puede decirse de la idea de “alma”: Nietzsche critica a Descartes por de­ducir del hecho del pensar la existencia de una cosa que piensa. El pensamiento es un suceso sin sujeto: se puede decir “se piensa”, pero no “yo pienso” o “mi alma piensa” (o, si lo decimos, hay que ser conscientes de que se trata de una forma de hablar, inevi­table pero engañosa).
Nietzsche comparte con Hume la crítica a la idea de “causa”, reduce la necesi­dad a mero hábito psicológico e interpreta la ciencia como una ilusión antropomórfica (“el eco eternamente repetido de un único primer sonido, el hombre”). La razón es que no cabe un conocimiento estable de una realidad esencialmente inesta­ble.

5. La voluntad de poder.

El propio Nietzsche consideró este concepto como el resumen de su visión del mundo, hasta el punto de que es el título que proyectó para su obra final y definitiva (y que fue completada, corregida y publicada póstumamente).
Hay que decir, en primer lugar, que la palabra “voluntad” no debe tomarse en el sentido habitual de capacidad de querer actuar consciente y libremente, ya que uno de los puntos de la filosofía y moral tradicionales que Nietzsche rechaza con más fuerza es precisamente este del “libre albedrío”. Más bien debe tomarse esta expresión con el significado, más general, de “fuerza”, “energía” o “impulso”.
La voluntad de poder es, por tanto, el impulso de todo lo que existe a mostrar po­der, a afirmarse y desarrollarse, a vencer las resistencias que se le oponen. Podemos distinguir en ella varios niveles:
a) En primer lugar, es el mundo o universo “visto desde dentro”: la voluntad de poder es su más íntima esencia, y toda acción, todo proceso, todas las causas y efectos no son más que manifestaciones de esta voluntad de poder[4].
b) La voluntad de poder es también la esencia de la vida: “Allí donde hay vida hay voluntad, pero no simple voluntad de vivir, sino voluntad de dominio”[5]. En este nivel la voluntad de poder incluye todos los impulsos vitales y psíquicos, todo aquello que se dirige al conocimiento o a la acción, en especial los instintos.
c) Finalmente, en el caso del hombre la voluntad de poder es también “voluntad de querer” y voluntad de crear, sobre todo crear valores (ver punto 8.2.3).


6. El eterno retorno.

Nietzsche narra la inspiración que, en agosto de 1881, le llevó al pensamiento central de su obra Así habló Zaratustra: el eterno retorno[6]. Este pensamiento es la afir­ma­ción suprema de la vida, ya que esta no se prolonga en un “más allá” que, para Nietzsche, es igual a “la nada”, sino que es la misma vida que vuelve infinitas veces. Por eso cada instante se vuelve eterno e infinitamente valioso, y la vida entera encuen­tra su sentido y finalidad en sí misma.
La “prueba” racional del eterno retorno es la siguiente: El mundo o universo consiste en un sistema de fuerzas, cuya magnitud total es finita e inalterable (principio de conservación de la energía). La evolución de esta fuerza da lugar a los diversos estados posibles del Universo. Dado que el tiempo es infinito, y los estados po­sibles finitos, cada uno de estos estados posibles se ha realizado ya y debe seguir reali­zán­dose in­finitas veces.

7. El conocimiento: irracionalismo y perspectivismo.

La actitud de Nietzsche ante el conocimiento puede ser calificada como irracio­nalismo: desconfianza frente a la razón y el ideal de esta, “la verdad”. Este punto de vista apa­rece ya desarrollado en el temprano escrito Sobre verdad y mentira en sentido extramo­ral (1872). En dicho texto Nietzsche razona que el llamado “amor a la verdad” se basa en el olvido: olvido que lleva a creer que la verdad es lo opuesto al engaño cuando en rea­lidad es solo una forma de engaño. El engaño es el medio natural de supervivencia del ser que, por carecer de otras formas de defensa, solo dispone de la inteligencia: esta aparece al servicio de la vida y este servicio lo realiza mediante el engaño. Ahora bien, hay un engaño que se lleva a cabo siguiendo unas reglas y convenciones y a este lo llamamos “verdad” (la verdad es, según Nietzsche, “mentir de acuerdo con una convención, mentir borreguilmente”).
El proceso o genealogía por el cual se alcanza el “sentimiento de verdad” puede describirse de la siguiente manera:
1) El hombre es afectado, recibe una impresión por medio de los sentidos.
2) Tal impresión es interpretada; en principio se hace uso de símbolos y metáfo­ras para aludir a una realidad en sí incognoscible.
3) Las metáforas acaban siendo consagradas por el uso, nos habituamos a ellas y confundimos este hábito con la necesidad de la metáfora misma (nos olvidamos de su origen): en ese momento se convierten en conceptos.
4) Una vez inventados los conceptos, inventamos el mundo al que estos concep­tos corresponden: el “mundo ideal” o de las entidades permanentes (como existe el con­cepto “árbol”, cuyo significado no es ninguno de los árboles reales, suponemos que es­tos últimos son copias imperfectas del verdadero árbol o árbol en sí).
5) Solo cabe hablar de “verdad” en referencia a este “cielo conceptual”, cons­truc­ción humana de principio al fin en la que solo encontraremos lo que nosotros mismos hemos puesto.
En este texto, todavía bajo la influencia de Schopenhauer, Nietzsche parece admitir una “realidad en sí”; más adelante, rechazará dicha idea e identificará “realidad” con “apa­rien­cia” o “fenómeno”. El cono­cimiento (pensará Nietzsche en su madurez) es siem­pre de relaciones: no hay “cosa en sí”, ya que, si suprimimos las relaciones, no que­da cosa al­gu­na. Lo que alcanzamos es, por tanto, una perspectiva o interpretación de al­go en relación a nosotros: de ahí que a esta teoría del conocimiento, recuperada después por Or­te­ga y Gasset, se le llame perspectivismo.
Escribe Nietzsche en La voluntad de poder: “Contra el positivismo que se limita al fenómeno, ‘solo hay hechos’, os diría yo: no, hechos precisamente no los hay, lo que hay son interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí; quizá sea absurdo pretender semejante cosa.”

8. La crítica de la cultura occidental.

El contenido de la crítica nietzscheana a la civilización occidental puede resu­mir­se en una frase: Se trata de una civilización decadente o enferma, que ha sustituido los valores que nacen de la vida en crecimiento por aquellos que representan su ne­ga­ción. Por eso la verdadera esencia de esta cultura es el nihilismo o “voluntad de la nada”.

8.1. Crítica a la ciencia y a la metafísica.

Como ya está dicho más arriba (punto 4), Nietzsche rechaza la noción metafísica de “ser permanente” como opuesto al cambio o “devenir”. Toma como ejemplo más acabado de metafísica el platonismo, con su invención de un “trasmundo” o mundo de las realidades en sí enfren­tado con el mundo de las apariencias sensibles. Aparte de un engaño del lenguaje (ya que este presupone la existencia de sujetos permanentes e inmutables)[7], hay aquí una ra­zón moral: se inventa un mundo ideal porque se rechaza el real, este en el que vivimos.
La ciencia moderna prolonga el error de la metafísica, al intentar someter los sentidos a la razón (leyes físico-matemáticas) imaginando un “orden racional” inmuta­ble detrás de los fe­nómenos.

8.2. Crítica a la moral.

8.2.1. El origen de las valoraciones morales.

Nietzsche critica la moral tradicional, especialmente la judeocristiana. Para ello estudia la genealogía de los conceptos “bueno” y “malo”, mostrando que en un principio la idea de “bueno” iba unida a las de “poderoso”, “aristocrático”, “fuerte”, etc. (primero se refería al hombre noble y poderoso, y en segundo lugar a las acciones propias de este hombre noble y poderoso). Por el contrario, “malo” significaba “despreciable”, “cobarde”, “débil”, etc. Estos significados surgieron de las relaciones de dominio entre los pueblos. La antítesis noble/plebeyo recoge el primitivo significado de la moral, lo que Nietzsche llama “moral de los señores”, cuyos valores nacen de la fuerza y de la afirmación de la vida.

Nietzsche fundamenta este punto de vista con unos razonamientos filológicos cuando menos cu­riosos, aunque en general no han sido aceptados por los filólogos posteriores. Así, en alemán schlecht (malo) es, en su origen, idéntico a schlicht (simple, llano: el hombre del pueblo); gut (bueno) podría proceder de Goth (godo: la raza noble y dominante). El latín malus puede ser una modificación del griego melos (negro), que sería la denominación que los rubios dominadores arios darían a los pueblos do­mi­na­dos, de tez y cabello morenos, etc.

De modo contrapuesto a la originaria forma de valorar, nace la llamada “moral de los esclavos” de la debilidad y el odio contra los poderosos. El hombre débil, que no puede descargar su fuerza contra el poderoso, necesita de una venganza imaginaria (re­sentimiento), y en virtud de este resentimiento considera “malvado” al que le perju­dica y “bueno” a su opuesto (el hombre obediente, compasivo, moderado en sus apetitos, etc.). Los valores propios de esta moral son la obediencia, la compasión, la no violencia, la castidad, etc., valores todos ellos que nacen, no de la vida en expansión y creci­miento, sino de la vida enferma o decadente.

8.2.2. Rebelión de los esclavos: Inversión de los valores.

En la cultura occidental la moral de los esclavos ha acabado imponiéndose sobre la moral de los señores, invirtiendo el sentido primitivo de los valores morales (bueno = aristocrático, malo = despreciable). Para Nietzsche, el judaísmo es el iniciador de esta inversión, por la cual el bueno o “amado de Dios” es el pobre, enfermo, débil, des­gra­cia­do, etc. El cristianismo extendió por todo el mundo la inversión judía de los valores, en­carnada en la idea de un Dios sufriente que salva a los hombres, culpables de su muerte en la cruz y que solo pueden redimir esta culpa mediante la negación de la vida (ascesis: sacrificio, abnegación, renuncia al egoísmo).
Sin embargo, el ideal de la vida ascética es, en su sentido más profundo, nihilismo (querer la nada): rechazo de todo lo humano, lo sensitivo, lo material y corpó­reo. La moral judeocristiana consiste en negaciones (de todo lo relacionado con la vida) más que en afirmaciones.

8.2.3. El hombre como creador de valores.

En la filosofía nietzscheana no se puede hablar de valoraciones acertadas o equi­vocadas (objetivamente y para todos), ya que, como hemos visto, Nietzsche rechaza la idea de “verdad”, también por tanto cualquier “verdad moral objetiva”.

“La ‘virtud’, el ‘deber’, el ‘bien en sí’, el bien con un carácter de impersonalidad y validez uni­versal, son fantasmagorías en las que se expresa la decadencia... Lo contrario es presentado por las más profundas leyes de la conservación y el crecimiento: que cada cual invente su virtud, su imperativo cate­górico.” (El Anticristo, n. 11).

 Es el hombre quien crea los valores, ya que, al conocer las cosas, las estima como buenas y malas (siendo tanto esta valoración como el supuesto conocimiento “ob­je­tivo” una pers­pectiva, una relación del hombre con todo aquello que le rodea; relación que no puede suprimirse, ya que, como hemos dicho [punto 7, nota a pie de pá­gi­na], no hay ninguna “cosa en sí” o realidad sub­sis­tente detrás de las relaciones).
Sí podemos distinguir entre valores que nacen de la afirmación y crecimiento de la vida y otros que son propios de la vida decadente o enferma (“llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos..., cuando prefiere lo que le es perjudicial”). Los primeros, que son los que Nietzsche pretende recuperar mediante una “transmutación de todos los valores”, son los propios del hombre dioni­sía­co, de la “moral de los señores”, mientras que los valores de la decadencia son los de­fen­didos por la moral judeocristiana.

El abrazo a un caballo maltratado, según algunos biógrafos el último acto realmente consciente de su vida, muestra la esencial paradoja de Nietzsche como persona y filósofo: el que desprecia la compasión hacia los humanos como síntesis de la moral de esclavos no puede dejar de sentirla ante un animal que sufre y al que pide perdón "por Descartes" (fotograma de la película El caballo de Turín).


Un texto de El Anticristo, n. 2, resume perfectamente las opiniones de Nietzsche sobre cues­tiones morales:
“¿Qué es bueno? Todo lo que aumenta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de po­der, el poder mismo.
“¿Qué es malo? Todo aquello en lo que se origina la debilidad.
“¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que se vence una resistencia.
No sosiego, sino más poder; no paz por encima de todo, sino guerra; no virtud, sino habilidad...
“Los débiles y fracasados deben perecer: primera tesis de nuestro amor a los hombres. Y además hay que ayudarles a ello.
“¿Qué es más perjudicial que todos los vicios? La compasión efectiva con todos los débiles y fracasados – el cristianismo.”

8.3. Crítica política.

Para Nietzsche, el Estado no nace de ningún “contrato social”, sino de la imposi­ción por la fuerza de una minoría conquistadora sobre un pueblo conquistado. A partir de este hecho, Nietzsche rechaza todo igualitarismo como propio de la “moral del rebaño”. De ahí su desprecio de la democracia y el socialismo, propugnando en cambio el gobierno de una minoría de “hombres superiores”[8].

8.4. Crítica a la religión: La “muerte de Dios”.

El ateísmo de Nietzsche no aduce ninguna prueba de la no existencia de Dios: sim­plemente, rechaza a Dios por ser la negación de la vida. “El concepto de Dios ha si­do inventado como antinomia contra la vida; en él se resume, en unidad espantosa, todo lo que es dañino, venenoso, calumniador, toda la enemistad contra la vida”, escribe en su libro Ecce homo. “Dios” es, por tanto, la síntesis y conclusión lógica de toda la moral antinatural, de todos los antivalores: es “la nada” que sostiene el edificio entero de una cultura decadente. Y el cristianismo es un verdadero nihilismo, ya que “coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida misma, sino en el ‘más allá’, en la nada” (El Anti­cristo, n. 43)[9].
La muerte de Dios, proclamada por Zaratustra, es la condición necesaria para que el “hombre nuevo” así liberado de las viejas esclavitudes pueda crear una nueva je­rarquía de valores.

9. El superhombre.

            En Así habló Zaratustra, Nietzsche expresa una idea clave: “el hombre es algo que debe ser superado”. A esta “superación del hombre” se le llama superhombre, pero es en realidad una forma nueva de ser hombre: el hombre creador de nuevos valores, orgulloso de sí mismo, definidor del bien y del mal (como el Dios de la antigua re­li­gión). A falta de definiciones precisas, Nietzsche echa mano de las metáforas: el su­per­hom­bre es como un niño que se mueve por la vida como si fuera un juego, sin prejuicios mo­rales, sin cálculos utilitarios, valorando cada instante sobre todas las cosas.


[1]Schopenhauer (1788-1860) fue un filósofo idealista (aunque enemigo acérrimo de Hegel), intérprete de Kant desde la filosofía india (mundo como ilu­sión) y el inmaterialismo de Berkeley (la ma­te­ria como idea o representación mental), que pone la esencia de la realidad o “cosa en sí” en una voluntad que escapa a la razón. Su obra principal es El mundo como voluntad y repre­sentación.
[2]En los últimos días de su vida consciente, Nietzsche firmaba sus cartas como “Dionisos”.  Su libro Ecce homo concluye con la frase: “¿Me habéis comprendido? ¡Dionisos frente al Crucificado!”.
[3]Voluntad de poder: “deseo insaciable de mostrar potencia, o empleo, ejercicio del poder como instrumento creador” (Nietzsche: La voluntad de poder, 635).
[4]En este punto Nietzsche fue hasta el final seguidor de Schopenhauer, quien veía la realidad en sí del mundo como voluntad, no como “representación”. Curiosamente, y a pesar de la coincidencia de las tesis fundamentales, en sus obras de madurez Nietzsche trata a Schopenhauer con enorme desprecio.
[5]Así habló Zaratustra. De la superación de sí mismo.
[6]“Voy a contar ahora la historia del Zaratustra. La concepción fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno, esa fórmula suprema de afirmación a que puede llegarse en absoluto, - es de agosto del año 1881: se encuentra anotado en una hoja a cuyo final está escrito: «A 6.000 pies más allá del hombre y del tiempo». Aquel día caminaba yo junto al lago de Silvaplana a través de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino ese pensamiento.”  
[7]“Nada posee tan ingenua fuerza de persuasión como el error del ser... Los mismos adversarios de los eleáticos sucumbieron a la seducción de su concepto del ser; Demócrito, entre otros, cuando encontró su átomo... La razón es el lenguaje: ¡Oh, qué vieja hembra engañadora! Yo creo que no nos vamos a desembarazar de Dios porque creemos aún en la gramática.”
[8]Un punto muy discutido de la filosofía de Nietzsche es el de su racismo. Nietzsche odia el ju­daís­mo como religión y moral, pero no es, sin embargo, antisemita: de he­cho, rechaza el antisemitismo de sus contemporáneos. Es cier­to que el nacionalsocialismo utilizó textos de Nietzsche, pero el concepto nietzscheano de “raza superior” no coincide con el de Hitler: Nietzsche piensa más bien en un tipo superior de hombre obtenido por suce­sivos cruces entre individuos de las “razas puras” actualmente existentes, concretamente tres: la aria o ger­mánica, la judía y la rusa.
[9]Hay que decir, sin embargo, que Nietzsche habla con cierta simpatía de Jesús de Nazaret (cu­ya per­sonalidad acierta a entrever por debajo de las contradicciones de los evangelios), que vive una vida al margen de la mo­ral y religión judías, pero cuya predicación fue judaizada por todos los que después se llamaron cristianos, empezando por San Pablo (“solo hubo un cristiano, y ese murió en la cruz”). En otro lu­gar se refiere, sin embargo, a Poncio Pilato como el único personaje positivo del Nuevo Tes­ta­men­to, ya que hace la pregunta que acaba con todas las querellas teológicas (“¿y qué es la verdad?”) y “se lava las manos”, es decir, muestra absoluta indiferencia, ante la suerte de un judío más, un judío como cual­quier otro judío.




Nietzsche cuidado por su hermana Elizabeth, ¿única? responsable del sesgo nazi de su pensamiento

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