1. Vida y obra.
Nace en 1844, en una familia protestante. Su padre
era clérigo; sus abuelos y bisabuelos, tanto maternos como paternos, habían
sido también pastores o teólogos. Cursa estudios de Teología y Filología, y se
interesa sobre todo por la cultura clásica. Es profesor de Filología en la
Universidad de Basilea durante diez años (1869-1879), pero su interés se
decanta cada vez más por la Filosofía. De su etapa como profesor destacan las
obras “El nacimiento de la tragedia” (1871) y “Humano, demasiado humano”
(1879). Debe dejar su puesto por problemas de salud –desde 1873 debe soportar
una enfermedad crónica, con frecuentes y dolorosas jaquecas-. Sobrevive con una
pensión, viaja por Suiza e Italia, se aficiona al clima, carácter y arte
meridionales... Su salud mejora, y aparecen sus obras “Aurora” y “El gay
saber”. En el verano de 1881, caminando por los Alpes, tiene una experiencia
que posteriormente describiría como “revelación” o “iluminación”: su contenido
es la idea del eterno retorno, que se convertiría en el centro de su libro
“Así habló Zaratustra”. Se enamora apasionadamente de una joven judía rusa, Lou
Salomé (posteriormente discípula y colaboradora de Freud); sin embargo, ella le
rechaza y Nietzsche cae en una depresión. Tras recuperarse, escribe sus
principales obras: “Así habló Zaratustra” (publicada en cuatro partes, de 1883
a 1885), “Más allá del bien y del mal” (1886). “Genealogía de la moral” (1887),
“El ocaso de los ídolos” (1889). Los signos de locura son cada vez más
evidentes, hasta que en 1890 es internado en una clínica. Al final de su vida
es cuidado por su madre y hermana. Sus últimas obras, “El Anticristo”, “Ecce
homo” y “La voluntad de poder”, son publicadas por su hermana y su discípulo
Peter Gast. Muere en 1900.
Famosa fotografía de Lou Salomé, Paul Ree y Nietzsche |
En la gestación de su
pensamiento destaca la influencia de Schopenhauer[1], aunque posteriormente lo
criticó duramente, y la relación con Wagner, en principio de amistad y
admiración –la exaltación pagana de El anillo de los nibelungos- y
después –coincidiendo con el estreno del Parsifal y su aproximación al
cristianismo- de profunda aversión.
El estilo de Nietzsche es
vehemente, brillante y violento; con un lenguaje aforístico y oscuro –en la
línea de su admirado Heráclito-, lleno de metáforas y símbolos. No siempre
coherente, su obra ha sido objeto de muchas y variadas interpretaciones.
Para exponer su pensamiento
de una forma lógica y ordenada, no queda más remedio que introducir desde
fuera una sistematización totalmente ajena a su obra. Lo haremos a la manera
tradicional: partiremos de sus presupuestos “metafísicos” y gnoseológicos
(sus ideas sobre la realidad y el conocimiento, principalmente las nociones
básicas de “vida”, “voluntad de poder”, “eterno retorno”, etc.) y a partir de
ellas analizaremos sus consecuencias en lo que se refiere a la crítica de
la tradición occidental (metafísica, ciencia, moral, religión, etc.). Sin
embargo, antes conviene empezar por el primer esbozo de lo que será el
pensamiento nietzscheano: la confrontación entre Apolo y Dionisos, tal como es
expuesta en su obra El nacimiento de la tragedia.
2. Los ideales de la cultura griega: Apolo
y Dionisos.
En El
nacimiento de la tragedia desde la música, Nietzsche toma a los dos dioses
griegos como símbolos de ideales estéticos contrapuestos: Apolo es el dios de
las artes plásticas, de las formas bellas, del orden y la medida (“la
racionalidad”), mientras que Dionisos simboliza la música, el caos informe y
la alegría de vivir (“el instinto”). Siguiendo la interpretación que
Schopenhauer hace de Kant, Nietzsche relaciona lo apolíneo con el fenómeno y lo
dionisíaco con la cosa en sí o “voluntad de vivir”. El arte trágico (Esquilo,
Sófocles) nace en Grecia de la conjunción de ambos principios: los diálogos,
sencillos, representan lo apolíneo, mientras que el centro de la tragedia
antigua es el coro de sátiros y bacantes, que expresa lo bárbaro, violento y
frenético. Los personajes de la tragedia (Edipo, Prometeo, etc.) son, para
Nietzsche, tan solo máscaras del verdadero héroe Dionisos, cuya pasión era
representada una y otra vez sumiendo al espectador en un mundo de “irrealidad
sobrenatural”.
La tragedia
antigua termina con Eurípides, que sustituye el apasionamiento y entusiasmo
arrebatador de la música por la frialdad de las ideas. Para Nietzsche,
Eurípides representa en el arte lo que Sócrates en el pensamiento: la
imposición de un principio racional sobre la emoción instintiva hasta lograr
su total anulación. En Sócrates se origina el tipo del hombre de ciencia
moderno, que trata de someter las fuerzas de la naturaleza a conceptos y
leyes inmutables. Con Sócrates y Eurípides –representante del “socratismo
estético”- se inicia la decadencia de la cultura y el arte, aunque Nietzsche todavía
confía que el espíritu dionisíaco renazca gracias a la música de Wagner.
El
nacimiento de la tragedia, primera obra importante de Nietzsche, es, como
puede verse, schopenhaueriana y wagneriana en sus planteamientos básicos,
ideales ambos que Nietzsche acabará rechazando. En su obra posterior, sin
embargo, se conserva la exaltación de Dionisos como símbolo de la afirmación
radical de la vida[2].
3. La vida.
Como ya se
veía en El nacimiento de la tragedia, lo que está en el origen y centro
de toda acción y creación es “la vida”, simbolizada por Dionisos. Tal realidad
fundamental es indefinible: más que pensada, es sentida o, mejor, vivida.
Podemos, eso sí, aludir a ella señalando algunos de sus rasgos. ¿A qué nos
estamos refiriendo?
-Es algo
anterior y al margen de la razón: instinto, fuerza, impulso o emoción irracional.
-Es una fuerza,
algo activo y creativo.
-Se afirma a
sí misma venciendo las resistencias que se le oponen: es, por ello, voluntad
de poder[3] (ver punto 5).
-Es constante
devenir, un aparecer y desaparecer de formas y una lucha incesante de unos
contra otros: aquí Nietzsche es fiel seguidor de Heráclito, para quien “nadie
se baña dos veces en el mismo río” y “la guerra es padre de todas las cosas”.
-Es el valor
supremo: no tiene ningún otro sentido o finalidad fuera de ella misma, ni es
afectada por las valoraciones morales (ya que estas nacen de ella).
-Tiene,
finalmente, una dimensión trágica, ya que incluye la lucha, el sufrimiento
y la muerte junto a las alegrías y placeres.
En
definitiva, la vida escapa a todo concepto. Solo podemos conocerla en sus
manifestaciones, pero estas son solo símbolos y la forma adecuada de
referirnos a la vida es también simbólica, metafórica y no conceptual.
4. El ser como devenir.
Uno de los puntos
clave del pensamiento de Nietzsche es la crítica a la idea de un ser
permanente. Tal idea no es sino el resultado de un engaño del lenguaje:
debemos expresar una acción como causada por un actor, lo que nos fuerza a
suponer un sujeto permanente (“cosa” o “substancia”) detrás de cada uno
de los sucesos o cambios. Nietzsche, por el contrario, entiende el mundo como
un sistema de fuerzas, no como un conjunto de “cosas” o entidades que
permanecen. Tanto la “materia” como el “espacio” son meras ficciones: lo que
hay son sucesos.
Lo mismo
puede decirse de la idea de “alma”: Nietzsche critica a Descartes por deducir
del hecho del pensar la existencia de una cosa que piensa. El pensamiento es un
suceso sin sujeto: se puede decir “se piensa”, pero no “yo pienso” o “mi alma
piensa” (o, si lo decimos, hay que ser conscientes de que se trata de una forma
de hablar, inevitable pero engañosa).
Nietzsche comparte con Hume la crítica a la idea de
“causa”, reduce la necesidad a mero hábito psicológico e interpreta la ciencia
como una ilusión antropomórfica (“el eco eternamente repetido de un único
primer sonido, el hombre”). La razón es que no cabe un conocimiento estable de
una realidad esencialmente inestable.
5. La voluntad de poder.
El propio Nietzsche consideró este concepto como el
resumen de su visión del mundo, hasta el punto de que es el título que proyectó
para su obra final y definitiva (y que fue completada, corregida y publicada
póstumamente).
Hay que
decir, en primer lugar, que la palabra “voluntad” no debe tomarse en el
sentido habitual de capacidad de querer actuar consciente y libremente, ya que
uno de los puntos de la filosofía y moral tradicionales que Nietzsche rechaza
con más fuerza es precisamente este del “libre albedrío”. Más bien debe tomarse
esta expresión con el significado, más general, de “fuerza”, “energía” o
“impulso”.
La voluntad
de poder es, por tanto, el impulso de todo lo que existe a mostrar poder, a
afirmarse y desarrollarse, a vencer las resistencias que se le oponen. Podemos
distinguir en ella varios niveles:
a) En primer
lugar, es el mundo o universo “visto desde dentro”: la voluntad de poder es su
más íntima esencia, y toda acción, todo proceso, todas las causas y efectos no
son más que manifestaciones de esta voluntad de poder[4].
b) La
voluntad de poder es también la esencia de la vida: “Allí donde hay vida hay
voluntad, pero no simple voluntad de vivir, sino voluntad de dominio”[5].
En este nivel la voluntad de poder incluye todos los impulsos vitales y
psíquicos, todo aquello que se dirige al conocimiento o a la acción, en
especial los instintos.
c)
Finalmente, en el caso del hombre la voluntad de poder es también “voluntad de
querer” y voluntad de crear, sobre todo crear valores (ver punto 8.2.3).
6. El eterno retorno.
Nietzsche
narra la inspiración que, en agosto de 1881, le llevó al pensamiento
central de su obra Así habló Zaratustra: el eterno retorno[6].
Este pensamiento es la afirmación suprema de la vida, ya que esta no se
prolonga en un “más allá” que, para Nietzsche, es igual a “la nada”, sino que
es la misma vida que vuelve infinitas veces. Por eso cada instante se
vuelve eterno e infinitamente valioso, y la vida entera encuentra su sentido y
finalidad en sí misma.
La “prueba”
racional del eterno retorno es la siguiente: El mundo o universo consiste
en un sistema de fuerzas, cuya magnitud total es finita e inalterable
(principio de conservación de la energía). La evolución de esta fuerza da lugar
a los diversos estados posibles del Universo. Dado que el tiempo es infinito, y
los estados posibles finitos, cada uno de estos estados posibles se ha
realizado ya y debe seguir realizándose infinitas veces.
7. El conocimiento: irracionalismo y
perspectivismo.
La actitud de Nietzsche ante el conocimiento puede
ser calificada como irracionalismo: desconfianza frente a la razón y el
ideal de esta, “la verdad”. Este punto de vista aparece ya desarrollado en el
temprano escrito Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1872).
En dicho texto Nietzsche razona que el llamado “amor a la verdad” se basa en el
olvido: olvido que lleva a creer que la verdad es lo opuesto al engaño cuando
en realidad es solo una forma de engaño. El engaño es el medio natural de
supervivencia del ser que, por carecer de otras formas de defensa, solo dispone
de la inteligencia: esta aparece al servicio de la vida y este servicio lo
realiza mediante el engaño. Ahora bien, hay un engaño que se lleva a cabo
siguiendo unas reglas y convenciones y a este lo llamamos “verdad” (la verdad
es, según Nietzsche, “mentir de acuerdo con una convención, mentir
borreguilmente”).
El proceso o genealogía por el cual se alcanza el
“sentimiento de verdad” puede describirse de la siguiente manera:
1) El hombre es afectado, recibe una impresión por
medio de los sentidos.
2) Tal impresión es interpretada; en
principio se hace uso de símbolos y metáforas para aludir a una realidad en sí
incognoscible.
3) Las metáforas acaban siendo consagradas por el
uso, nos habituamos a ellas y confundimos este hábito con la necesidad de la
metáfora misma (nos olvidamos de su origen): en ese momento se convierten en conceptos.
4) Una vez inventados los conceptos, inventamos el
mundo al que estos conceptos corresponden: el “mundo ideal” o de las entidades
permanentes (como existe el concepto “árbol”, cuyo significado no es ninguno
de los árboles reales, suponemos que estos últimos son copias imperfectas del
verdadero árbol o árbol en sí).
5) Solo cabe
hablar de “verdad” en referencia a este “cielo conceptual”, construcción
humana de principio al fin en la que solo encontraremos lo que nosotros mismos
hemos puesto.
En este texto, todavía bajo
la influencia de Schopenhauer, Nietzsche parece admitir una “realidad en sí”;
más adelante, rechazará dicha idea e identificará “realidad” con “apariencia”
o “fenómeno”. El conocimiento (pensará Nietzsche en su madurez) es siempre de
relaciones: no hay “cosa en sí”, ya que, si suprimimos las relaciones, no queda
cosa alguna. Lo que alcanzamos es, por tanto, una perspectiva o
interpretación de algo en relación a nosotros: de ahí que a esta teoría del
conocimiento, recuperada después por Ortega y Gasset, se le llame perspectivismo.
Escribe Nietzsche en La
voluntad de poder: “Contra el positivismo que se limita al fenómeno, ‘solo
hay hechos’, os diría yo: no, hechos precisamente no los hay, lo que hay son
interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí; quizá sea absurdo pretender
semejante cosa.”
8. La crítica de la cultura occidental.
El contenido
de la crítica nietzscheana a la civilización occidental puede resumirse en
una frase: Se trata de una civilización decadente o enferma, que ha sustituido
los valores que nacen de la vida en crecimiento por aquellos que representan su
negación. Por eso la verdadera esencia de esta cultura es el nihilismo
o “voluntad de la nada”.
8.1. Crítica a la ciencia y a la
metafísica.
Como ya está dicho más arriba (punto 4), Nietzsche
rechaza la noción metafísica de “ser permanente” como opuesto al cambio o
“devenir”. Toma como ejemplo más acabado de metafísica el platonismo, con su
invención de un “trasmundo” o mundo de las realidades en sí enfrentado con el
mundo de las apariencias sensibles. Aparte de un engaño del lenguaje (ya que este
presupone la existencia de sujetos permanentes e inmutables)[7],
hay aquí una razón moral: se inventa un mundo ideal porque se rechaza el real,
este en el que vivimos.
La ciencia
moderna prolonga el error de la metafísica, al intentar someter los sentidos a
la razón (leyes físico-matemáticas) imaginando un “orden racional” inmutable
detrás de los fenómenos.
8.2. Crítica a la moral.
8.2.1. El origen de las
valoraciones morales.
Nietzsche critica la moral tradicional, especialmente la
judeocristiana. Para ello estudia la genealogía de los conceptos “bueno” y “malo”,
mostrando que en un principio la idea de “bueno” iba unida a las de “poderoso”,
“aristocrático”, “fuerte”, etc. (primero se refería al hombre noble y poderoso,
y en segundo lugar a las acciones propias de este hombre noble y poderoso). Por
el contrario, “malo” significaba “despreciable”, “cobarde”, “débil”, etc. Estos
significados surgieron de las relaciones de dominio entre los pueblos. La
antítesis noble/plebeyo recoge el primitivo significado de la moral, lo que
Nietzsche llama “moral de los señores”, cuyos valores nacen de la fuerza y de
la afirmación de la vida.
Nietzsche
fundamenta este punto de vista con unos razonamientos filológicos cuando menos
curiosos, aunque en general no han sido aceptados por los filólogos
posteriores. Así, en alemán schlecht (malo) es, en su origen, idéntico a
schlicht (simple, llano: el hombre del pueblo); gut (bueno)
podría proceder de Goth (godo: la raza noble y dominante). El latín malus
puede ser una modificación del griego melos (negro), que sería la
denominación que los rubios dominadores arios darían a los pueblos dominados,
de tez y cabello morenos, etc.
De modo contrapuesto a la originaria forma de valorar, nace la llamada
“moral de los esclavos” de la debilidad y el odio contra los poderosos. El
hombre débil, que no puede descargar su fuerza contra el poderoso, necesita de
una venganza imaginaria (resentimiento), y en virtud de este resentimiento
considera “malvado” al que le perjudica y “bueno” a su opuesto (el hombre
obediente, compasivo, moderado en sus apetitos, etc.). Los valores propios de
esta moral son la obediencia, la compasión, la no violencia, la castidad, etc.,
valores todos ellos que nacen, no de la vida en expansión y crecimiento, sino
de la vida enferma o decadente.
8.2.2. Rebelión de los esclavos:
Inversión de los valores.
En la cultura occidental la moral de los esclavos
ha acabado imponiéndose sobre la moral de los señores, invirtiendo el sentido
primitivo de los valores morales (bueno = aristocrático, malo = despreciable).
Para Nietzsche, el judaísmo es el iniciador de esta inversión, por la cual el
bueno o “amado de Dios” es el pobre, enfermo, débil, desgraciado, etc. El
cristianismo extendió por todo el mundo la inversión judía de los valores, encarnada
en la idea de un Dios sufriente que salva a los hombres, culpables de su muerte
en la cruz y que solo pueden redimir esta culpa mediante la negación de la vida
(ascesis: sacrificio, abnegación, renuncia al egoísmo).
Sin embargo, el ideal de la vida ascética es, en su sentido más profundo,
nihilismo (querer la nada): rechazo de todo lo humano, lo sensitivo, lo
material y corpóreo. La moral judeocristiana consiste en negaciones (de todo
lo relacionado con la vida) más que en afirmaciones.
8.2.3. El hombre como creador de valores.
En la
filosofía nietzscheana no se puede hablar de valoraciones acertadas o equivocadas
(objetivamente y para todos), ya que, como hemos visto, Nietzsche rechaza la
idea de “verdad”, también por tanto cualquier “verdad moral objetiva”.
“La ‘virtud’, el ‘deber’, el
‘bien en sí’, el bien con un carácter de impersonalidad y validez universal,
son fantasmagorías en las que se expresa la decadencia... Lo contrario es
presentado por las más profundas leyes de la conservación y el crecimiento: que
cada cual invente su virtud, su imperativo categórico.” (El
Anticristo, n. 11).
Es el hombre quien crea los valores, ya que,
al conocer las cosas, las estima como buenas y malas (siendo tanto esta
valoración como el supuesto conocimiento “objetivo” una perspectiva, una
relación del hombre con todo aquello que le rodea; relación que no puede
suprimirse, ya que, como hemos dicho [punto 7, nota a pie de página], no hay
ninguna “cosa en sí” o realidad subsistente detrás de las relaciones).
Sí podemos
distinguir entre valores que nacen de la afirmación y crecimiento de la vida y
otros que son propios de la vida decadente o enferma (“llamo corrompido a un
animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos..., cuando prefiere
lo que le es perjudicial”). Los primeros, que son los que Nietzsche pretende
recuperar mediante una “transmutación de todos los valores”, son los propios
del hombre dionisíaco, de la “moral de los señores”, mientras que los valores
de la decadencia son los defendidos por la moral judeocristiana.
Un texto de El Anticristo,
n. 2, resume perfectamente las opiniones de Nietzsche sobre cuestiones
morales:
“¿Qué es bueno? Todo lo que
aumenta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder
mismo.
“¿Qué es malo? Todo aquello
en lo que se origina la debilidad.
“¿Qué es la felicidad? El
sentimiento de que el poder crece, de que se vence una resistencia.
“No sosiego, sino más
poder; no paz por encima de todo, sino guerra; no virtud, sino
habilidad...
“Los débiles y fracasados
deben perecer: primera tesis de nuestro amor a los hombres. Y además hay que
ayudarles a ello.
“¿Qué es más perjudicial que
todos los vicios? La compasión efectiva con todos los débiles y fracasados – el
cristianismo.”
8.3. Crítica política.
Para Nietzsche, el Estado no nace de ningún
“contrato social”, sino de la imposición por la fuerza de una minoría
conquistadora sobre un pueblo conquistado. A partir de este hecho, Nietzsche
rechaza todo igualitarismo como propio de la “moral del rebaño”. De ahí su
desprecio de la democracia y el socialismo, propugnando en cambio el gobierno
de una minoría de “hombres superiores”[8].
8.4. Crítica a la religión: La “muerte de
Dios”.
El ateísmo de
Nietzsche no aduce ninguna prueba de la no existencia de Dios: simplemente,
rechaza a Dios por ser la negación de la vida. “El concepto de Dios ha sido
inventado como antinomia contra la vida; en él se resume, en unidad espantosa,
todo lo que es dañino, venenoso, calumniador, toda la enemistad contra la
vida”, escribe en su libro Ecce homo. “Dios” es, por tanto, la síntesis
y conclusión lógica de toda la moral antinatural, de todos los antivalores: es
“la nada” que sostiene el edificio entero de una cultura decadente. Y el
cristianismo es un verdadero nihilismo, ya que “coloca el centro de
gravedad de la vida no en la vida misma, sino en el ‘más allá’, en la nada”
(El Anticristo, n. 43)[9].
La muerte
de Dios, proclamada por Zaratustra, es la condición necesaria para que el
“hombre nuevo” así liberado de las viejas esclavitudes pueda crear una nueva jerarquía
de valores.
9. El superhombre.
En Así habló Zaratustra,
Nietzsche expresa una idea clave: “el hombre es algo que debe ser superado”. A
esta “superación del hombre” se le llama superhombre, pero es en
realidad una forma nueva de ser hombre: el hombre creador de nuevos valores,
orgulloso de sí mismo, definidor del bien y del mal (como el Dios de la antigua
religión). A falta de definiciones precisas, Nietzsche echa mano de las
metáforas: el superhombre es como un niño que se mueve por la vida como si
fuera un juego, sin prejuicios morales, sin cálculos utilitarios, valorando
cada instante sobre todas las cosas.
[1]Schopenhauer
(1788-1860) fue un filósofo idealista (aunque enemigo acérrimo de Hegel),
intérprete de Kant desde la filosofía india (mundo como ilusión) y el
inmaterialismo de Berkeley (la materia como idea o representación mental),
que pone la esencia de la realidad o “cosa en sí” en una voluntad que escapa a
la razón. Su obra principal es El mundo como voluntad y representación.
[2]En
los últimos días de su vida consciente, Nietzsche firmaba sus cartas
como “Dionisos”. Su libro Ecce homo concluye
con la frase: “¿Me habéis comprendido? ¡Dionisos frente al Crucificado!”.
[3]Voluntad
de poder: “deseo insaciable de mostrar potencia, o empleo, ejercicio del poder
como instrumento creador” (Nietzsche: La voluntad de poder, 635).
[4]En
este punto Nietzsche fue hasta el final seguidor de Schopenhauer, quien veía la
realidad en sí del mundo como voluntad, no como “representación”. Curiosamente,
y a pesar de la coincidencia de las tesis fundamentales, en sus obras de
madurez Nietzsche trata a Schopenhauer con enorme desprecio.
[5]Así
habló Zaratustra. De la superación de sí mismo.
[6]“Voy a contar ahora la historia
del Zaratustra. La concepción fundamental de la obra, el pensamiento
del eterno retorno, esa fórmula suprema de afirmación a que puede llegarse
en absoluto, - es de agosto del año 1881: se encuentra anotado en una hoja a
cuyo final está escrito: «A 6.000 pies más allá del hombre y del tiempo». Aquel día caminaba yo junto al lago de
Silvaplana a través de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en
forma de pirámide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino ese
pensamiento.”
[7]“Nada
posee tan ingenua fuerza de persuasión como el error del ser... Los
mismos adversarios de los eleáticos sucumbieron a la seducción de su concepto
del ser; Demócrito, entre otros, cuando encontró su átomo... La razón es
el lenguaje: ¡Oh, qué vieja hembra engañadora! Yo creo que no nos vamos a
desembarazar de Dios porque creemos aún en la gramática.”
[8]Un
punto muy discutido de la filosofía de Nietzsche es el de su racismo. Nietzsche
odia el judaísmo como religión y moral, pero no es, sin embargo, antisemita:
de hecho, rechaza el antisemitismo de sus contemporáneos. Es cierto que el
nacionalsocialismo utilizó textos de Nietzsche, pero el concepto nietzscheano
de “raza superior” no coincide con el de Hitler: Nietzsche piensa más bien en
un tipo superior de hombre obtenido por sucesivos cruces entre individuos de
las “razas puras” actualmente existentes, concretamente tres: la aria o germánica,
la judía y la rusa.
[9]Hay
que decir, sin embargo, que Nietzsche habla con cierta simpatía de Jesús de
Nazaret (cuya personalidad acierta a entrever por debajo de las
contradicciones de los evangelios), que vive una vida al margen de la moral
y religión judías, pero cuya predicación fue judaizada por todos los que
después se llamaron cristianos, empezando por San Pablo (“solo hubo un
cristiano, y ese murió en la cruz”). En otro lugar se refiere, sin embargo, a
Poncio Pilato como el único personaje positivo del Nuevo Testamento, ya que
hace la pregunta que acaba con todas las querellas teológicas (“¿y qué es la
verdad?”) y “se lava las manos”, es decir, muestra absoluta indiferencia, ante
la suerte de un judío más, un judío como cualquier otro judío.
Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía: índice de entradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Añade un comentario