lunes, 8 de enero de 2018

Si Dios fuera una calculadora infinita... (Leibniz)

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 15


          Mencionábamos en la entrada sobre Descartes la contradicción en que incurre dicho autor entre planteamiento y solución del llamado problema psicofísico, también conocido como problema de la comunicación de las sustancias. No pasó mucho tiempo antes de que los propios seguidores de Descartes, tanto o más racionalistas que él, trataran de rectificar al maestro.
          En un conocido texto que compara alma y cuerpo con dos relojes sincronizados, Leibniz rechaza tanto la explicación de la influencia mutua (un reloj provoca que el otro marque la misma hora) como la de un vigilante en permanente tarea de sincronizarlos, prefiriendo la que todo el mundo tiene por verdadera, esto es, que los dos relojes funcionan de forma sincronizada porque fueron diseñados para funcionar así.
          En realidad, la metáfora de los relojes simplifica el problema, tanto en cuanto a las posibles explicaciones (Leibniz no incluyó alguna más que de seguro conocía) como en cuanto a la solución propuesta: no vale solo para dos relojes, sino para una cantidad enorme de ellos. Vayamos por partes y veamos hasta dónde nos lleva un asunto que a primera vista parece tangencial, pero que realmente toca la esencia misma del Racionalismo como visión del mundo.
          La primera de las explicaciones rechazadas (uno de los relojes influye en el otro para que marque la misma hora, y viceversa) corresponde evidentemente a la teoría cartesiana: hay un "puente" que une alma y cuerpo posibilitando su interacción. El problema, según el propio Descartes, es que alma y cuerpo, res cogitans y res extensa, no son como dos relojes distintos pero al fin y al cabo parecidos; al contrario, el alma es pensamiento y no extensión y el cuerpo es justamente lo opuesto: no se ve cómo podría ser la entidad intermedia que sirva para su comunicación. ¿La glándula pineal es acaso un cuerpo pensante, o un pensamiento extenso?
Si cada reloj funciona autónomamente, ¿por qué aparecen sincronizados?
          La segunda explicación se debe a Malebranche y se conoce como ocasionalismo: partiendo de la imposibilidad de comunicación directa entre las dos sustancias, se presupone necesario un agente interviniendo sobre una de ellas con ocasión de las acciones, en sí mismas ineficaces, de la otra. Este agente, claro está, es Dios, la única causa real de todo lo que ocurre (la distinción escolástica entre "causa primera" y "causas segundas" es suprimida). Pero un cristiano como Malebranche no puede evitar la pregunta: ¿podría ser un Dios bondadosísimo el causante, directo y único, de las acciones pecaminosas, incluyendo los crímenes más horribles?
          Como hemos dicho, hay otras posibles explicaciones y es seguro que Leibniz las conocía. ¿No podrían esos dos relojes aparentemente distintos ser en realidad dos caras del mismo reloj? Es más, ¿no podría tener este reloj infinitas caras de las que solo conocemos dos? Traducido a nuestro problema, lo extenso y lo pensante no son dos sustancias distintas, sino dos aspectos de la misma y única sustancia: es la propuesta de Spinoza.
          La solución de Leibniz es radicalmente opuesta a la de Spinoza, o quizá no tanto si la miramos más de cerca. De acuerdo con Descartes, lo que caracteriza a la sustancia es la independencia; presupuesto que asumen idénticamente Spinoza y Leibniz, pero que llevó al primero a decir que solo puede haber una (Dios o Naturaleza) y al segundo a decir que hay muchas y mutuamente incomunicadas. Para este cada sustancia es una unidad absoluta, cerrada en sí misma: no tiene extensión (que supone siempre acumulación de unidades distintas), consiste únicamente en actividad pensante. Leibniz las denomina mónadas.
          Cada alma, mente o espíritu es una mónada, y cada mónada refleja en su interior el universo entero. La percepción no consiste en ser afectado por algo externo (afección incompatible con la independencia absoluta), sino en tomar conciencia de la propia actividad. La vida mental de cada mónada es como un sueño (no tiene existencia fuera de ella), pero todos los sueños individuales están sincronizados como multitud de relojes marcando siempre la misma hora. A esta situación se le da el nombre de armonía preestablecida.
          Como es fácil adivinar, la posibilidad de la armonía preestablecida depende estrictamente de la existencia de un Sumo Calculador, expresión que, según creo, recoge la concepción leibniziana de Dios: Dios tiene la infinita capacidad de programar exactamente el funcionamiento de cada mónada para que todas actúen armónicamente. Sin embargo, desde nuestro limitado punto de vista (quizá no desde la infinitud y la eternidad del punto de vista divino), esta descripción deja fuera otro aspecto esencial de Dios: su bondad también infinita. Unamos estos dos aspectos, Bondad Infinita + Infinita Capacidad de Cálculo, y veamos qué es lo que resulta.
         Imaginemos a Dios en el momento de decidir qué mundo va a crear. No es imaginable (imaginaremos otra cosa, no a Dios), ni es una situación real (en Dios no hay "momentos"), pero es una ayuda para la mejor comprensión del asunto. ¿Cuántos mundos posibles, es decir, ausentes de contradicción lógica, podría haber creado? Probablemente infinitos, si no tuviéramos en cuenta el otro aspecto de la cuestión (la bondad infinita): dada esta, solo puede crear uno, aquel que sea el mejor entre todos los posibles, o sea, aquel en que la diferencia entre la totalidad de bien y la totalidad de mal sea la máxima posible. Lo cual se entiende razonando que, si elimináramos cualquier cantidad de mal, lo haríamos necesariamente al precio de eliminar también una cantidad mayor de bien: por ejemplo, un crimen podría haber sido evitado si el criminal no fuera libre, pero privando de libertad a las personas les privaríamos también de todos los méritos morales.
          Llegamos así a una única conclusión posible: todo lo que ocurre es necesario y todo lo que es necesario debe ocurrir. Los hechos que suceden o sucederán forman parte esencial de ese único mejor mundo posible que Dios programó desde la eternidad y que cualquiera que tuviera su misma capacidad de cálculo podría haber previsto también... o podría deducir ahora mismo partiendo de la única premisa que, al desplegarse de forma enteramente lógica, da lugar al universo entero: vivimos en el mejor mundo posible. Desde este punto de vista, la diferencia entre verdad de razón (lógicamente deducible) y verdad de hecho (conocida por experiencia) se vuelve relativa y únicamente justificada por nuestra propia ignorancia: todo lo que sucede, también lo que conozco por experiencia, sucede por una razón suficiente que explica que suceda eso y no otra cosa.
          Es cierto: todo esto no puede comprobarse (ni refutarse) experimentalmente. Lo cual, creo, no preocuparía excesivamente a Leibniz: una vez que asumimos como nuestra la perspectiva de la divinidad la experiencia se vuelve innecesaria y solo cuentan la coherencia y necesidad lógicas.

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