lunes, 8 de enero de 2018

De Locke a Hume, pasando por Berkeley

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 16



Contra Descartes y los racionalistas, Locke rechaza la existencia de ideas innatas: si las hubiera, habría también conocimientos poseídos por todo el mundo; pero es evidente que no los hay, como comprobaremos fácilmente si pensamos en los niños o en los pueblos salvajes. En consecuencia, Locke declara que la mente humana al nacer es una tabula rasa, como una hoja de papel en blanco, y que las ideas se escriben en ella como resultado de la acción de los sentidos: las primeras ideas son por tanto sensaciones.
Ahora bien, una vez que tenemos ideas nada nos impide hacer de las mismas objeto de conocimiento. Locke llama reflexión al conocimiento que tiene la mente sobre lo que ocurre en su interior. Es, junto a la sensación, el origen de todos nuestros conocimientos.
Locke, Berkeley y Hume, y sus principales obras
Al igual que Descartes, Locke piensa que todo lo que conocemos es, por eso mismo, una idea que está en nuestra mente: pensamos que algunas de estas ideas representan cosas u objetos externos a la mente, pero eso es más bien una deducción que una certeza inmediata[1]. De hecho, Locke no cree que todas las ideas sean copias exactas de realidades externas: sí lo son las llamadas cualidades primarias, puesto que sin ellas es imposible concebir cuerpo alguno (nos referimos a la solidez o extensión, figura, tamaño, movimiento, etc.); pero otras ideas como el color, sabor, olor, etc. (llamadas cualidades secundarias) no corresponden realmente a propiedades de los cuerpos, aunque hay que suponer que sí se halla en dichos cuerpos la causa de que aparezcan en nuestra mente.
Aun partiendo de principios opuestos a los de Descartes, Locke llega a conclusiones parecidas: tenemos una certeza total e inmediata (intuitiva) sobre nuestra existencia y la de nuestras ideas; en cuanto a nuestro conocimiento sobre Dios y el mundo exterior, llegamos a él de forma no intuitiva, sino demostrativa, aplicando en ambos casos la idea de causa: nuestras ideas han de tener una causa, y esta son los objetos exteriores a la mente a cuyo conjunto llamamos “mundo”; y el propio mundo debe tener una causa a la que damos el nombre de “Dios”[2].
Ya en el siglo XVIII, Berkeley, que además de filósofo era sincero creyente en Dios y llegaría a ser obispo, decidió atacar con todas sus armas lo que él veía como la base del materialismo e incluso del ateísmo, el concepto mismo de res extensa o sustancia material: algo dotado de realidad propia al margen de la mente. La forma de reducir a la nada dicho concepto fue profundizar en el empirismo de Locke: si nos atenemos a las sensaciones, no encontraremos ningún motivo para distinguir entre cualidades primarias u objetivas y secundarias o subjetivas, pues las dos clases aparecen siempre juntas en la experiencia. Todas las sensaciones son subjetivas: no pueden existir fuera de un sujeto o mente. Y decir que unas sensaciones representan o se parecen a algo fuera de la mente equivale a sostener que una idea puede asemejarse a una no-idea, o sea, poner nombres a cosas que ni siquiera entendemos (solo conocemos ideas: decir que conocemos lo que está fuera de la mente es una contradicción en los términos). En consecuencia, concluye Berkeley, esse est percipi aut percipere, ser es ser percibido (estar en una mente) o percibir (ser una mente): fuera de la mente no hay nada.
Lo material solo existe como contenido de la mente (sentido más que pensado). ¿Cómo distinguir entonces, si todo es mental, la realidad de la fantasía? Berkeley contesta: como lo hacemos habitualmente, o sea, comprobando las propias características de la idea (precisión, vivacidad) y sobre todo comprobando si dicha idea encaja en la totalidad de la experiencia. ¿Y qué ocurre con los objetos no percibidos, acaso dejan de existir? No, por la sencilla razón de que siempre hay una mente percibiendo todas las cosas que existen: la mente de Dios (para Berkeley se trata de una prueba definitiva de su existencia, lo cual es difícil negar si aceptamos su premisa “ser es percibir o ser percibido”… salvo que optemos por una constante aparición y desaparición de objetos según sean percibidos o no)[3].
Sin quererlo, Berkeley preparó el camino al escepticismo antimetafísico de Hume, quien extendió la crítica a la sustancia material a las otras dos sustancias de la metafísica cartesiana (el alma y Dios) y rompió los lazos entre filosofía y religión que Berkeley hizo todo lo posible por mantener.


[1] Tanto Descartes como Locke son filósofos representacionistas, es decir, creen que el objeto inmediato de nuestro conocimiento (las ideas) son representaciones de realidades que solo conocemos por medio de ellas.
[2] La diferencia entre Descartes y Locke está en el orden de la demostración: En Descartes, es necesario conocer primero la existencia de Dios para estar seguros después de la realidad del mundo; por el contrario, Locke deduce primero la existencia del mundo y después la de Dios como causa del mundo.
[3] Recordemos que Leibniz también consideraba la percepción como conciencia por la mente de su propia actividad, consistente en reflejar el universo entero como en un sueño sincronizado con los sueños de las demás mentes o mónadas, y que en último término el responsable de esta sincronía multimonádica es Dios. En Berkeley, la actividad perceptora de Dios crea la realidad provocando su percepción por las mentes finitas. Vemos cómo el racionalismo de Leibniz y el empirismo de Berkeley acaban llegando a parecidas conclusiones.

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