martes, 2 de enero de 2018

Persiguiendo la certeza (Descartes)


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 14


Descartes pretende dar por no ocurrida la historia de la filosofía
Si queremos resumir en una expresión lo más característico del pensamiento de Descartes, esta expresión puede ser: “búsqueda de la certeza”. Insatisfecho con la enseñanza filosófica recibida, e insatisfecho sobre todo porque en ella se le aconsejaba conformarse con lo verosímil (“lo que parece verdad”, aunque no lo sea), Descartes decide dar por no ocurrida toda la historia de la filosofía hasta entonces y empezar desde cero, poniendo el cimiento sólido sobre el cual se apoye todo el edificio del conocimiento. ¿Qué cimiento es ese? Debe ser, por supuesto, algo indudable, pues si por algún motivo se pudiera tener la más mínima duda de su verdad esa sospecha se extendería a todo el edificio construido sobre él.
De esta forma Descartes procede por eliminación, rechazando primero cualquier candidato a conocimiento cuya falsedad sea posible, siquiera mínimamente posible. ¿Puedo fiarme de los sentidos? Si me han engañado alguna vez (como cuando veo que un palo sumergido en el agua se tuerce), pueden hacerlo siempre: no son, por tanto, de fiar. ¿Puedo, al menos, estar seguro de la realidad del mundo en el que creo estar viviendo? No, pues podría estar soñando; es más: podría ocurrir que todo aquello a lo que llamo “mi vida” sea un sueño. Pero, aun así, ciertas evidencias simples, cuya verdad se conoce apenas se comprenden, como “dos y tres son cinco” seguirían siendo verdaderas (reales o soñadas, dos manzanas y tres manzanas serán siempre cinco manzanas). O tal vez no: podría ocurrir que cierto “genio engañador” con poder sobre mi mente me hiciera ver como verdad indudable lo que es falso, o simplemente que mi mente (que no sé si es producto de una creación divina, o más bien de un demonio maligno o del ciego azar) no tiene ninguna garantía que asegure su correcto funcionamiento...
Pero todos estos motivos de duda no afectan a la única verdad indudable: “yo existo” o, lo que es lo mismo, “yo pienso” (puesto que, al dudar del pensamiento, ya estoy pensando y por tanto afirmo lo que pretendía negar). Puedo dudar de mí mismo como cuerpo (cabeza, ojos, manos, cerebro...), pero no de mí mismo como pensamiento o res cogitans.
Ahora bien, ¿cómo pasar de la existencia de mi mente pensante a la de una realidad externa a esta mente? Descartes responde: en mi mente encuentro una idea, la de ser perfecto e infinito (Dios), que ni he recibido por los sentidos ni he podido producir yo mismo[1], sino que debe existir en mi mente desde siempre (es innata), por lo que no puede tener otro origen que el mismo ser perfecto e infinito, que la puso en mí a modo de firma o “sello de fábrica”.
Aparte de este razonamiento, que es específicamente cartesiano, Descartes propone otras dos pruebas de la existencia de Dios similares a las ofrecidas por otros autores. La primera parte del yo pensante y concluye que Dios es la única causa posible de su existencia (ya que la causa de un ser pensante solo puede ser otro ser pensante y, como el primero posee la idea de infinitud, su causa debe ser infinita). En cuanto a la otra prueba, se trata del argumento ontológico, básicamente idéntico al de San Anselmo: se entiende por “Dios” el ser que reúne todas las perfecciones, existir es una perfección, luego Dios existe (ya que negarlo es una contradicción: afirmar que al ser omniperfecto le falta una perfección, la existencia)[2].
No solo puedo saber que Dios existe, sino que al saberlo encuentro la garantía de que mi razón puede conocer la verdad: un ser perfecto e infinito no podría haberla hecho de otro modo. Ahora bien, la verdad que Dios garantiza es aquella que la propia razón comprende como indudable o cierta, ya que si afirmo lo que es dudoso y me equivoco la culpa del error será mía, no de Dios. Descartes establece que los conocimientos ciertos son aquellos que cumplen dos condiciones:
a) Claridad, es decir, conocimientos totalmente comprensibles, sin partes oscuras o mal comprendidas.
b) Distinción, es decir, conocimientos enteramente separados de cualesquiera otros y no confundidos con ellos.
O lo que es lo mismo, evidencia o intuición intelectual: aquello que, cuando se comprende, se comprende que no puede ser de otro modo. Si aplicamos este criterio a nuestra ciencia sobre el mundo natural (res extensa), descubriremos que solo podemos estar seguros de cualidades como la extensión o el movimiento, expresables por medio de números y totalmente comprensibles por la razón, mientras que otras como el color, el sabor o en general las sensaciones son dudosas por oscuras, confusas o ambas cosas.
Yo mismo, que me he conocido primero como pensamiento, creo naturalmente servirme de un cuerpo extenso que considero mío, evidencia tan poderosa e irrenunciable que su negación equivaldría a tomar por mentiroso al autor de mi mente, Dios. Una vez admitida la realidad de dos sustancias independientes y mutuamente excluyentes (alma y cuerpo, res cogitans y res extensa) formando ambas parte del ser humano total, ¿cómo entender que influyan una en la otra? Es cierto que podríamos equiparar el cuerpo a una máquina en lo que se refiere a los movimientos reflejos, pero no en las acciones voluntarias. Descartes supone la existencia de una “ventana” que sirve de comunicación a mente y cuerpo, y la identifica con la glándula pineal[3].
Los animales, al ser solo res extensa, funcionan como máquinas
El saber filosófico se construye, por tanto, al modo de las matemáticas: partimos de lo evidente o intuitivo (claro y distinto) y avanzamos de verdad en verdad deductivamente aplicando los principios metodológicos de análisis (reducir lo complejo a elementos simples), síntesis (reordenar los elementos simples conservando la claridad y distinción) y enumeración (revisión cuidadosa de todos los pasos).
Otra cosa son los saberes prácticos: moral, política y religión (descontando la parte de esta que es racionalmente demostrable), campos en los que Descartes renuncia a la certeza absoluta para proponer una aceptación provisional de las normas ya establecidas, que no debemos pretender cambiar mientras no poseamos evidencia de su maldad.

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[1] Descartes afirma el carácter innato de la idea de infinito basándose en un razonamiento como este: no ha llegado a la mente por los sentidos (pues nunca hemos visto ni sentido nada infinito), ni tampoco ha sido fabricada por la propia mente. ¿Y cómo sabemos esto último? Porque, si así fuera, la mente podría aumentar, disminuir o modificar una idea que ella misma ha construido, lo que no está dentro de sus posibilidades (una vez que comprendo qué significa lo infinito, comprendo que no puedo cambiar nada de dicha idea).
[2] Hay que advertir que Descartes no pone el argumento ontológico al mismo nivel que las otras dos pruebas, sobre todo la primera (básicamente autosuficiente). De hecho, no aparece en el mismo lugar que ellas sino más adelante (en la 5ª “meditación metafísica” en vez de en la 3ª, que es la que trata específicamente de la existencia de Dios). Esto se debe a que, para Descartes, solo podemos asegurar la validez del argumento ontológico cuando contamos con la garantía divina del conocimiento, es decir, cuando ya sabemos que Dios existe.
[3]Descartes no puede evitar la contradicción entre el planteamiento del problema (dos sustancias de propiedades opuestas que no pueden entrar en comunicación) y la pseudosolución que ofrece. Autores racionalistas como Malebranche, Spinoza y Leibniz buscarán soluciones más coherentes con el planteamiento del propio Descartes.

Las ilustraciones son fotogramas de la película "Descartes", dirigida por Roberto Rossellini.
 
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