Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 14
Descartes pretende dar por no ocurrida la historia de la filosofía |
De esta forma Descartes procede por eliminación, rechazando
primero cualquier candidato a conocimiento cuya falsedad sea posible, siquiera mínimamente posible.
¿Puedo fiarme de los sentidos? Si me han engañado alguna vez (como cuando veo
que un palo sumergido en el agua se tuerce), pueden hacerlo siempre: no son,
por tanto, de fiar. ¿Puedo, al menos, estar seguro de la realidad del mundo en el que creo estar viviendo? No, pues podría estar soñando; es más: podría ocurrir que
todo aquello a lo que llamo “mi vida” sea un sueño. Pero, aun así, ciertas
evidencias simples, cuya verdad se conoce apenas se comprenden, como “dos y
tres son cinco” seguirían siendo verdaderas (reales o soñadas, dos manzanas y
tres manzanas serán siempre cinco manzanas). O tal vez no: podría ocurrir que
cierto “genio engañador” con poder sobre mi mente me hiciera ver como verdad
indudable lo que es falso, o simplemente que mi mente (que no sé si es producto
de una creación divina, o más bien de un demonio maligno o del ciego azar) no
tiene ninguna garantía que asegure su correcto funcionamiento...
Pero todos estos motivos de duda no afectan a la
única verdad indudable: “yo existo” o, lo que es lo mismo, “yo pienso” (puesto
que, al dudar del pensamiento, ya estoy pensando y por tanto afirmo lo que
pretendía negar). Puedo dudar de mí mismo como cuerpo (cabeza, ojos, manos,
cerebro...), pero no de mí mismo como pensamiento o res cogitans.
Ahora bien, ¿cómo pasar de la existencia de mi
mente pensante a la de una realidad externa a esta mente? Descartes responde: en mi mente encuentro una idea, la de ser perfecto e infinito (Dios), que ni he
recibido por los sentidos ni he podido producir yo mismo[1], sino
que debe existir en mi mente desde siempre (es innata), por lo que no
puede tener otro origen que el mismo ser perfecto e infinito, que la puso en mí
a modo de firma o “sello de fábrica”.
Aparte de este razonamiento, que es específicamente
cartesiano, Descartes propone otras dos pruebas de la existencia de Dios
similares a las ofrecidas por otros autores. La primera parte del yo pensante y
concluye que Dios es la única causa posible de su existencia (ya que la causa
de un ser pensante solo puede ser otro ser pensante y, como el primero posee la
idea de infinitud, su causa debe ser infinita). En cuanto a la otra prueba, se
trata del argumento ontológico,
básicamente idéntico al de San Anselmo: se entiende por “Dios” el ser que reúne
todas las perfecciones, existir es una perfección, luego Dios existe (ya que
negarlo es una contradicción: afirmar que al ser omniperfecto le falta una
perfección, la existencia)[2].
No solo puedo saber que Dios existe, sino que al
saberlo encuentro la garantía de que mi razón puede conocer la verdad: un ser
perfecto e infinito no podría haberla hecho de otro modo. Ahora bien, la verdad
que Dios garantiza es aquella que la propia razón comprende como indudable o
cierta, ya que si afirmo lo que es dudoso y me equivoco la culpa del error será
mía, no de Dios. Descartes establece que los conocimientos ciertos son aquellos
que cumplen dos condiciones:
a) Claridad,
es decir, conocimientos totalmente comprensibles, sin partes oscuras o mal
comprendidas.
b) Distinción,
es decir, conocimientos enteramente separados de cualesquiera otros y no
confundidos con ellos.
O lo que es lo mismo, evidencia o intuición intelectual: aquello que, cuando se comprende, se comprende que no puede ser de otro modo. Si aplicamos este criterio a nuestra ciencia
sobre el mundo natural (res extensa), descubriremos que solo podemos estar
seguros de cualidades como la extensión o el movimiento, expresables
por medio de números y totalmente comprensibles por la razón, mientras que
otras como el color, el sabor o en general las sensaciones son dudosas por
oscuras, confusas o ambas cosas.
Yo mismo, que me he conocido primero como pensamiento, creo naturalmente servirme de un cuerpo extenso que considero mío, evidencia tan poderosa e irrenunciable que su negación equivaldría a tomar por mentiroso al autor de mi mente, Dios. Una vez admitida la realidad de dos sustancias
independientes y mutuamente excluyentes (alma y cuerpo, res cogitans y res
extensa) formando ambas parte del ser humano total, ¿cómo entender que influyan
una en la otra? Es cierto que podríamos equiparar el cuerpo a una máquina en lo
que se refiere a los movimientos reflejos, pero no en las acciones voluntarias.
Descartes supone la existencia de una “ventana” que sirve de comunicación a
mente y cuerpo, y la identifica con la glándula pineal[3].
Los animales, al ser solo res extensa, funcionan como máquinas |
Otra cosa son los saberes prácticos: moral, política y religión (descontando la parte de esta que es racionalmente demostrable), campos en los que Descartes renuncia
a la certeza absoluta para proponer una aceptación provisional de las normas ya establecidas, que no debemos pretender cambiar
mientras no poseamos evidencia de su maldad.
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[1] Descartes
afirma el carácter innato de la idea de infinito basándose en un razonamiento
como este: no ha llegado a la mente por los sentidos (pues nunca hemos visto ni
sentido nada infinito), ni tampoco ha sido fabricada por la propia mente. ¿Y
cómo sabemos esto último? Porque, si así fuera, la mente podría aumentar,
disminuir o modificar una idea que ella misma ha construido, lo que no está dentro de sus posibilidades
(una vez que comprendo qué significa lo infinito, comprendo que no puedo
cambiar nada de dicha idea).
[2] Hay
que advertir que Descartes no pone el argumento ontológico al mismo nivel que
las otras dos pruebas, sobre todo la primera (básicamente autosuficiente). De
hecho, no aparece en el mismo lugar que ellas sino más adelante (en la 5ª “meditación
metafísica” en vez de en la 3ª, que es la que trata específicamente de la
existencia de Dios). Esto se debe a que, para Descartes, solo podemos asegurar
la validez del argumento ontológico cuando contamos con la garantía divina del
conocimiento, es decir, cuando ya sabemos que Dios existe.
[3]Descartes
no puede evitar la contradicción entre el planteamiento del problema (dos sustancias
de propiedades opuestas que no pueden entrar en comunicación) y la
pseudosolución que ofrece. Autores racionalistas como Malebranche, Spinoza y Leibniz buscarán soluciones más coherentes con el planteamiento del propio
Descartes.
Las ilustraciones son fotogramas de la película "Descartes", dirigida por Roberto Rossellini.
Las ilustraciones son fotogramas de la película "Descartes", dirigida por Roberto Rossellini.
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