jueves, 11 de enero de 2018

Kant: sobre la existencia de Dios



 Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 22


Kant rechaza la metafísica como ciencia, aunque la cree inevitable como disposición de la razón humana. Siempre existirá la tendencia a tratar de conocer más allá del límite del conocimiento, que Kant pone en la intuición sensible o fenómeno. “Los conceptos sin intuición son vacíos”: por mucho que queramos utilizar conceptos a priori como sustancia, causa, etc. para pensar lo que está más allá de la experiencia, no obtendremos conocimiento. Las ideas de “alma”, “mundo” y “Dios” no nos dan conocimiento, sino únicamente ideales para el conocimiento. Confundir estas ideas con realidades cognoscibles lleva a errores y contradicciones, que Kant analiza en la Dialéctica trascendental.
El problema de Dios aparece bajo dos aspectos: como objeto de (presunto) conocimiento metafísico y como postulado o presupuesto de la moralidad. Examinemos ambos.
En lo que se refiere al conocimiento teórico (Crítica de la razón pura), Kant rechaza la validez de los razonamientos metafísicos, entre ellos los que se refieren a la existencia de Dios, básicamente porque aplican conceptos puros sin referirlos a intuiciones sensibles, esto es, sin mostrar ejemplos de ellos en el campo de la experiencia.
            Podemos, sin gran esfuerzo, mostrar la invalidez de las llamadas pruebas metafísicas de la existencia de Dios. Dichas pruebas se reducen en realidad a solo tres, denominadas respectivamente argumento ontológico, argumento cosmológico y argumento físico-teológico (o teleológico). Contra la primera (el Ente realísimo u omniperfecto debe existir, pues si no fuera así le faltaría una propiedad o perfección) Kant simplemente aduce que la existencia no es un predicado más, esto es, que a las determinaciones de un ente posible no se le añade una más por el hecho de existir. De la segunda (el universo contingente requiere una causa necesaria) afirma que contiene implícito el mismo argumento ontológico y, además, que aplica el concepto de “causa” fuera del campo de los fenómenos, el único en que dicha aplicación es legítima. Y del tercero (un universo ordenado implica un creador inteligente), hacia el que expresa un respeto mayor que hacia los otros dos, aclara que partiendo del orden de la naturaleza no se concluye necesariamente en un creador supremo, sino como mucho en un demiurgo organizador, o varios.
              “Dios” no es por tanto un conocimiento, sino una idea trascendental, es decir, un ideal. La razón necesita ideales de unidad para organizar sistemáticamente los conocimientos: estos ideales o ideas son el mundo (unidad de la experiencia externa), el alma (unidad de la experiencia interna) y, por encima de ambos, Dios como la máxima unidad pensable, el ser que contiene en sí toda la realidad (Ens Realissimum). Ahora bien, hay que volver a aclarar que una cosa es admitir que la razón necesita a Dios como ideal y otra decir que la razón conoce a Dios como realidad. Kant afirma lo primero, pero niega lo segundo.
La situación cambia en lo que se refiere a la razón práctica, en la que la exigencia de someterse a la experiencia desaparece porque aquello de lo que trata, el deber moral, pertenece al ámbito de lo nouménico y carece de ejemplos en el campo de la experiencia. Desde el momento en que adquiero conciencia de la obligación moral me juzgo libre, es decir, capaz de actuar sin estar sometido a inclinaciones sensibles, y busco la realización de un mundo justo donde se dé la correspondencia entre bondad moral y felicidad. Mundo que (puesto que lo busco) creo posible, y no lo sería si no hubiera otra vida (inmortalidad) y un ser que garantizara la justicia en el otro mundo (Dios). Dicho de otra manera: buscar la justicia es creer en su posibilidad, y esta depende de la existencia de Dios. La existencia de Dios no es la conclusión de ningún razonamiento demostrativo, sino uno de los presupuestos de la actuación moral (postulado de la razón práctica).[1]

Video sobre Kant.
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[1]En sus escritos póstumos, Kant identifica expresamente Dios y razón práctica autolegisladora, sacando la consecuencia lógica: "No es Dios un ser fuera de mí, sino un pensamiento en mí".


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