Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 21
Kant hace de la pregunta “¿qué es el hombre?” la
cuarta de las cuatro grandes cuestiones de la filosofía (las otras tres son
“¿qué puedo conocer?”, “¿qué debo hacer?” y “¿qué me cabe esperar?”; en
realidad se puede decir que la cuarta sintetiza las tres primeras). De hecho,
el problema del hombre, más concretamente la libertad humana, es (como asegura
el mismo Kant) la clave de bóveda que
sostiene todo el sistema de la crítica de la razón y el punto de vista que nos
proporciona la correcta comprensión del mismo.
La libertad, clave de bóveda de la crítica de la razón |
¿Existe o no una causalidad libre? En una de
las cuatro antinomias que desarrollan la idea de “mundo”, concretamente la
tercera, Kant muestra los dos razonamientos, ambos igualmente correctos, que
llevan a conclusiones opuestas en cuanto a la forma de responder esta pregunta.
La aparente contradicción se resuelve con la distinción kantiana entre fenómeno
y noúmeno: la primera conclusión (no hay causalidad libre) se refiere al
fenómeno, mientras que la segunda (debe haber causalidad libre) se refiere al
noúmeno. Expliquemos por separado cada una de las dos afirmaciones.
En primer
lugar, el hombre es un objeto de experiencia (fenómeno) que la ciencia estudia.
La ciencia es conocimiento necesario, por tanto requiere de unas condiciones a
priori. Y estas condiciones, entre las que se encuentra el concepto de “causa”
como conexión necesaria de los fenómenos, presuponen el determinismo universal
en el sistema de la naturaleza. Por eso, para la ciencia natural no puede
hablarse de libertad, y el hombre, como parte de la naturaleza, es un objeto
sometido a leyes estrictas en las que no cabe indeterminación alguna.
Por otro lado,
el hombre se sabe sujeto a una ley, la ley moral, que en ocasiones le exige
actuar en contra de los impulsos naturales o inclinaciones. Pero saber que uno debe actuar así es saber que puede actuar así y, por tanto, que, en
contra de lo que la experiencia nos dice, la voluntad es dueña de sus propias
decisiones. Esto es posible porque, por detrás de la voluntad fenoménica que la
ciencia estudia, está la voluntad nouménica que queda más allá de la
experiencia y que, justamente por saberse libre, es el fundamento de la
moralidad.
La autonomía
de la voluntad consiste en que la voluntad o razón práctica se ordena a sí
misma el cumplimiento de la ley moral (porque, al entender que esta ley debe
ser universal, válida para todos, incluye en este “para todos” también al mismo
sujeto que lo entiende). Por eso la voluntad que acepta cumplir la ley no es
una voluntad esclava, sino libre, sometida únicamente a su propia legislación:
en esto radica la dignidad humana y
es el motivo de que todo hombre, y en general todo ser racional, deba ser
tratado siempre como fin en sí y nunca solamente como medio.
La razón
práctica llega más lejos que la razón teórica, pues, mientras la última debe
siempre aceptar la limitación de sus pretensiones por su sometimiento a la
experiencia, la primera se muestra capaz de fundamentar la libertad, autonomía
y dignidad del ser humano y, enlazándose con estas, también las creencias en
Dios y la inmortalidad.
Desarrollo del mismo tema en el video Kant, el hombre en la encrucijada.
Desarrollo del mismo tema en el video Kant, el hombre en la encrucijada.
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