Intentemos recapitular las discusiones sobre el argumento
ontológico sirviéndonos del diálogo como género literario, tradición filosófica que arranca de Platón y tiene
exponentes tan brillantes como Agustín de Hipona, Giordano Bruno, Galileo, Berkeley, Hume...
Fingiremos un diálogo filosófico entre un teísta convencido de la validez de la
prueba ontológica y un ateo que rechaza tanto el argumento ontológico como
cualquier otra prueba de la existencia de Dios. Para continuar con la ficción,
supondremos que el diálogo tiene lugar en dos días sucesivos: en el primero la
iniciativa la lleva el teísta, que expone el argumento y disuelve las primeras
objeciones basadas en la mera incomprensión; el segundo día es el ateo quien
expone las principales críticas al argumento (y que, aunque no se cita ningún
autor, corresponden aproximadamente a los puntos de vista de Kant, Gaunilón y
Tomás de Aquino), llegando al final a una conclusión en la que ambos reconocen
la dificultad del problema y que una solución de este solo es posible a partir
de una clarificación de problemas filosóficos mucho más generales. La división
del diálogo en partes y los títulos que resumen el contenido de estas, aunque
no son estrictamente necesarios e incluso pueden resultar molestos, también
pueden ayudar al lector a no perderse en la discusión.
A) Exposición del argumento ontológico.
A.1. Necesidad de poseer una idea de
Dios, incluso para negar su existencia.
T.- Mi propósito es demostrarte que
Dios existe y para ello pretendo que tú mismo te convenzas de que tus propias
ideas sobre Dios llevan necesariamente a esa conclusión.
A.- Eso es imposible, porque yo soy
ateo y, por tanto, mi única idea sobre Dios es que no existe.
T.- Lo que acabas de decir es
absurdo, porque para decir que algo no existe debes tener alguna idea de lo que
ese algo es. Por ejemplo, yo solo puedo decir que los fantasmas no existen si
sé lo que son los fantasmas. Pero si discutimos sobre la existencia de los
ruajes, como no tengo ni idea de lo que es un ruaje, no puedo decir si existe o
no.
A.- Creo que entiendo por dónde vas.
Quieres decir que, para que yo pueda decir que Dios no existe, debo saber antes
lo que significa la palabra.
T.- Exactamente.
A.- ¿Y si dijera que la palabra no
significa nada, o que no sé lo que significa?
T.- Entonces no podrías ser ateo,
por lo menos hasta que no supieras qué es aquello cuya existencia niegas.
A.- Bien, reconozco que tienes
razón, pero no veo en qué puede afectar esto a mi ateísmo. Por supuesto, yo
entiendo lo que significa la palabra "Dios" igual que la entienden
otros muchos miles de personas que, a pesar de entender la palabra, niegan la
existencia de Dios.
A.2. Posibles definiciones de la
palabra "Dios".
A.2.1. Rechazo de las
representaciones mitológicas.
T.- ¿Y qué es lo que, para ti, significa
la palabra "Dios"?
A.- Podría decirte que entiendo por
"Dios" un anciano con barba, o un animal de formas extrañas y grandes
dimensiones, o cualquiera otra de las representaciones que nos han dejado las
diferentes mitologías. Pero entonces tú me responderías que mi ateísmo es
perfectamente compatible con tu teísmo, ya que, supongo, tú también niegas que
tales seres existan. Además, cuando yo digo que Dios no existe no estoy
pensando en tales imágenes de Dios, sino en otra cosa, supongo que lo mismo que
tú piensas cuando dices que Dios existe: el ser supremo. ¿Te parece esta una
buena definición de Dios?
A.2.2. Dios como "el ser
supremo".
T.- De momento me parece solo
cambiar unas palabras por otras, aunque estas últimas tienen la ventaja de ser
más fáciles de definir. ¿Qué significa "ser supremo"?
A.- Lo dice la palabra: el superior
(en el sentido de mejor y más perfecto) de todos los seres.
T.- ¿De todos los seres que existen?
A.- Quieres tenderme una trampa,
pero no soy tan tonto. Está claro que si digo que la palabra "Dios"
significa el mayor y más perfecto de todos los seres que existen, no puedo
decir a continuación que Dios no existe, ya que yo mismo lo he incluido en el
conjunto que he llamado "seres que existen". Es algo así como si digo
que el Everest es la más alta de las montañas; evidentemente, no podría decir a
continuación que no es una montaña.
T.- Tu razonamiento es perfecto,
pero no pretendía tenderte una trampa, sino solamente precisar más la
definición. Tú mismo lo has dicho: Si definimos "ser supremo" como el
mayor y más perfecto de los seres que existen, estamos obligados a decir que el
ser supremo existe. Pero, salvo que hayas cambiado de opinión, tú dices que el
ser supremo no existe.
A.- No he cambiado de opinión.
T.- Por tanto, una de dos: o
entiendes por "ser supremo" otra cosa, o te estás contradiciendo.
A.2.3. "Ser supremo" = Lo
mayor que puede pensarse.
A.- Bien, no habría hecho falta esta
disquisición si me hubieras dejado terminar mi definición: Entiendo por
"ser supremo" el mejor y más perfecto de los seres que uno puede
pensar; y no me digas que esta definición me prohíbe negar la existencia de
Dios porque constantemente estamos pensando o imaginando cosas que no existen;
pues bien, Dios (o el ser supremo) sería una de estas cosas.
T.- Es cierto que podemos pensar en
muchas cosas que no existen, pero fíjate que no estamos hablando de cualquier
cosa, sino de "lo mayor que uno puede pensar".
A.- ¿Y en qué cambia eso lo que
antes he dicho?
A.3. Algo no puede ser "lo
mayor que puede pensarse" si no existe.
T..- En mucho, pues "lo mayor
que uno puede pensar" necesariamente tiene que existir.
A.- No entiendo por qué.
T.- Es muy sencillo; basta con que
pensemos bien lo que decimos. "Lo mayor que uno puede pensar" debe
existir porque, si no existiera, se podría pensar algo mayor: algo exactamente
igual que además existiera.
A.- Quieres decir que, si lo mayor
que se puede pensar no existe, ya no es lo mayor que se puede pensar.
T.- Exactamente.
A.- Es decir, que si yo empiezo
definiendo a Dios como el ser supremo, o sea, como lo mejor y más perfecto que
se puede pensar, he de admitir que existe porque, de otra forma, no cumpliría
la definición.
T.- No se podría decir mejor.
A.4. ¿Y si rechazamos la definición?
A.- Pero siempre queda la
posibilidad de rechazar esta definición de Dios.
T.- Es una salida demasiado fácil y
muy poco honrosa. Pues rechazar una definición es tan solo decir que una cosa
no debe ser llamada con una palabra, pero no hacer que la cosa (se llame así o
de otra manera) deje de existir. En nuestro caso, tú puedes negarte a llamar
"Dios" a "lo más perfecto que se puede pensar", pero, se
llame como se llame, no puedes evitar que lo más perfecto que se puede pensar
tenga que existir necesariamente.
B) Críticas al argumento ontológico.
B.1. Razones para rechazar el argumento ontológico.
A.- He estado pensando en tus
razonamientos del otro día y tengo que admitir que son sumamente ingeniosos.
Sin embargo, no acaban de convencerme.
T.- Eso no me extraña: cuesta mucho
renunciar a los propios prejuicios, por más que te muestren claramente cuál es
la verdad.
A.- Es cierto, pero, en este caso,
creo que tu razonamiento tiene algunos fallos que tú no has visto.
T.- Me gustaría que me los mostrases
y, si es verdad que existen, seré el primero en reconocerlo. Además, aunque el
razonamiento fuera inválido, eso no significaría que Dios no exista.
A.- No, pero sí que no podemos saber
si existe.
T.- Ni siquiera eso, pues hay otros
caminos, otras pruebas, para conocer la existencia de Dios. Pero ahora
centrémonos en esta. Cuando la he explicado a ateos como tú, algunos no la
aceptaban porque no la entendían, otros porque, aunque la entendieran, se
aferraban a sus puntos de vista anteriores y preferían dejar de pensar en el
asunto; tú, sin embargo, si es verdad lo que dices, has estado pensando en esto
y no aceptas el razonamiento porque crees que tiene fallos. ¿Qué fallos son
ésos?
B.2. Primera objeción: Lo que existe
no tiene por qué ser más perfecto que lo que no existe.[1]
A.- En primer lugar, no veo por qué
un ser que exista debe ser mejor y más perfecto que otro que no exista. Por
ejemplo, mi profesor de filosofía es un pesado, pero (por desgracia para mí)
existe; un profesor de filosofía inexistente podría ser mucho más perfecto que este.
T.- Pero el caso de Dios no es el
mismo que el de un profesor de filosofía.
A.- En esto que estoy diciendo sí:
Un dios inexistente podría ser más perfecto que un dios existente.
T.- No, si definimos a Dios como
"lo más perfecto que se puede pensar". Si pensamos en un profesor de
filosofía que no existe, estamos pensando en un profesor de filosofía; pero si
pensamos en un dios que no existe, no estamos pensando en "lo más perfecto
que se puede pensar" (pues, si existiera, sería más perfecto); por tanto,
cuando pensamos en un dios que no existe no estamos pensando en Dios.
A.- ¿Tú crees que la existencia es
una perfección más?
T.- No, pero "lo más perfecto
que se puede pensar" no es lo más perfecto que se puede pensar por tener
una perfección más (la existencia), sino porque, existiendo, todas sus
perfecciones son perfecciones reales, mientras que si no existiera serían
imaginadas. Y, si pensamos en dos seres (uno pensado y otro real) con las
mismas perfecciones, el más perfecto será el que las posea realmente, no el
que las posea solo de forma imaginaria.
A.- Es decir, que si los dos
profesores de filosofía que mencionábamos antes, el real y el pensado, son
exactamente iguales salvo en que uno existe y el otro no, el más perfecto es el
real, pues su perfección (por poca que sea) es real.
T.- Así es.
B.3. Objeción segunda: Si el
argumento fuera válido, probaría también la existencia de todo aquello que (en
su género) fuera lo más perfecto que se puede pensar.[2]
Caricatura de Gaunilón y Anselmo: ninguna isla, existente o no, puede ser perfecta, pero Dios sí. |
T.- Esta objeción es muy seria:
Según eso, cualquier cosa que fuera (en su género) lo mejor que se puede
pensar, ya fuera un profesor o un equipo de fútbol o un palacio o una isla
paradisíaca, etc., tendría que existir, lo que evidentemente no es el caso.
A.- Así pues, te declaras vencido:
reconoces que el argumento es inválido, puesto que, si fuera válido, podrían
hacerse infinitos razonamientos similares para "demostrar" la
existencia de esas otras cosas que tú reconoces que no existen.
T.- No tan deprisa. Esos otros
razonamientos son similares, pero no son exactamente idénticos. Hay una
diferencia muy importante: si yo quiero demostrar la existencia del profesor
más perfecto que se puede pensar, parto de un concepto (profesor) que
corresponde a un ser finito y limitado, por tanto necesariamente imperfecto. Y
al ser necesariamente imperfecto, la misma idea de "profesor más perfecto
que se puede pensar" carece de sentido: por perfecto que sea, seguirá
siendo imperfecto, y por tanto siempre podría pensarse en otro más perfecto. Lo
mismo pasa con el equipo de fútbol más perfecto, o el palacio más perfecto, o
una isla paradisíaca absolutamente perfecta: son ideas de cosas limitadas e
imperfectas, y nunca podrán ser "lo más perfecto que se puede
pensar".
A.- ¿No ocurre eso mismo con el caso
de Dios?
T.- Juzga tú mismo. De Dios solo
hemos dicho que es "lo más perfecto que se puede pensar", pero no
hemos introducido en su definición ningún concepto (como profesor, isla,
palacio, equipo de fútbol, etc.) que corresponda a un ser finito y limitado,
por tanto necesariamente imperfecto.
A.- Es decir, el razonamiento solo
es válido para el caso de Dios, no para ninguna otra cosa de la que se pueda
decir que es (en su género) lo más perfecto que se puede pensar.
T.- Así es.
B.4. Objeción tercera: Analizando la
idea de Dios solo podemos encontrar otras ideas, no una existencia real.[3]
A.- Me queda, sin embargo, una
última objeción al argumento, y creo que esta sí es decisiva. Por más vueltas
que le demos, el argumento sigue siendo extraordinariamente simple: consiste en
tomar una idea (la idea que tenemos de Dios) y analizarla. Ahora bien, ¿qué es
lo que podemos encontrar al analizar una idea? Como mucho, otras ideas.
T.- Así es. En este caso, la idea de
existencia.
A.- Tú lo has dicho: la idea de
existencia, pero no la existencia misma.
T.- ¿Y qué diferencia hay?
A.- Una muy importante: las ideas
habitan en las mentes, no en el mundo real. Es decir, que al analizar la idea
de Dios, lo único que demostramos es esto: que cuando mi mente piensa en Dios,
lo piensa existiendo. ¿Es eso lo mismo que demostrar que Dios existe?
T.- Sí.
A.- ¡No! Cuando dices que solo se
puede pensar en un Dios existente, hablas de lo que ocurre en el pensamiento;
cuando dices que Dios existe, pretendes hablar de lo que ocurre en la realidad,
fuera del pensamiento.
T.- Bueno, la distinción no está del
todo clara, pero me basta con que admitas que, si piensas en Dios, debes pensar
que Dios existe. ¿Aun admitiendo esto puedes seguir siendo ateo?
B.5. Pensamiento y realidad.
A.- Por supuesto, nada me dice que
la relación necesaria entre dos ideas (la de Dios y la de existencia) tenga que
corresponder con una supuesta realidad: la existencia de Dios. Podría ser, pero
nadie lo ha demostrado.
T.- La discusión nos ha llevado
demasiado lejos. En un principio discutíamos sobre la validez de una prueba de
la existencia de Dios, pero hemos llegado a decir que la validez de esta prueba
depende de que demostremos previamente que lo que ocurre en nuestra mente se
corresponde con lo que ocurre en la realidad. ¿Y cómo podríamos demostrar esto?
Confieso que el asunto supera mis fuerzas.
A.- Y las mías. Es un problema
demasiado complicado y ni siquiera estoy seguro de que alguien pueda
solucionarlo alguna vez. De todas formas, no hemos perdido el tiempo: a partir
de ahora, cada vez que hable de Dios procuraré ser muy cuidadoso y pensar antes
de decir nada las implicaciones de cada cosa que digo.
T.- Te aseguro que yo haré lo mismo.
Adiós.
A.- Adiós.
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