viernes, 1 de septiembre de 2017

A vueltas con el argumento ontológico



            Intentemos recapitular las discusiones sobre el argumento ontológico sirviéndonos del diálogo como género literario, tradición filosófica que arranca de Platón y tiene exponentes tan brillantes como Agustín de Hipona, Giordano Bruno, Galileo, Berkeley, Hume... Fingiremos un diálogo filosófico entre un teísta convencido de la validez de la prueba ontológica y un ateo que rechaza tanto el argumento ontológico como cualquier otra prueba de la existencia de Dios. Para continuar con la ficción, supondremos que el diálogo tiene lugar en dos días sucesivos: en el primero la iniciativa la lleva el teísta, que expone el argumento y disuelve las primeras objeciones basadas en la mera incomprensión; el segundo día es el ateo quien expone las principales críticas al argumento (y que, aunque no se cita ningún autor, corresponden aproximadamente a los puntos de vista de Kant, Gaunilón y Tomás de Aquino), llegando al final a una conclusión en la que ambos reconocen la dificultad del problema y que una solución de este solo es posible a partir de una clarificación de problemas filosóficos mucho más generales. La división del diálogo en partes y los títulos que resumen el contenido de estas, aunque no son estrictamente necesarios e incluso pueden resultar molestos, también pueden ayudar al lector a no perderse en la discusión.

            A) Exposición del argumento ontológico.


            A.1. Necesidad de poseer una idea de Dios, incluso para negar su existencia.

            T.- Mi propósito es demostrarte que Dios existe y para ello pretendo que tú mismo te convenzas de que tus propias ideas sobre Dios llevan necesariamente a esa conclusión.
            A.- Eso es imposible, porque yo soy ateo y, por tanto, mi única idea sobre Dios es que no existe.
           T.- Lo que acabas de decir es absurdo, porque para decir que algo no existe debes tener alguna idea de lo que ese algo es. Por ejemplo, yo solo puedo decir que los fantasmas no existen si sé lo que son los fantasmas. Pero si discutimos sobre la existencia de los ruajes, como no tengo ni idea de lo que es un ruaje, no puedo decir si existe o no.
           A.- Creo que entiendo por dónde vas. Quieres decir que, para que yo pueda decir que Dios no existe, debo saber antes lo que significa la palabra.
            T.- Exactamente.
            A.- ¿Y si dijera que la palabra no significa nada, o que no sé lo que significa?
          T.- Entonces no podrías ser ateo, por lo menos hasta que no supieras qué es aquello cuya existencia niegas.
           A.- Bien, reconozco que tienes razón, pero no veo en qué puede afectar esto a mi ateísmo. Por supuesto, yo entiendo lo que significa la palabra "Dios" igual que la entienden otros muchos miles de personas que, a pesar de entender la palabra, niegan la existencia de Dios.

            A.2. Posibles definiciones de la palabra "Dios".

            A.2.1. Rechazo de las representaciones mitológicas.

            T.- ¿Y qué es lo que, para ti, significa la palabra "Dios"?
            A.- Podría decirte que entiendo por "Dios" un anciano con barba, o un animal de formas extrañas y grandes dimensiones, o cualquiera otra de las representaciones que nos han dejado las diferentes mitologías. Pero entonces tú me responderías que mi ateísmo es perfectamente compatible con tu teísmo, ya que, supongo, tú también niegas que tales seres existan. Además, cuando yo digo que Dios no existe no estoy pensando en tales imágenes de Dios, sino en otra cosa, supongo que lo mismo que tú piensas cuando dices que Dios existe: el ser supremo. ¿Te parece esta una buena definición de Dios?

            A.2.2. Dios como "el ser supremo".

            T.- De momento me parece solo cambiar unas palabras por otras, aunque estas últimas tienen la ventaja de ser más fáciles de definir. ¿Qué significa "ser supremo"?
            A.- Lo dice la palabra: el superior (en el sentido de mejor y más perfecto) de todos los seres.
            T.- ¿De todos los seres que existen?
          A.- Quieres tenderme una trampa, pero no soy tan tonto. Está claro que si digo que la palabra "Dios" significa el mayor y más perfecto de todos los seres que existen, no puedo decir a continuación que Dios no existe, ya que yo mismo lo he incluido en el conjunto que he llamado "seres que existen". Es algo así como si digo que el Everest es la más alta de las montañas; evidentemente, no podría decir a continuación que no es una montaña.
          T.- Tu razonamiento es perfecto, pero no pretendía tenderte una trampa, sino solamente precisar más la definición. Tú mismo lo has dicho: Si definimos "ser supremo" como el mayor y más perfecto de los seres que existen, estamos obligados a decir que el ser supremo existe. Pero, salvo que hayas cambiado de opinión, tú dices que el ser supremo no existe.
            A.- No he cambiado de opinión.
            T.- Por tanto, una de dos: o entiendes por "ser supremo" otra cosa, o te estás contradiciendo.

            A.2.3. "Ser supremo" = Lo mayor que puede pensarse.

          A.- Bien, no habría hecho falta esta disquisición si me hubieras dejado terminar mi definición: Entiendo por "ser supremo" el mejor y más perfecto de los seres que uno puede pensar; y no me digas que esta definición me prohíbe negar la existencia de Dios porque constantemente estamos pensando o imaginando cosas que no existen; pues bien, Dios (o el ser supremo) sería una de estas cosas.
          T.- Es cierto que podemos pensar en muchas cosas que no existen, pero fíjate que no estamos hablando de cualquier cosa, sino de "lo mayor que uno puede pensar".
            A.- ¿Y en qué cambia eso lo que antes he dicho?
Anselmo de Canterbury, primer expositor del argumento ontológico.

          A.3. Algo no puede ser "lo mayor que puede pensarse" si no existe.

         T..- En mucho, pues "lo mayor que uno puede pensar" necesariamente tiene que existir.
            A.- No entiendo por qué.
         T.- Es muy sencillo; basta con que pensemos bien lo que decimos. "Lo mayor que uno puede pensar" debe existir porque, si no existiera, se podría pensar algo mayor: algo exactamente igual que además existiera.
         A.- Quieres decir que, si lo mayor que se puede pensar no existe, ya no es lo mayor que se puede pensar.
         T.- Exactamente.
     A.- Es decir, que si yo empiezo definiendo a Dios como el ser supremo, o sea, como lo mejor y más perfecto que se puede pensar, he de admitir que existe porque, de otra forma, no cumpliría la definición.
           T.- No se podría decir mejor.

            A.4. ¿Y si rechazamos la definición?

            A.- Pero siempre queda la posibilidad de rechazar esta definición de Dios.
           T.- Es una salida demasiado fácil y muy poco honrosa. Pues rechazar una definición es tan solo decir que una cosa no debe ser llamada con una palabra, pero no hacer que la cosa (se llame así o de otra manera) deje de existir. En nuestro caso, tú puedes negarte a llamar "Dios" a "lo más perfecto que se puede pensar", pero, se llame como se llame, no puedes evitar que lo más perfecto que se puede pensar tenga que existir necesariamente.

            B) Críticas al argumento ontológico.

  

            B.1. Razones para rechazar el argumento ontológico.


           A.- He estado pensando en tus razonamientos del otro día y tengo que admitir que son sumamente ingeniosos. Sin embargo, no acaban de convencerme.
           T.- Eso no me extraña: cuesta mucho renunciar a los propios prejuicios, por más que te muestren claramente cuál es la verdad.
           A.- Es cierto, pero, en este caso, creo que tu razonamiento tiene algunos fallos que tú no has visto.
          T.- Me gustaría que me los mostrases y, si es verdad que existen, seré el primero en reconocerlo. Además, aunque el razonamiento fuera inválido, eso no significaría que Dios no exista.
            A.- No, pero sí que no podemos saber si existe.
           T.- Ni siquiera eso, pues hay otros caminos, otras pruebas, para conocer la existencia de Dios. Pero ahora centrémonos en esta. Cuando la he explicado a ateos como tú, algunos no la aceptaban porque no la entendían, otros porque, aunque la entendieran, se aferraban a sus puntos de vista anteriores y preferían dejar de pensar en el asunto; tú, sin embargo, si es verdad lo que dices, has estado pensando en esto y no aceptas el razonamiento porque crees que tiene fallos. ¿Qué fallos son ésos?

            B.2. Primera objeción: Lo que existe no tiene por qué ser más perfecto que lo que no existe.[1]

            A.- En primer lugar, no veo por qué un ser que exista debe ser mejor y más perfecto que otro que no exista. Por ejemplo, mi profesor de filosofía es un pesado, pero (por desgracia para mí) existe; un profesor de filosofía inexistente podría ser mucho más perfecto que este.
            T.- Pero el caso de Dios no es el mismo que el de un profesor de filosofía.
         A.- En esto que estoy diciendo sí: Un dios inexistente podría ser más perfecto que un dios existente.
          T.- No, si definimos a Dios como "lo más perfecto que se puede pensar". Si pensamos en un profesor de filosofía que no existe, estamos pensando en un profesor de filosofía; pero si pensamos en un dios que no existe, no estamos pensando en "lo más perfecto que se puede pensar" (pues, si existiera, sería más perfecto); por tanto, cuando pensamos en un dios que no existe no estamos pensando en Dios.
            A.- ¿Tú crees que la existencia es una perfección más?
            T.- No, pero "lo más perfecto que se puede pensar" no es lo más perfecto que se puede pensar por tener una perfección más (la existencia), sino porque, existiendo, todas sus perfecciones son perfecciones reales, mientras que si no existiera serían imaginadas. Y, si pensamos en dos seres (uno pensado y otro real) con las mismas perfecciones, el más perfecto será el que las posea realmente, no el que las posea solo de forma imaginaria.
            A.- Es decir, que si los dos profesores de filosofía que mencionábamos antes, el real y el pensado, son exactamente iguales salvo en que uno existe y el otro no, el más perfecto es el real, pues su perfección (por poca que sea) es real.
            T.- Así es.

            B.3. Objeción segunda: Si el argumento fuera válido, probaría también la existencia de todo aquello que (en su género) fuera lo más perfecto que se puede pensar.[2]

Caricatura de Gaunilón y Anselmo: ninguna isla, existente o no, puede ser perfecta, pero Dios sí.
            A.- ¿Y si yo imagino al profesor más perfecto que se puede pensar? ¿Tendría que existir, puesto que si no existiera ya no sería el profesor más perfecto que se puede pensar?
            T.- Esta objeción es muy seria: Según eso, cualquier cosa que fuera (en su género) lo mejor que se puede pensar, ya fuera un profesor o un equipo de fútbol o un palacio o una isla paradisíaca, etc., tendría que existir, lo que evidentemente no es el caso.
            A.- Así pues, te declaras vencido: reconoces que el argumento es inválido, puesto que, si fuera válido, podrían hacerse infinitos razonamientos similares para "demostrar" la existencia de esas otras cosas que tú reconoces que no existen.
            T.- No tan deprisa. Esos otros razonamientos son similares, pero no son exactamente idénticos. Hay una diferencia muy importante: si yo quiero demostrar la existencia del profesor más perfecto que se puede pensar, parto de un concepto (profesor) que corresponde a un ser finito y limitado, por tanto necesariamente imperfecto. Y al ser necesariamente imperfecto, la misma idea de "profesor más perfecto que se puede pensar" carece de sentido: por perfecto que sea, seguirá siendo imperfecto, y por tanto siempre podría pensarse en otro más perfecto. Lo mismo pasa con el equipo de fútbol más perfecto, o el palacio más perfecto, o una isla paradisíaca absolutamente perfecta: son ideas de cosas limitadas e imperfectas, y nunca podrán ser "lo más perfecto que se puede pensar".
           A.- ¿No ocurre eso mismo con el caso de Dios?
           T.- Juzga tú mismo. De Dios solo hemos dicho que es "lo más perfecto que se puede pensar", pero no hemos introducido en su definición ningún concepto (como profesor, isla, palacio, equipo de fútbol, etc.) que corresponda a un ser finito y limitado, por tanto necesariamente imperfecto.
           A.- Es decir, el razonamiento solo es válido para el caso de Dios, no para ninguna otra cosa de la que se pueda decir que es (en su género) lo más perfecto que se puede pensar.
            T.- Así es.

            B.4. Objeción tercera: Analizando la idea de Dios solo podemos encontrar otras ideas, no una existencia real.[3]

            A.- Me queda, sin embargo, una última objeción al argumento, y creo que esta sí es decisiva. Por más vueltas que le demos, el argumento sigue siendo extraordinariamente simple: consiste en tomar una idea (la idea que tenemos de Dios) y analizarla. Ahora bien, ¿qué es lo que podemos encontrar al analizar una idea? Como mucho, otras ideas.
            T.- Así es. En este caso, la idea de existencia.
            A.- Tú lo has dicho: la idea de existencia, pero no la existencia misma.
            T.- ¿Y qué diferencia hay?
          A.- Una muy importante: las ideas habitan en las mentes, no en el mundo real. Es decir, que al analizar la idea de Dios, lo único que demostramos es esto: que cuando mi mente piensa en Dios, lo piensa existiendo. ¿Es eso lo mismo que demostrar que Dios existe?
            T.- Sí.
            A.- ¡No! Cuando dices que solo se puede pensar en un Dios existente, hablas de lo que ocurre en el pensamiento; cuando dices que Dios existe, pretendes hablar de lo que ocurre en la realidad, fuera del pensamiento.
            T.- Bueno, la distinción no está del todo clara, pero me basta con que admitas que, si piensas en Dios, debes pensar que Dios existe. ¿Aun admitiendo esto puedes seguir siendo ateo?

            B.5. Pensamiento y realidad.

          A.- Por supuesto, nada me dice que la relación necesaria entre dos ideas (la de Dios y la de existencia) tenga que corresponder con una supuesta realidad: la existencia de Dios. Podría ser, pero nadie lo ha demostrado.
            T.- La discusión nos ha llevado demasiado lejos. En un principio discutíamos sobre la validez de una prueba de la existencia de Dios, pero hemos llegado a decir que la validez de esta prueba depende de que demostremos previamente que lo que ocurre en nuestra mente se corresponde con lo que ocurre en la realidad. ¿Y cómo podríamos demostrar esto? Confieso que el asunto supera mis fuerzas.
            A.- Y las mías. Es un problema demasiado complicado y ni siquiera estoy seguro de que alguien pueda solucionarlo alguna vez. De todas formas, no hemos perdido el tiempo: a partir de ahora, cada vez que hable de Dios procuraré ser muy cuidadoso y pensar antes de decir nada las implicaciones de cada cosa que digo.
            T.- Te aseguro que yo haré lo mismo. Adiós.
            A.- Adiós.

Para Descartes, el argumento ontológico solo resulta válido una vez que ya sabemos que Dios existe, puesto que sin conocer dicha existencia no podríamos asegurar que la unión necesaria de dos ideas de mi mente ("Dios" y "existencia") corresponde a una situación real.




[1]Corresponde aproximadamente a la objeción de Kant.
[2]Corresponde aproximadamente a la objeción de Gaunilón.
[3]Corresponde aproximadamente a la objeción de Tomás de Aquino.

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