La presente entrada plantea un ejercicio de hermenéutica psicoanalítica de una obra cinematográfica, en este caso la película Mulholland Drive, de David Lynch. Un ejercicio similar relacionado con la película "Recuerda" (Spellbound), dirigida por Alfred Hitchcock, puede encontrarse aquí.
Mulholland Drive, o el simple arte de engañarse
Sócrates
y su posteridad (Platón, Aristóteles, Descartes…) nos hicieron entender al
hombre como animal racional que busca el conocimiento por encima de todo y que
está dispuesto a pagar el precio que sea por una verdad segura. Kant, por el
contrario, nos mostró que la razón se pierde cuando trata de llegar a las
verdades últimas y, como razón práctica, desconoce incluso los auténticos motivos de las propias
acciones (nunca puede estar segura de actuar
por deber, pues esta forma de actuación pertenece a la voluntad como
noúmeno incognoscible). Schopenhauer y Nietzsche constataron que la razón, más que servir a la verdad, sirve a
la vida, y este servicio toma muchas veces la forma de autoengaño. Y finalmente
Freud enumeró y analizó los mecanismos que la mente utiliza cuando la cruda verdad
se le vuelve insoportable.
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En una habitación oscura, alguien (¿el inconsciente?) mueve los hilos |
El párrafo anterior, que podríamos
considerar una sesgada e hipersimplificada historia del pensamiento occidental, sirve
para introducirnos en una de las películas más complejas y sugerentes de los
últimos años, la última (por ahora) obra maestra de David Lynch[1]. Y al llegar aquí aconsejo al lector que, si aún no ha visto Mulholland Drive,
interrumpa ahora mismo la lectura, vea la película lo antes posible y vuelva
después a este texto en el punto exacto donde lo dejó. Avisados
quedan ustedes, los que no me hagan caso luego no me vengan con quejas[2].