Este diálogo imagina un imposible por anacrónico encuentro entre Descartes y Berkeley en torno a un tema de debate: la realidad objetiva o subjetiva de un vaso de cerveza. A esta discusión se une más adelante Kant.
Pensado especialmente para que los alumnos de Bachillerato se introduzcan en los problemas de la teoría del conocimiento, este diálogo va acompañado de una guía didáctica que puede consultarse aquí.
El sabor de la cerveza, ¿está en la cerveza o en quien la saborea?
Descartes.- ¡Qué situación más curiosa! Nos
hallamos aquí tú y yo sentados, agobiados por el calor, y nos sirven esta jarra
de cerveza helada: solo esperar el placer de saborearla ya adelanta parte de
ese placer, después la simple visión de la jarra helada hace que experimentemos
una cierta sensación de frío y, por último, el líquido frío y suavemente amargo
en la boca: las sensaciones de calor y sed desaparecen y van siendo sustituidas
por una gama de sensaciones placenteras. ¡Nunca me he sentido más cerca del
paraíso!
Berkeley.- Bueno, tampoco hay que exagerar.
En la vida se suceden permanentemente placer y dolor, dolor y placer, y hay
quien dice que en esta sucesión y alternancia está el único antídoto posible
contra la monotonía y el aburrimiento.
D.- Sí, pero no es eso lo que me
llama la atención, sino el comprobar hasta qué punto lo que sucede en la mente
carece de conexión directa con el mundo físico.
B.- ¿Te importaría explicarte?
D.- Está claro lo que quiero decir:
el simple deseo anticipa sensaciones, como ocurre cuando saboreo
imaginariamente la cerveza; la visión contagia algo del objeto visto a la mente
que lo percibe, como cuando veo la jarra y empiezo a experimentar la sensación
de frío...
B.- ¿Qué tiene eso de extraordinario,
si tú y yo estamos de acuerdo en que tanto el sabor como el frío son
sensaciones, y como tales no pueden existir si no son sentidos por una mente?
¿O es que crees que este suave amargor de la cerveza tendría algún tipo de
realidad si nunca nadie hubiera saboreado la cerveza?
R. Descartes |
B.- Y un frío que nadie siente no es
frío en absoluto.
D.- Exactamente.
B.- Admites, por tanto, que tanto el
sabor amargo como el frío de la cerveza no se hallan en la cerveza, sino en la
mente.
D.- Sí, y puedes ampliar la lista, si
quieres: tampoco ese color amarillo tostado sería real si nadie lo viera; ni
ese olor especial que hace que los expertos puedan distinguir las variedades de
cerveza sin llegar a probarlas: no habría tal olor si en el mundo nadie
estuviera dotado del sentido del olfato; ni tampoco la blandura y liquidez que
experimentamos por medio del tacto: sin ese sentido tales cualidades
sencillamente no existirían...
B.- ¿De qué te extrañas, entonces?
¡Las sensaciones aparecen y desaparecen en la mente, y no hay que buscar su
realidad fuera de ella!
¿Existen fuera de la mente las causas de las sensaciones?
D.- Es cierto: por eso a las
sensaciones las he llamado “cualidades secundarias”; pero también es verdad que
estas cualidades no aparecen en la mente cuando la mente quiere, sino que deben
responder a ciertos cambios reales ocurridos en las cosas, cambios que se
describen adecuadamente en términos de “cualidades primarias”[1].
B.- Pon un ejemplo.
D.- Sentimos la cerveza como un
conjunto de sensaciones: colores, sabores, olores, liquidez, frío, etc., pero
en realidad la cerveza no es nada de eso; podemos pensarla como un conjunto de partículas definidas por una
figura y una posición espacial, que además cambian
de posición en el tiempo
desplazándose mutuamente, etc., y que entra en relación con otros cuerpos y con la luz, que es como un cuerpo sutilísimo que llena todo el espacio y
que es reflejado de diferentes maneras por las superficies: a grandes rasgos, esta
es la realidad de la cerveza, y la forma como afecta a nuestra mente esta
realidad provoca las sensaciones: así, si las partículas se mueven más rápido o
más despacio nosotros experimentaremos frío o calor; dependiendo de la
posición, número y movimiento de las partículas aparecerán diferentes tipos de
sustancias que, en contacto con las terminaciones nerviosas, producirán los
diferentes sabores y olores, etc. Los físicos podrán completar o corregir en
parte esta descripción y dar distintos nombres como “átomos”, “moléculas”,
“electrones” y otros a lo que yo he llamado en general “partículas”, pero
deberán estar de acuerdo conmigo en que lo que define a estas realidades
últimas inderivables de otras son las cualidades primarias: posición,
movimiento, número y otras similares.
B.- Es curioso lo que dices: ciertas
sensaciones existen solo en la mente, pero otras como la figura, el movimiento,
el espacio, el tiempo y el número existen en la mente y en realidad; ¿por qué
unas sí y otras no?
Ideas de razón e ideas de los sentidos.
D.- Más despacio: yo no he dicho
nunca que las ideas de las cualidades primarias sean sensaciones.
B.- ¿Ah, no? ¿Y qué son, entonces?
D.- Está claro: ideas que nunca han
entrado en la mente por los sentidos porque siempre han estado dentro de ella.
¿Quién ha podido captar la idea de espacio por medio de los sentidos? ¿Y el
tiempo? Son ideas que, o se tienen desde siempre, o no se podrán adquirir
nunca. Lo mismo se puede decir del número. Estas tres ideas (espacio, tiempo,
número) presuponen el conocimiento de la infinitud, conocimiento que ningún
sentido puede proporcionar. Pero fíjate que el resto de las ideas de las
cualidades primarias dependen de ellas: la figura es una porción de espacio,
por lo que si no entendemos el espacio tampoco podemos entender la figura; la
comprensión del movimiento y la velocidad requiere la comprensión previa del
espacio y el tiempo, etc.
B.- Como tú bien sabes, nuestro común
amigo John Locke piensa de modo bien diferente: él admite, como tú, la
diferencia entre “cualidades primarias” y “cualidades secundarias”, pero cree
que esta diferencia se basa en que las secundarias se captan por un solo
sentido y las primarias por más de uno[2].
El sabor de la cerveza es subjetivo porque requiere necesariamente del sentido
del gusto, mientras que la posición es objetiva porque puede ser sentida tanto
por la vista como por el tacto (e incluso por otros sentidos como el oído, si
alguien golpea la jarra, o el olfato, si compruebo que la intensidad del olor
aumenta en una dirección y disminuye en otra).
D.- Creo que Locke confunde la causa
con la consecuencia: las ideas primarias no son objetivas porque las percibamos
por más de un sentido, sino que las percibimos por más de un sentido porque son
objetivas. Los sentidos confirman
nuestra idea de posición espacial, pero para entender esta idea necesito, como ya he dicho, poseer la idea de
espacio, y esta no me la pueden proporcionar los sentidos: la encuentro en la
razón. En cuanto a lo que conocemos exclusivamente por los sentidos, pienso lo
mismo que tú: una sensación solo puede existir si es sentida por alguien, por
lo que hablar de colores que existen sin que nadie los vea, sabores reales que
no son saboreados, etc. es una contradicción en los términos; sencillamente, lo
que yo entiendo por “amarillo” es una cierta sensación y solo puedo pensar en
un amarillo que es captado por alguna mente gracias al sentido de la vista.
¿Qué sentido tiene preguntarse si esta cerveza seguiría siendo amarilla si
nadie la hubiera visto ni la fuera a ver nunca? Si a esa pregunta respondemos
que sí, solo podemos querer decir esto: “si
alguien la viera, experimentaría esta misma sensación”.
B.- Me alegra comprobar que en este
punto estamos de acuerdo, aunque yo añadiría dos consideraciones más: no
tiene sentido decir que unas sensaciones son “más reales” que otras, pues
deben darse necesariamente juntas; ¿cómo percibir la figura o la posición si
no es acompañada de color, dureza, frialdad o cualquier otra de las llamadas
“cualidades secundarias”? Además, si rechazamos la objetividad de los colores,
olores, sabores, frío y calor, dureza y blandura, etc. por su variabilidad (la
misma cerveza puede ser suave o terriblemente amarga, la misma agua puede
parecer fría o caliente, etc.), ¿no deberíamos decir lo mismo de, por ejemplo,
la figura? ¿O es que el borde de esta jarra es, para ti o para mí, un círculo
perfecto? Demos vueltas en torno a ella y veremos cómo su forma varía.
D.- Eso es
lo que me dicen los sentidos, pero mi razón comprende sin dejar lugar alguno a
la duda lo que es la forma circular.
¿Dios garantiza la realidad de nuestras ideas?
B.- Está
bien, dejemos este tema y supongamos por un momento (aunque no creo que sea
verdad) que las llamadas “cualidades primarias” se conocen por la razón y no
por los sentidos. En cualquier caso, ¿no crees que es todavía más difícil de
aceptar que unas ideas que ni siquiera han entrado en la mente por los sentidos
se correspondan con eso que tú y otros llamáis “la realidad extramental”?
D.- Contestar a esta pregunta me obligaría a explicar demasiadas cosas que no tienen una relación inmediata con lo que estamos discutiendo: qué cosas pueden ponerse en duda, cuál es mi primera certeza (mi propio pensamiento) y qué descubro al examinar mi pensamiento; en concreto, descubro una idea (la de infinito) que debe tener un origen externo a la mente y descubro que tal origen solo puede ser el mismo ser infinito, el cual garantiza que la mente no se equivoca cuando afirma que lo que encuentra en su fondo se corresponde con la realidad... En todo caso, podemos evitar esta demostración, ya que tú, como buen clérigo, también admites que un ser perfecto e infinito ha creado la mente humana de tal manera que no pueda equivocarse en lo que conoce con evidencia.
D.- Contestar a esta pregunta me obligaría a explicar demasiadas cosas que no tienen una relación inmediata con lo que estamos discutiendo: qué cosas pueden ponerse en duda, cuál es mi primera certeza (mi propio pensamiento) y qué descubro al examinar mi pensamiento; en concreto, descubro una idea (la de infinito) que debe tener un origen externo a la mente y descubro que tal origen solo puede ser el mismo ser infinito, el cual garantiza que la mente no se equivoca cuando afirma que lo que encuentra en su fondo se corresponde con la realidad... En todo caso, podemos evitar esta demostración, ya que tú, como buen clérigo, también admites que un ser perfecto e infinito ha creado la mente humana de tal manera que no pueda equivocarse en lo que conoce con evidencia.
G. Berkeley |
B.- No tan deprisa: para empezar, yo
no creo poseer una idea de “infinito” más que negativa, la cual me basta para
admitir lo que la religión me dice que debo creer, pues para eso no se necesita
comprender positivamente la infinitud. “De Dios solo podemos decir lo que no
es”, han dicho muchos sabios y santos y no seré yo quien les contradiga.
Además, me parece poco serio sostener que Dios es necesario para afirmar la realidad
de esta cerveza que estoy viendo y saboreando.
D.- Pero, según me han dicho, tú
haces lo mismo.
B.- Ni mucho menos: afirmo que esta
cerveza es sin duda real puesto que yo la veo y la saboreo, y no entiendo ningún
otro tipo de realidad que este ser vista y saboreada; como ves, no echo mano
de Dios para nada. Lo único que planteo más adelante, y solo una vez que este
punto de vista ha quedado establecido firmemente, es que la permanencia de las cosas percibidas solo
puede asegurarse si son percibidas permanentemente, lo cual es de sentido
común y casi da vergüenza tener que decirlo; y ello implica la existencia de un
ser que perciba todas las cosas. No necesito a Dios para justificar la realidad
de esta cerveza, sino, al contrario, es la realidad permanente de esta cerveza
y de todas las cosas materiales (incluso cuando ni tú ni yo ni ningún otro ser
humano o animal las percibe) la que me lleva a concluir su existencia. Pero,
cambiando de tema, me queda todavía un argumento decisivo para hacerte ver que
no tiene sentido tu afirmación de que las ideas de las cualidades primarias
se parecen a las cualidades primarias reales: sean o no sensaciones, admites
que lo que conocemos de las cualidades primarias son ideas.
D.- Por supuesto. ¿Cómo, si no, las
podríamos conocer?
¿Puede una idea asemejarse a una no-idea?
B.- Dejando de lado esa presunta
“garantía divina” de la que antes hablábamos, ¿hay alguna otra razón para
afirmar la semejanza entre ideas y cualidades reales?
D.- Ninguna.
B.- Y no puede haberla, ya que para
afirmar semejante cosa yo debería conocer tanto las ideas de las cualidades
primarias como las cualidades primarias mismas, con lo cual estas últimas
deberían ser también ideas.
D.- ¿Cómo?
B.- Es muy sencillo: como tú acabas
de decir, lo que se conoce es, por eso mismo, una idea. Para poder decir que
una idea se parece a una cosa debería conocer ambas, la idea y la cosa, lo
cual solo es posible si lo que he llamado “cosa” es también una idea.
D.- Es evidente que tienes razón,
pero que yo no pueda asegurarlo no significa que no puedan parecerse.
B.- Sigues hablando de cosas que ni
tú mismo entiendes. ¿Cómo puede una idea parecerse a una no-idea? Lo mismo que
tú decías de las cualidades secundarias, que no tiene sentido hablar de un
“sabor” no saboreado, hay que decirlo también de las primarias: ¿qué son la
posición y la figura sino mis ideas de
la posición y la figura?, ¿cómo una figura que veo puede parecerse a algo que
no veo? En general, ¿cómo una idea que conozco puede parecerse a algo que
queda fuera de la mente y por tanto no puede ser conocido ni entendido?
D.- Tal vez no lo podamos conocer,
pero existe.
B.- ¿El qué? ¡Ni tú mismo sabes de lo
que estás hablando, y sin embargo sigues empeñado en afirmar su existencia!
¿Existe un "algo" desconocido fuera de la mente?
D.- Está bien, concedamos por un
momento que todas las cualidades (primarias y secundarias) existen solo en la
mente, pero podría ocurrir que la cosa misma, el soporte de todas esas
cualidades, sí sea real. No existen fuera de la mente ni el color de la cerveza,
ni su suave amargor, ni su frialdad, ni la forma de la jarra, ni siquiera su
posición espacial, pero la cerveza misma, aquello de lo que se dicen todas
estas cualidades, sí es real.
B.- Sigues diciendo cosas que nadie
puede entender. ¿Qué es esa cerveza misma, aparte del conjunto de cualidades
que acabas de enumerar y otras similares?
D.- Confieso que no sé decirlo con
claridad, pero es absurdo pensar que estas cualidades se sostengan en la nada.
B.- No es que se sostengan en la
nada, sino que, al ser mentales, el único soporte o sujeto real de ellas es la
propia mente.
D.- Por tanto, tú no crees que Dios
garantiza la verdad de nuestras ideas.
B.- Dios no tiene que garantizar
nada, puesto que la verdad de una idea consiste en existir en una mente, y para
la propia mente nada puede haber más cierto que esto. ¿Acaso voy a dudar de la
realidad de mis sensaciones? ¿No son para mí certísimos el frío, el color y el
suave amargor de esta cerveza, tanto como la forma de la jarra y su localización?
La realidad de todas estas cualidades consiste en que yo las siento y no necesito
pensar en ningún otro tipo de realidad incomprensible para mí.
D.- ¿Y era también real el sabor
imaginado antes de probar la cerveza?
B.- Era real como idea, pero no como
idea sentida en ese instante; tal vez era el resultado de sensaciones similares
almacenadas en la memoria. De hecho, resultaba incoherente con el
resto de las sensaciones que tenías en ese momento, por lo que tu propia mente
terminó rechazando su realidad y considerándola una mera fantasía. Ahora bien,
piensa una cosa: si esa misma idea hubiera aparecido con más fuerza y
precisión, si no te hubiera resultado tan fácil eliminarla con la sola voluntad
de hacerlo y, sobre todo, si hubiera estado acompañada por un conjunto de
sensaciones coherentes con ella, nadie pensaría que le faltara algo para
llegar a ser real. Pero en todo lo que he dicho no hay indicio de “existencia
extramental” alguna.
El objeto como construcción subjetiva.
Kant.- He escuchado parte de vuestra
conversación y estoy deseando que me dejéis intervenir en ella.
D.- Por mí, encantado. ¿Tienes algún
inconveniente, George?
B.- Ninguno. Estaba comentando en este
momento que no necesitamos suponer ninguna existencia extramental para
asegurar la realidad de las cosas materiales.
I. Kant |
K.- Porque has demostrado que las
cualidades sensibles son subjetivas, supongo.
B.- En efecto. ¿Estás de acuerdo con
esa afirmación?
K.- Sí, siempre que se matice
debidamente; pero prefiero comenzar dándole la vuelta: la sensación es el
único indicio que posee la mente de una existencia extramental.
D.- ¡Cómo! ¿Quieres decir que esta
jarra de cerveza, con su liquidez, color, sabor, temperatura y demás
cualidades sensibles, existe realmente tal como está siendo percibida?
B.- Te recuerdo que eso es
exactamente lo que yo digo, puesto que no creo que exista ninguna otra
realidad más que lo que percibe o es percibido.
K.- Esto que tú llamas “jarra de
cerveza” es una construcción: la mente ha aportado una forma para sentirla y
pensarla, pero lo que “llena” esa forma no es puesto por la mente.
B.- ¿Qué forma es esa de la que
hablas?
K.- Precisamente lo que no puede
proceder de la experiencia, sino que es una condición necesaria para que haya
experiencia. ¿Puedes sentir esta
jarra de cerveza si no hay espacio y tiempo? De ninguna manera. ¿Puedes hacer
juicios tales como “esto es una jarra de cerveza”, “la cerveza quita la sed” y
otros si no tienes conceptos como “sustancia”,
“causa”, etc.? Es imposible.
B.- Cuando yo digo “esto es una jarra de
cerveza”, solo quiero decir que unas ciertas sensaciones han aparecido en mi
mente.
K.- Eso es totalmente disparatado: al
hacer ese juicio tú refieres unas sensaciones a una realidad distinta de la
mente, concebida como “cosa” o “sustancia”. Es un pensamiento totalmente
inevitable.
B.- Pero un pensamiento, por lo tanto
algo mental.
K.- Seré más preciso todavía: se
trata de un concepto a priori que nunca encontraremos en los objetos de
experiencia, sino que es una condición necesaria para organizar la
experiencia. Si careciéramos de estos conceptos a priori la experiencia sería
un caos total y seríamos incapaces de entender nada de ella.
B.- Por lo tanto, estás de acuerdo
conmigo en que no podemos conocer nada fuera de la mente.
K.- ¡Creerás que has descubierto
América! Por supuesto que estoy de acuerdo.
Ciencia, metafísica, materialismo, filosofía.
B.- Perdona que insulte a tu
inteligencia diciendo cosas tan extremadamente simples, pero estoy
acostumbrado a tratar con personas empeñadas en mantener contra viento y
marea, y de forma totalmente impermeable a los razonamientos, el prejuicio de
la existencia de una “materia” independiente de la mente de la cual procede
todo lo que existe y a la cual se reduce, en último término, la misma mente.
K.- Como muy bien sabes, uno de los
propósitos de mi obra es el de acabar con la pretensión de los metafísicos de
hacer ciencia: la ciencia tiene unos límites muy claros, se ocupa de los
objetos de experiencia y los estudia partiendo de unos principios que nacen de
la misma razón. Una “materia en sí” independiente de su relación con el conocimiento
humano es algo de lo que no tenemos experiencia alguna, y de lo no experimentable
no podemos afirmar ni negar nada; tomar esta materia en sí como principio y fundamento
de todo lo que existe, como hacen los materialistas, es vulgar metafísica por
mucho que se quiera disfrazar de ciencia.
B.- ¿Qué es, entonces, la jarra de
cerveza?
K.- Un objeto de experiencia, es
decir, construido parcialmente por el sujeto por medio de formas o esquemas
que se aplican a una “materia” que la mente recibe no se sabe muy bien cómo.
Nosotros no conocemos las cosas en sí, sino en relación con nuestra capacidad
de conocer: no podemos salir de ella y captar la realidad incontaminada, limpia
de esquemas impuestos. Sería como alguien que, tratando de salir de un pozo, se
tirara a sí mismo de los pelos: por más que busquemos la “objetividad pura”, solo
encontramos unas formas o esquemas enteramente subjetivos (el espacio, el
tiempo, el concepto de “naturaleza” o “materia”, etc.) sin los cuales no es
posible objetividad alguna.
D.- Somos filósofos: hemos perdido
nuestra ingenuidad al mirar el mundo. Las
mismas palabras “verdad”, “realidad”, “materia”, “sujeto”, “objeto” y
otras significan para nosotros cosas diferentes a lo que significan para el
resto de los mortales. Quizá no disfrutemos la vida igual que ellos:
probablemente la cerveza no nos sepa igual después de todas estas
consideraciones.
K.- Pienso que, si solo estuviéramos
en el mundo para degustar cerveza, no habríamos venido a él dotados de razón.
Además, a efectos prácticos, la cerveza sigue siendo la misma y nuestra
conversación en torno a ella nos ha proporcionado un placer muy superior.
B.- Niego la premisa mayor: no es
cierto que nuestros conceptos sean diferentes a los de las demás personas,
simplemente ocurre que analizamos y hacemos explícito lo que todo el mundo da
por supuesto sin pararse a pensar en ello. Cuando alguien dice creer en la
realidad de esta jarra de cerveza, únicamente está diciendo de forma abreviada
que el conjunto de sensaciones que agrupamos bajo las palabras “jarra de
cerveza” están presentes en su mente de una cierta manera. Esta es la
conclusión a la que finalmente hemos llegado, aunque, como ha dicho Descartes,
no de forma ingenua, sino reflexiva.
[1]La denominación “cualidades primarias”/“cualidades
secundarias” no procede de Descartes, sino de Locke, aunque la base para esta
diferenciación (ideas oscuras o confusas, sensibles, y claras y distintas,
racionales) sí se encuentra en Descartes.
[2]Esta
caracterización del pensamiento de Locke no es exacta, ya que este autor admite
la existencia de una cualidad primaria (la solidez o impenetrabilidad) captada
por un solo sentido, el tacto. Sin embargo, el autor de este diálogo entiende
que en este punto Locke es inconsecuente con su empirismo, ya que, desde esta
postura filosófica, la única forma coherente de justificar la distinción entre
cualidades primarias y cualidades secundarias es la arriba expuesta: “primario”
es lo captado por más de un sentido (sensible común, en términos
escolásticos), “secundario” lo que se capta por un solo sentido (sensible
propio).
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