Los alumnos de Bachillerato suelen tener problemas (más de los que se dicen) de comprensión de textos, con mayor motivo si estos textos tienen una cierta densidad conceptual como la que cabe esperar de un fragmento filosófico.
Tras una primera entrada (esta) en la que recogía dos textos comentados, de Aristóteles y Hume, propongo ahora un repertorio algo más extenso con textos representativos de los autores de más frecuente aparición en los exámenes de Filosofía de las pruebas de acceso a la Universidad.
El propósito es favorecer la familiaridad del alumno con la técnica del comentario, adquirible únicamente olvidándose de recetas nunca practicadas y desarrollando, mediante las cada vez menos frecuentes lectura y escritura personales, la muy empática capacidad de pensar como el autor de un texto.
Una actualización referida a Kant (autor del que el texto empleado los anteriores cursos ha sido sustituido a partir de este por otro distinto) puede encontrarse aquí.
Una actualización referida a Kant (autor del que el texto empleado los anteriores cursos ha sido sustituido a partir de este por otro distinto) puede encontrarse aquí.
Texto nº 1: Platón
“El razonamiento nuestro de ahora no es en
algo más sobre lo igual en sí que sobre lo bello en sí, y lo bueno en sí, y lo
justo y lo santo, y, a lo que precisamente me refiero, sobre todo aquello que
etiquetamos “eso lo que es”, tanto al preguntar en nuestras preguntas como al
responder en nuestras respuestas. De modo que nos es necesario haber adquirido
los conocimientos de todo eso antes de nacer (...). Y si es que después de
haberlos adquirido antes de nacer, pienso, al nacer los perdimos y luego al
utilizar nuestros sentidos respecto a esas mismas cosas recuperamos los
conocimientos que en un tiempo anterior ya teníamos, ¿acaso lo que llamamos
aprender no sería recuperar un conocimiento ya familiar? ¿Llamándolo recordar
lo llamaríamos correctamente?”
Platón: Fedón
En
este texto, su autor reflexiona sobre el problema de la adquisición del
conocimiento.
El fragmento pertenece al diálogo Fedón, en
el que Platón narra el final de la vida de Sócrates, que condenado a muerte y a
punto de beber el veneno todavía tiene ánimo y un poco de tiempo para discutir
de filosofía con sus amigos, pero haciendo que Sócrates defienda no sus propias
ideas sobre la muerte y el más allá, sino las de Platón en torno a puntos de su
filosofía como la realidad (teoría de las ideas), el conocimiento
(reminiscencia) y el hombre (dualismo antropológico e inmortalidad del alma).
En la
primera frase se delimita el terreno al que se refiere el razonamiento del
resto del texto: hablamos de realidades como lo igual en sí, lo bello en sí,
etc., es decir, las que contienen plenamente “eso que es” una cosa (una cosa
bella no es plenamente bella, pero sí lo es lo bello en sí); hablamos de lo que podemos
llamar “esencia” o también “idea”, “forma” o “universal”: lo común a muchos
ejemplos, que no es un ejemplo más sino un ideal o modelo para todos. Hay que
señalar que no son todos los conocimientos, sino solo los conocimientos
necesarios o esenciales (claramente diferentes de los contingentes o
empíricos) aquellos a los que afecta el razonamiento platónico.
¿De
dónde procede el conocimiento de estas realidades? Es evidente que, en este
mundo, nadie ha visto lo igual en sí, lo bello en sí, etc.; pero, puesto que lo
conocemos, “nos es necesario haber adquirido los conocimientos de todo eso
antes de nacer”.
De
forma que, cuando las cosas que nos muestran los sentidos nos hacen pensar en
esas otras realidades de las que las primeras son una pálida copia, lo que
ocurre en nosotros es algo que podemos llamar “recuerdo” o, lo que es lo mismo,
“recuperar un conocimiento ya familiar” (algo así como pensar en alguien conocido al ver una fotografía o retrato suyo). La conclusión o tesis del texto queda
enunciada al final, en forma de pregunta retórica: “¿Llamando (al conocimiento
de esencias) recordar, lo llamaríamos correctamente?”
Expuesto
de forma esquemática, el razonamiento es el siguiente:
a)
Conocemos las realidades en sí.
b) No
las hemos conocido en esta vida.
c) Por
tanto, las hemos conocido antes de nacer.
d)
Al pensar ahora en ellas, lo que hacemos es recuperar un conocimiento ya
familiar, es decir, recordar.
Texto nº 2: Platón (II)
“¿Y es que la cuestión, Simmias, se nos presenta así?
–continuó Sócrates-. Si, como repetimos una y otra vez, existe lo bello, lo
bueno, y todo lo que es una realidad semejante, y a ella referimos todo lo que
procede de las sensaciones, porque encontramos en ella algo que existía
anteriormente y nos pertenecía, es necesario que, de la misma manera que dichas
realidades existen, exista también nuestra alma, incluso antes de que nosotros
naciéramos. Pero, si estas no existen, ¿no se habría dicho en vano este
razonamiento? ¿No se presenta así la cuestión? ¿No hay una igual necesidad de
que existan estas realidades y nuestras almas, antes incluso de que naciéramos
y de que, si aquellas no existen tampoco existan estas?”.
El
diálogo Fedón nos presenta a un Sócrates
“platonizado” (es decir, defendiendo ideas que en realidad son más de Platón
que del verdadero Sócrates) conversando con sus amigos Simmias y Cebes sobre la
inmortalidad del alma poco antes de cumplir la condena a muerte a que ha sido
sentenciado. En este fragmento Sócrates pone en relación dos puntos
fundamentales de la filosofía platónica: la existencia de realidades
inteligibles (“ideas”) y la pre-existencia del alma, afirmando expresamente que
la segunda depende de la primera (última frase: “si aquellas [las realidades
inteligibles] no existen tampoco existen estas [las almas antes de nacer]”).
Podemos,
por tanto, considerar la idea principal o tesis del texto la afirmación de la
inmortalidad, aquí todavía pre-existencia, del alma sobre la base de la
existencia de realidades como “lo bello”, “lo bueno” y otras semejantes (formas
o esencias permanentes, inmutables, invisibles, perfectas: la plena expresión
del ser propiamente dicho o realidad en sí misma). Que tales esencias existen
no se demuestra aquí, sino que se toma como presupuesto para llegar a la
existencia del alma previa al nacimiento: puesto que estas realidades
inteligibles existen, “y a ellas referimos todo lo que procede de las
sensaciones” (es decir, no solo existen sino que las conocemos, pues comparamos
lo que vemos, p, ej. un objeto bello, con el ideal o modelo al que las cosas
visibles se asemejan sin llegar nunca a alcanzarlo, p. ej. la belleza o lo
bello en sí), y el conocimiento de estas realidades no lo ha adquirido el alma
una vez unida al cuerpo, debe haberlo adquirido en una existencia anterior a
esta unión: “es necesario… que exista también nuestra alma incluso antes de
nacer”). El conocimiento de las ideas lleva a la afirmación (aquí implícita) de
la reminiscencia, y esta supone necesariamente la pre-existencia del alma,
peldaño que nos llevará después a concluir su inmortalidad.
Podemos
esquematizar el contenido del fragmento de la siguiente manera:
Idea principal: la existencia
del alma antes de nacer se relaciona necesariamente con la existencia de
realidades inteligibles.
Razonamiento:
-Las
realidades inteligibles existen.
Razón:
referimos
a lo inteligible nuestro conocimiento de lo sensible.
-Hemos
conocido estas realidades en una existencia previa al nacimiento (supuesto implícito:
no las hemos conocido después de nacer).
-Por
tanto, el alma existe antes del nacimiento.
Texto nº 3:
Aristóteles
Estoy hablando de la virtud, pues esta se
refiere a las pasiones y acciones, y en ellas hay exceso, defecto y término
medio. Por ejemplo, cuando tenemos las pasiones de temor, osadía, apetencia,
ira, compasión, y placer y dolor en general, caben lo mucho y lo poco, y
ninguno de los dos está bien; pero si tenemos estas pasiones cuando es debido,
y por las cosas y hacia las personas debidas, y por el motivo y de la manera
que se debe, entonces hay un término medio y excelente; y en ello radica,
precisamente, la virtud. En las acciones hay también exceso y defecto y término
medio. Ahora, la virtud tiene que ver con pasiones y acciones, en las cuales el
exceso y el defecto yerran y son censurados, mientras que el término medio es
elogiado y acierta; y ambas cosas son propias de la virtud. La virtud,
entonces, es un término medio, o al menos tiende al medio.
ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco, II, 6
En
este texto, Aristóteles (384-322 a. C.) expone un aspecto de su teoría de la
virtud.
El
texto pertenece a Ética a Nicómaco,
y en él se expone una de las ideas centrales del pensamiento moral
aristotélico: la virtud como término medio. Hay que señalar que Aristóteles
entiende por “virtud” o “excelencia”, en griego “areté”, un modo de ser o
hábito, que se desarrolla voluntariamente a partir de una disposición inicial y
se adquiere bien por estudio (virtud dianoética o intelectual), bien por
repetición de actos (virtud ética). A esta última se refiere el texto, pues
difícilmente podríamos aplicar el criterio del término medio a lo relacionado
con el conocimiento (del que puede decirse, en general, “cuanto más mejor”).
Además
del concepto de virtud, en el texto aparecen otros tres de evidente relevancia
en el pensamiento de Aristóteles: hábito, acción y pasión. Son tres de las
categorías o “géneros supremos” en que se divide el ser. Hábito es una forma de
ser que permanece en el sujeto aun cuando este no esté actuando en ese momento
de acuerdo con dicha forma de ser (p. ej., un hombre trabajador lo sigue siendo
aunque esté descansando). Acción es el comportamiento de un ser, lo que hace,
mientras que pasión es lo que le pasa o le hacen; en el caso del hombre, se
entiende por pasión una cierta emoción que se traduce en una inclinación o
deseo (temor, ira, etc.).
La
tesis del texto es, por lo tanto, que la virtud ética es un término medio. El
razonamiento que lleva a esta tesis es fácil de seguir:
a) La
virtud se refiere a las acciones y pasiones.
b) En
lo que se refiere a las pasiones, entre las que se nombran “temor, osadía,
apetencia, ira, compasión, y placer y dolor en general”, “caben lo mucho y lo
poco”, es decir, se pueden poseer en exceso, con defecto o en su justa medida;
tanto el exceso como el defecto son malos, pero no “si tenemos estas pasiones
cuando es debido, y por las cosas y hacia las personas debidas, y por el motivo
y de la manera que se debe”: en este último caso la pasión es buena, ya que su
posesión se da en un término medio.
c) Lo
mismo podemos decir de las acciones (lo que hacemos): “hay también exceso y
defecto y término medio”.
d)
Tanto en las acciones como en las pasiones el exceso y el defecto son malos,
“mientras que el término medio es elogiado y acierta”.
e)
La virtud, por lo tanto, es (o tiende a) un término medio.
Texto nº 4:
Agustín de Hipona.
“Veo
que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos…: si
el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes
las grandes y divinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho el
profeta: si no creyereis, no entenderéis… El mismo Señor exhortó también a
creer primeramente en sus dichos y hechos a aquellos a quienes llamó a la
salvación… Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos constantes
en la investigación, pues, iluminados con su luz, encontraremos lo que por su
propio consejo buscamos, en la medida en que estas cosas pueden ser halladas en
la vida por los hombres como nosotros.”
Agustín
de Hipona: Del libre albedrío, libro II
El
autor de este texto trata los problemas del conocimiento y Dios.
El
texto pertenece al libro II de Sobre el
libre albedrío, obra de San Agustín en que trata de resolver, desde el
punto de vista cristiano, algunos de los problemas que plantea la existencia de
la libre voluntad y otros temas implicados en este (la posibilidad de pecar y,
en general, de la realidad del mal compatible con la creación de un Dios
bueno), lo cual lleva a la cuestión más amplia de la relación entre fe
religiosa y conocimiento racional.
El
texto presenta el problema de la relación fe-razón en dos pasos:
1)
La
fe debe preceder a la razón (cinco primeras líneas), es decir, “creer antes
las grandes y divinas verdades que deseamos entender”; consigna que Agustín
apoya en dos citas bíblicas, una del Antiguo Testamento (la cita de “el
profeta”, o sea, Isaías, “si no creyereis no entenderéis”) y otra del Nuevo, en
la que Jesucristo, “el Señor”, exhorta a creer a los que llama a la salvación.
2) Una
vez aceptado lo anterior, Agustín quiere dejar claro que la fe debe ser
completada, siempre que sea posible (“en la medida que estas cosas puedan ser
halladas en esta vida”), por el conocimiento, apoyándose igualmente en citas
bíblicas. Podemos señalar como especialmente relevante el participio “iluminados”,
pues hace referencia a la teoría de la iluminación (las verdades necesarias,
imposibles de conocer por la experiencia sensible, son proporcionadas o
infundidas por Dios), que podemos considerar una cristianización de la teoría
platónica de la reminiscencia en que se sustituyen los recuerdos de existencias anteriores por la acción directa de Dios sobre el alma humana.
En
síntesis, el texto presenta el problema de la relación fe-razón como un doble
movimiento en que la fe precede a la razón (pues sin creer no llegamos a
conocer la verdad) y la razón completa o aclara lo que la fe previamente ha
proporcionado: en definitiva, la razón es buena y útil, pero siempre
subordinada a la fe.
Texto nº 5:
Tomás de Aquino
La quinta vía se
toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que carecen de
conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba
observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir
lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando por
azar, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no
tiende a su fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera
como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige
todas las cosas naturales a su fin, y a este llamamos Dios.
Tomás
de Aquino: Suma Teológica, I, q. 2 art. 3
En
este texto Tomás de Aquino trata el problema de la existencia de Dios.
El
fragmento pertenece al artículo 3 (“si Dios existe”) de la parte primera, cuestión
2ª de la Suma Teológica, que
corresponde a la exposición de las cinco vías, concretamente a la quinta. Las
“vías” son razonamientos que tratan de demostrar la existencia de Dios, cada
una bajo un aspecto, en este caso como “ser inteligente que dirige todas las
cosas naturales a su fin”.
La
tesis aparece, por tanto, al final del fragmento (se trata de la penúltima
frase, ya que la última es un añadido a la tesis propiamente dicha). La primera
frase introduce el tema (“se basa en el gobierno del mundo”, es decir, el orden
que rige el universo). A continuación se expone la esencia de dicho orden:
“cosas que carecen de conocimiento… obran por un fin” (planteamiento
teleológico, tomado de Aristóteles). Como este “obrar por un fin” no parece
algo directamente experimentable, hay que añadir una justificación empírica,
pues en Santo Tomás cualquier razonamiento, incluso de la existencia de Dios,
debe partir de la experiencia: “…observando que siempre, o casi siempre, obran
de la misma manera…” Esta regularidad es indicio suficiente de una intención,
por lo tanto no se produce al azar.
El
segundo paso de este razonamiento muestra que este “tender a un fin” solo es
posible desde la inteligencia, y en el caso de los seres que carecen de ella
porque “lo dirige alguno que entienda y conozca” (esta idea se ilustra con el
ejemplo de la flecha y el arquero). Al contrario que en las tres primeras vías,
aquí no es necesario mostrar la imposibilidad de una cadena infinita de causas,
por lo que pasamos directamente a la conclusión.
Tomás
quiere dejar claro que este “ser inteligente”, que en principio podría
interpretarse de muchas formas, no puede ser otro que Dios, y de ahí que añada
al final “y a este llamamos Dios”.
Observamos
en este razonamiento la estructura común de todas las vías tomistas: 1. Punto
de partida basado en la experiencia (seres naturales que obran por un fin). 2.
Aplicación de la causalidad (obrar por un fin supone inteligencia). 3.
Conclusión (existe un ser inteligente que dirige todas las cosas a su fin). 4.
Añadido (este ser es Dios). Únicamente se omite, como ya he señalado, mencionar
la imposibilidad de una cadena infinita de causas.
Texto nº 6:
Descartes
“Para
poder suprimir del todo (la razón de dudar), debo examinar si hay Dios, tan
pronto como encuentre ocasión para ello; y si encuentro que lo hay, he de
examinar también si puede ser engañador (...). Bajo el nombre de Dios entiendo
una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente,
omnipotente, por la cual yo mismo y todas las demás cosas que existen –si es
que existen algunas- han sido creadas y producidas. Ahora bien: tan grandes y
eminentes son estas ventajas, que cuanto más atentamente las considero, menos
me convenzo de que la idea que de ellas tengo pueda tomar su origen en mí, y,
por consiguiente, es necesario concluir de lo anteriormente dicho que Dios
existe: pues si bien hay en mí la idea de la sustancia, siendo yo una, no podría
haber en mí la idea de una sustancia infinita, siendo yo un ser finito, de no
haber puesta en mí por una sustancia que sea verdaderamente infinita.”
R.
Descartes: Meditaciones metafísicas, III.
En
este texto, su autor reflexiona sobre el problema de la existencia de Dios.
El
texto pertenece a las Meditaciones
metafísicas de Descartes, concretamente a la Meditación III, que trata
de la existencia de Dios. Las dos meditaciones anteriores han planteado, la
primera, de qué puede dudarse, y, la segunda, cuál es la primera certeza (mi
propia existencia como ser pensante). Esto es todo lo que conozco al principio
de esta tercera “Meditación”, pero al final de ella podré saber algo más: que
existe Dios, ser perfecto e infinito que ha puesto su propia idea (que yo no he
podido formar) en mi mente y que no puede haberme creado condenado al engaño o
a la duda permanente.
La
primera frase del texto hace referencia al más radical de los motivos de duda
propuestos por Descartes: si no hay Dios, o si hay un dios engañador, mi mente
no tiene ninguna garantía de alcanzar la verdad, pues al desconocer su origen y
la finalidad de su existencia no puede saber si sirve para cumplir esta
función. Una vez aclarada la importancia de esta cuestión para el problema del
conocimiento comienza la demostración propiamente dicha de la existencia de
Dios: Poseo de Dios una idea, que puedo resumir en la expresión “sustancia
infinita” (ya que las otras características que se enumeran: eterna, inmutable,
etc., estarían contenidas en el significado de infinitud); en esta idea que
encuentro en mi mente, distingo una parte (la idea de “sustancia”) que ha
podido ser producida por la propia mente, y otra (la idea de infinitud) que solo
puede haber sido producida por un ser infinito. Por lo tanto, “es necesario
concluir de lo anteriormente dicho que Dios existe”.
La
estructura argumentativa del texto puede ser sintetizada así:
1.
Para garantizar la posibilidad del conocimiento, es necesario afirmar la
existencia de Dios.
2.
Poseo una idea de Dios como “sustancia infinita”.
3.
Esta idea no ha podido ser producida por mi mente (sustancia finita), sino por
una sustancia infinita.
4.
Por lo tanto, Dios existe.
Texto nº 7:
Rousseau
“Si
eliminamos del pacto social lo que no es esencial, nos encontramos con que se
reduce a los términos siguientes: ‘cada uno de nosotros pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general,
recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo’. De inmediato este
acto de asociación produce, en lugar de la persona particular de cada
contratante, un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como
votos tiene la asamblea, el cual recibe por este mismo acto su unidad, su yo
común, su vida y su voluntad.”
J.J.
Rousseau: El contrato social, libro I, cap. 6
En
este texto Rousseau se refiere al problema de la sociedad.
El
texto pertenece al Contrato social de Rousseau, y en él este autor busca
responder a una pregunta: ¿cómo debe ser la sociedad para que en ella el hombre
no sea menos libre que en su estado natural? Puesto que Rousseau ha constatado
que, hasta ahora, la sociedad ha corrompido al individuo, plantea esta otra
posibilidad: un contrato en el que, supuesta la absoluta igualdad de todos los
contratantes y una disposición también absoluta a renunciar a los intereses propios
en favor de la comunidad, aparezca una nueva realidad, un yo colectivo dotado
de una voluntad general que busca exclusivamente el bien común.
El
fragmento gira en torno a la mencionada idea de pacto
social, y trata de determinar lo que es esencial y accesorio en esta idea
(por ejemplo, aunque el texto no lo señale, podemos decir que no es esencial
que este pacto tuviera lugar en un momento y lugar precisos). Lo que sí es
fundamental es la subordinación de todas
las voluntades individuales a la voluntad general: “cada uno pone en común su
persona bajo la suprema dirección de la voluntad general”. De esta forma se
constituye la comunidad política como un cuerpo o un “yo común” en que todos
los individuos son iguales y “partes indivisibles del todo”, pues todos han
renunciado a su voluntad individual en favor de la general. De esta forma, el
individuo que decide someterse a la voluntad general actúa como la parte que se
somete al todo con la única condición de la igualdad absoluta de todas las
partes.
Texto nº 8: Kant
(I)
Aunque conservamos los ejemplos ya publicados, hay que advertir que, desde el año 2019, el texto de Kant propuesto para la Prueba de Acceso a la Universidad es distinto. Cuatro ejemplos a partir del nuevo texto pueden encontrarse aquí.
“Nos
queda aún por intentar, después de haber sido negado a la razón especulativa
todo avance en el terreno suprasensible, si no se encuentran datos en su
conocimiento práctico para determinar aquel concepto racional y trascendente de
lo incondicionado y sobrepasar, de este modo, según el deseo de la metafísica,
los límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori,
aunque solo desde un punto de vista práctico. Con este procedimiento la razón
especulativa siempre nos ha dejado, al menos, sitio para tal ampliación, aunque
tuviera que ser vacío. Tenemos, pues, libertad para llenarlo. Estamos incluso
invitados por la razón a hacerlo, si podemos, con sus datos prácticos.”
Inmanuel Kant: Crítica de la razón
pura, prólogo a la segunda edición
En este texto
Kant se refiere a los problemas del conocimiento y la moral.
El
texto pertenece al prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón
pura, y en él se tiene en cuenta la recepción de la obra para destacar sus
resultados: cómo la ciencia solo es posible desde los elementos (a priori)
aportados por el sujeto, cómo esto lleva a la distinción entre fenómeno y
noúmeno, y cómo esta distinción permite la coexistencia de teoría de la
naturaleza (determinista) y teoría de la moralidad (basada en la libertad).
La
cuestión que plantea este fragmento es si existe un acceso racional a lo
suprasensible (aquello que está más allá de la experiencia). Ya en la primera
línea Kant declara su respuesta negativa a esta cuestión, en lo que se refiere
a la razón especulativa (es decir, teórica), cuyo resultado es el conocimiento
científico. Queda, por tanto, plantear la misma cuestión en lo que se refiere a
la razón práctica, encargada de determinar nuestros deberes morales: ¿puede
esta sobrepasar “los límites de toda experiencia posible”? Sin llegar a
contestar a esta pregunta, respuesta que se reserva más bien para la Crítica de la razón práctica, Kant
muestra que este acceso es efectivamente posible en cuanto que la razón
especulativa deja un espacio libre (aquello que no es capaz de conocer, pero sí
de pensar y por tanto debe admitir como posible: el noúmeno) que espera ser
llenado por el conocimiento práctico.
Las
ideas fundamentales del texto son, por tanto, las siguientes:
1)
La razón especulativa es incapaz de alcanzar un conocimiento de lo
suprasensible.
2)
La razón especulativa, sin embargo, admite la posibilidad de una realidad
suprasensible (noúmeno), aunque debe renunciar a conocerla.
3)
Queda, por lo tanto, un espacio vacío que tal vez pueda ser llenado por la
razón práctica.
Texto nº 9: Kant
(II)
“Ahora
bien, supongamos que la moral presupone necesariamente la libertad… como
propiedad de nuestra voluntad, porque alega a priori principios que residen
originariamente en nuestra razón, como datos de esta, y que serían
absolutamente imposibles sin la suposición de la libertad; supongamos que la
razón especulativa haya demostrado, sin embargo, que la libertad no se puede
pensar en modo alguno, entonces necesariamente aquella presuposición, es decir,
la moral, debería ceder ante esta, cuyo contrario encierra una contradicción
manifiesta… Mas para la moral no necesito sino que la libertad no se contradiga
a sí misma y que, por tanto, al menos sea pensable… Resulta, pues, que la
teoría de la moralidad mantiene su puesto y la teoría de la naturaleza el suyo,
cosa que no hubiera podido ocurrir si la crítica no nos hubiera enseñado
previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas y
no hubiera limitado a meros fenómenos lo que podemos conocer teóricamente.”
I.
Kant: Crítica de la razón pura, prólogo a la segunda edición
En
este texto Kant trata de los principios del conocimiento y la moral.
(El
primer párrafo, introductorio, puede ser idéntico al que aparece en el comentario del texto
anterior).
El
texto establece la compatibilidad entre los principios de la naturaleza
(“conjunto de fenómenos conectados según leyes necesarias”, en definición de
Kant) y de la moralidad. Se divide en dos partes: en la primera se examina qué
condiciones deberían darse para que esta compatibilidad no fuera posible (son
dos, de las que una se cumple y la otra no); en la segunda parte se muestra la
utilidad de la crítica y, en concreto, de uno de sus resultados (la distinción
entre fenómeno y noúmeno) a la hora de rechazar la mencionada condición y
consecuentemente asegurar la compatibilidad de ciencia (teoría de la
naturaleza) y moralidad. Expongamos este razonamiento con algo más de detalle.
El
fragmento se inicia con la exposición de dos supuestos:
a)
La moral presupone la libertad: los
imperativos morales (principios a priori de la razón práctica) carecerían de
sentido “sin la suposición de la libertad”, pues difícilmente puede darse un
mandato sin suponer que quien lo recibe es dueño de sus decisiones, más
claramente aún si se trata de un automandato (la razón práctica se ordena a sí
misma ajustar sus máximas a leyes universales).
b)
La razón especulativa ha demostrado que
la libertad es impensable. “Razón especulativa” significa razón teórica, la
que se ocupa de fundamentar la ciencia como conocimiento necesario; necesidad
que solo es posible si principios como el de determinación causal (negación de
la libertad) no admiten excepciones.
Si
admitimos ambos supuestos, concluimos que moralidad y ciencia son
incompatibles. Esto no es así, porque el segundo supuesto no es válido: la
exigencia de “conexión necesaria” solo rige para los fenómenos, no para las
cosas en sí mismas o noúmenos. No hay, por tanto, contradicción, pues la razón
teórica se autolimita al conocimiento de los fenómenos (esto es “lo que la
crítica nos ha enseñado previamente”) y se declara ignorante respecto a los
noúmenos, cuya realidad puede sin embargo pensarse.
En
conclusión: “la teoría de la moralidad mantiene su puesto y la teoría de la
naturaleza el suyo”, el primero referido al noúmeno y el segundo a los
fenómenos.
Texto nº 10: Marx
“Solamente
ahora, después de haber considerado ya cuatro momentos, cuatro aspectos de las
relaciones históricas originales, caemos en la cuenta de que el hombre también
tiene ‘conciencia’. Pero tampoco es de antemano una conciencia ‘pura’. El
‘espíritu’ nace ya tarado con la maldición de estar ‘preñado’ de materia, que
aquí se manifiesta bajo la forma de lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la
conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que
existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir
también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad,
de los apremios del intercambio con los demás hombres.”
K.
Marx: La ideología alemana, introducción.
En
este texto Marx se refiere a la sociedad y a su relación con el conocimiento.
El
texto pertenece a la introducción de La ideología alemana, una de las
primeras que escribió Marx en colaboración con Engels (a la misma época
pertenecen La sagrada familia y, un poco posterior, el Manifiesto
comunista). En esta introducción Marx trata de exponer la concepción
materialista de la Historia, que contrapone al “idealismo” de los alemanes,
particularmente los pertenecientes a la izquierda hegeliana (Feuerbach,
Stirner, Bauer, etc.), “Idealismo” es explicar los hechos históricos partiendo
de las ideas o las formas políticas; “materialismo” es, por el contrario, poner
en primer lugar las condiciones materiales de la existencia.
Concretamente
este fragmento habla sobre los orígenes de la conciencia humana (del espíritu, como dice Marx recogiendo la
terminología hegeliana). La tesis de Marx se puede enunciar así: la historia
humana no comienza con la conciencia, pues esta ha sido precedida por un
desarrollo puramente material; es más: la propia conciencia nace “preñada de
materia”.
En
la primera frase Marx se refiere a “cuatro momentos” o “cuatro aspectos” de las
relaciones humanas que preceden al desarrollo de la conciencia y que, por
tanto, pueden entenderse sin ninguna referencia a ella. El término “momento”,
también tomado de Hegel, no hace referencia a una sucesión de fases, sino a los
aspectos necesarios de un proceso, y que pueden darse a la vez. ¿Qué momentos
son éstos? Lo explica un poco antes del inicio de este fragmento:
a)
Satisfacción de las necesidades básicas (comida, vestido, etc.)
b)
Creación de nuevas necesidades, para satisfacer mejor las primeras.
c)
Establecimiento de relaciones sociales.
d)
Evolución histórica de los elementos que intervienen en la producción y el
intercambio.
Además,
la conciencia es en su origen no “conciencia pura”, sino “conciencia impura”,
manchada por la materia: lenguaje. Este es un instrumento al servicio del
intercambio material de unos hombres con otros: “el lenguaje nace... de los
apremios del intercambio con los demás hombres”. Ya que la necesidad de
comunicación entre los hombres surge naturalmente de la necesidad de colaborar
en la producción y de intercambiar los bienes.
Podemos
presentar esquemáticamente las ideas del texto:
1.
La conciencia aparece después de una historia material.
2.
No aparece como “conciencia pura”, sino como lenguaje.
3.
Conciencia y lenguaje son, en su origen, idénticos: “conciencia para otros” (y
también para mí).
4.
Y el lenguaje nace también de las relaciones materiales.
En
resumen, lo primero y básico, el origen de la historia humana, son las
necesidades materiales y su satisfacción, la conciencia viene después.
Texto nº 11:
Nietzsche.
“El afán de verdad podría ocultar afán de
muerte. De modo que la pregunta ¿a qué la ciencia? se reduce al problema moral
¿a qué la moral, si la vida, la naturaleza y la historia son inmorales? No cabe
duda: el hombre verídico... afirma también otro mundo diferente de la vida, la
naturaleza y la historia, y al afirmar ese otro mundo, ¿no necesita por este
hecho negar su antípoda, este mundo, nuestro mundo? Voy a mostrar que nuestra
fe en la ciencia descansa también sobre una creencia metafísica y que nosotros
los que perseguimos el conocimiento, nosotros los impíos y antimetafísicos,
sacamos nuestro fuego del incendio que prendió una fe de hace más de dos mil
años, esa fe cristiana que fue también la fe de Platón y que cree que Dios es
la verdad y la verdad es divina.”
F. Nietzsche: La gaya ciencia, 5, 344
En este texto Nietzsche
reflexiona sobre los orígenes del ideal de verdad.
El
fragmento pertenece al libro V de El gay saber, incluido en la segunda
edición de esta obra de Nietzsche, y en el que desarrolla el tema de la muerte
de Dios, “el mayor acontecimiento de los últimos siglos”, y sus consecuencias
para el conocimiento y la moral, es decir, la caída de los ideales de la
cultura europea desde Sócrates hasta nuestros días (el bien, la verdad…).
La
primera frase del texto contiene su tesis: el afán de verdad esconde (o puede
esconder) afán de muerte; el resto del texto consiste en la justificación de
esta tesis.
Este
mundo, el mundo real, el mundo de la vida, es un mundo donde la búsqueda de la
verdad no es un hecho natural. Por eso, afirmar el afán de verdad (como afirmar
la moral) es afirmar un mundo diferente al mundo donde la mentira y la
inmoralidad son la regla, y por tanto negar este (“al afirmar ese otro mundo,
¿no necesita por este hecho negar su antípoda, este mundo, nuestro mundo?”).
Por paradójico que parezca, los ilustrados que atacan la religión en nombre de
la ciencia (“nosotros los impíos y antimetafísicos”) no hacen sino continuar la
fe antigua, platónica y cristiana, en la supremacía de la verdad, esa fe que
cree que “Dios es la verdad y la verdad es divina”. Estos ilustrados solo se han
enterado a medias del gran acontecimiento de los últimos siglos: la muerte de
Dios; aceptan el hecho en sí, pero rechazan sus consecuencias, desean quitar a
Dios conservando todo lo que en él se apoya.
He
aquí, sugiere Nietzsche, otra de las consecuencias de “la muerte de Dios”: no solo
caen los valores morales, sino también el ideal que sustenta todo el edificio
de la ciencia, el ideal de verdad.
Texto nº 12:
Ortega
“Ahora
bien: la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de
realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo
dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de
pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo,
apoderándose de la realidad universal... De esta manera, aparece cada
individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento
insustituible. La verdad integral solo se obtiene articulando lo que el prójimo
ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada
individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las verdades
parciales de todos se lograría tejer la verdad absoluta y omnímoda.”
J.
Ortega y Gasset: El tema de nuestro tiempo, X (“La doctrina del punto de
vista”)
En
este texto Ortega y Gasset se refiere al problema del conocimiento.
El
fragmento está tomado de la obra El tema de nuestro tiempo, concretamente de
su lección X, que Ortega titula “La doctrina del punto de vista”. Como dice el
título, se trata de una exposición de la teoría perspectivista, presentada como
una superación de dos actitudes contrapuestas: el culturalismo (cultura al
margen de la vida) y el vitalismo (vida al margen de la cultura), que, al
aplicarse al tema del conocimiento, dan lugar respectivamente al racionalismo
dogmático (“razón pura” fuera de la vida y la historia) y al relativismo o
escepticismo (no podemos conocer la realidad sin deformarla). La teoría de la
perspectiva expone que el conocimiento es posible, aunque siempre parcial, ya
que la realidad se nos da en aspectos o facetas múltiples y diferentes que solo
son accesibles desde un punto de vista concreto pero no único.
Como
puede verse en el fragmento, Ortega no entiende el mundo como realidad
existente en sí e independiente del sujeto, sino como “horizonte”: mundo
referido a un sujeto. Esto, sin embargo, no priva al mundo de su realidad: es
real en cuanto producto de una perspectiva, ya que sin esta no es posible
ningún conocimiento: “cada individuo, cada generación, cada época aparece como
un aparato de conocimiento insustituible”. Evidentemente, cada perspectiva nos
permite conocer unos aspectos de la realidad ocultando otros: ofrece, por
tanto, una verdad parcial. Y, puesto que hay muchas perspectivas y cada una de
ellas es insuprimible (“cada individuo es un punto de vista esencial”), un
conocimiento completo solo puede obtenerse mediante la agregación y
articulación de perspectivas, “yuxtaponiendo las verdades parciales”. De esta
forma, la “verdad absoluta y omnímoda” (la verdad que solo Dios puede poseer)
no es el resultado de una perspectiva privilegiada, sino la suma de todas las
perspectivas posibles.
Texto nº 13: Habermas
«La diferencia decisiva radica en la diferente comprensión del
papel asignado al proceso democrático. Según la concepción ‘liberal’, dicho
proceso desempeña la tarea de programar al Estado en interés de la sociedad; el
Estado, a su vez, se concibe como el aparato de la administración pública y la
sociedad como el sistema de integración entre las personas privadas y su
trabajo social, estructurado en términos de la economía de mercado. La política
(en el sentido de la formación de la voluntad política de los ciudadanos)
tendría ahí la función de amarrar e impulsar los intereses sociales privados,
frente a un aparato estatal especializado en el empleo administrativo del poder
político para alcanzar fines colectivos.
De acuerdo con la concepción ‘republicana’, la política no se
agotaría en dicha función de mediación, sino que representaría más bien un
factor constitutivo del proceso de socialización en su conjunto. La política se
concibe como una forma de reflexión de un entramado de vida ético. Constituye el
medio con el que los miembros de comunidades, en cierto sentido solidarias,
asumen su recíproca dependencia y con el que en su calidad de ciudadanos
prosiguen y configuran, con voluntad y conciencia, las relaciones de
reconocimiento recíproco con las que se encuentran convirtiéndolas en una
asociación de miembros libres e iguales» (J. HABERMAS, “Tres modelos normativos
de democracia”).
En este texto, J. Habermas reflexiona sobre las concepciones
liberal y republicana de la democracia.
El
fragmento pertenece a Jürgen Habermas, filósofo contemporáneo seguidor de la
Escuela de Francfort, y en él el autor contrapone los dos modelos de democracia
actualmente vigentes (el liberal, centrado en el papel de la economía de
mercado y que limita el poder del Estado a garantizar el libre juego de
intereses privados, y el republicano, que entiende que el Estado debe promover
la participación ciudadana para alcanzar unos valores comunes a toda la
sociedad).
Los
dos párrafos del texto propuesto corresponden respectivamente a ambos modelos.
En el primero, antes de entrar en la exposición del modelo liberal, aclara que
la diferencia entre ambos modelos “radica en la diferente comprensión del papel
asignado al proceso democrático”. Para los liberales, la democracia consiste en
que el Estado se limite a asegurar la libertad de los ciudadanos para actuar
según sus intereses, “en términos de la economía de mercado”: hablamos por
tanto de seguridad física y jurídica para el libre juego de intereses. En el
segundo párrafo el autor se centra en el otro modelo, que él llama
“republicano” y que nosotros tal vez llamaríamos “socialdemócrata”, exponiendo
que en este otro sistema la política no se limita a mediar entre intereses
privados sino que busca activamente el bien de la sociedad, a la que aspira en
convertir en “asociación de miembros libres e iguales”.
Aunque
el fragmento no lo recoge, podemos añadir que Habermas propone un tercer modelo
que llama deliberativo, que busca, mediante el diálogo, llegar a
acuerdos entre sectores sociales con valores e intereses distintos y hasta
opuestos.
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