Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 4
En
el siglo V a.C., coincidiendo con el esplendor de Atenas como polis hegemónica
de la Hélade, tiene lugar el giro
antropológico del pensamiento filosófico, que “baja del cielo a la ciudad”:
se abandona la naturaleza como centro de atención de la filosofía y se pone el
foco de esta en el hombre. Los primeros responsables de este giro son los
sofistas, grupo heterogéneo de pensadores que se establecen en Atenas como
expertos en la virtud (areté) capaces
de enseñarla a los ciudadanos: de esta forma se democratiza la virtud, los
buenos ciudadanos (aristoi) ya no lo son por nacimiento, ni tampoco por sus
hazañas guerreras, sino por haber aprendido las técnicas que les permitirán
triunfar en la ciudad: en primer lugar, el uso de la palabra (retórica).
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Sócrates dialogando con un joven poco receptivo a sus argumentos |
No
puede hablarse de un pensamiento común a todos los sofistas, pero (al menos los
más conocidos) tienden a unas posiciones filosóficas acordes con su praxis
profesional. Así, la valoración de la retórica va unida a una mayor atención a
la forma que al contenido de lo que se dice: no se busca tanto que la opinión
sea verdadera cuanto convincente y, en último término, se
piensa que la verdad es algo convencional, decidido en función de unos
intereses, o imposible de alcanzar (relativismo, escepticismo). Como técnica
idónea se cultivan los discursos dobles,
donde el mismo orador prueba ser capaz de “demostrar” (entendido este verbo como convencer a otros) tanto
una tesis como la contraria. Protágoras
afirma que “el hombre es la medida de todas las cosas, del ser de las que son y
del no ser de las que no son”, es decir, es “el hombre” (¿cada hombre?) quien
decide lo que es verdadero o falso. Relativismo que aplica también a la religión:
“Acerca de los dioses, yo no sé si existen o no: el asunto es demasiado
complicado y la vida humana demasiado corta”, lo cual se traduce en que afirmar
o no la existencia de dioses depende más de los propios intereses que del
asunto en sí mismo. Este mismo convencionalismo puede aplicarse a la moral: su origen no está en la
naturaleza (cuya ley es solo la búsqueda del placer y el dominio de los débiles
por los fuertes), sino en la convención humana (nomos); así lo argumentan sofistas como Calicles y Trasímaco, de
los que solo tenemos noticia porque aparecen en los diálogos de Platón. Junto a
Protágoras, Gorgias es el sofista
más citado: argumenta la posición escéptica en tres afirmaciones escalonadas:
1) Nada existe, 2) Si algo existiera, no podría conocerse, 3) Si algo pudiera
conocerse, no podría comunicarse.