domingo, 26 de noviembre de 2017

Los pitagóricos, Heráclito y Parménides.

Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 2


Otro personaje semilegendario, Pitágoras, se halla en el origen de la escuela pitagórica, que es tanto una escuela filosófica como una secta religiosa y, en ocasiones, un partido político. Nacido en Samos, isla cercana a Mileto, es muy posible que Pitágoras se haya relacionado con pensadores milesios como Tales o Anaximandro, además de haber conocido en sus viajes las matemáticas de los egipcios y babilonios, pero cualquier dato biográfico es una mera hipótesis. Lo cierto es la existencia de una escuela pitagórica, cuyo mayor desarrollo se dio en la Magna Grecia (sur de Italia y Sicilia).
Los pitagóricos recogieron las ideas religiosas de los órficos, corriente importante aunque minoritaria de la religión griega centrada en el dios Dionisos (hijo de Zeus muerto y resucitado, “nacido dos veces”) y en su sacerdote Orfeo, supuesto autor de un poema que fue ganando en extensión con el paso de los años. Esta religión parte de una visión dualista del hombre y propone una purificación (catarsis) para liberar el alma de su contacto con el elemento impuro (tierra). A este dualismo se enlazan las creencias en la inmortalidad del alma y la metempsicosis o transmigración.
Lo que los pitagóricos añaden al orfismo es la búsqueda de una armonía personal en consonancia con la armonía del cosmos entero (“cosmos” significa “orden”, y este orden es para los pitagóricos de carácter matemático-musical, es decir, una armonía). El alma debe purificarse y, como medios de purificación, utiliza las matemáticas (de “mathesis”=enseñanza) y la música.
El principio o arjé del universo es, como es lógico dado lo anterior, el número. ¿Significa esto que los pitagóricos alcanzan un mayor nivel de abstracción que los milesios al proponer un principio no material? Según Aristóteles, no: “los pitagóricos entienden las cosas como números porque entienden los números como cosas”. Este principio numérico no es único, sino una dualidad irreducible: lo par y lo impar. Por tanto, se trata de un principio que consiste en la unidad o armonía de dos contrarios, y desde esta unidad de contrarios originaria se desarrolla toda la realidad que no deja de ser nunca una armonía que nace siempre de la tensión entre contrarios.

Rafael los pintó juntos, aunque probablemente no llegaron a conocerse: Pitágoras, Parménides y Heráclito triangularmente dispuestos.
Triste y melancólico: así vieron Rubens y otros muchos a Heráclito
Heráclito recoge la idea pitagórica de la lucha de contrarios: “la guerra es el padre de todo”. Natural de Éfeso, también en Asia Menor, y de talante misántropo, escribe un libro de aforismos muchas veces difíciles de entender. Literalmente afirma el fuego como principio del universo, aunque sus intérpretes suelen insistir más en su carácter de símbolo: el fuego como lo que nunca permanece igual a sí mismo adoptando múltiples formas distintas, esto es, el cambio incesante o devenir. En este sentido son muy citados sus aforismos “todo fluye” (panta rei) y “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Sin embargo, al mismo tiempo que constata la movilidad de todo lo que existe, Heráclito afirma la existencia de un Logos o razón universal, punto de vista superior capaz de asumir la unidad y necesidad de los contrarios (salud y enfermedad, riqueza y escasez, etc.) superando lo individual y cambiante y que en ocasiones identifica con Zeus o Dios.
Contemporáneo de Heráclito, aunque probablemente no tuvieron noticia uno del otro, Parménides compuso el poema “Sobre la naturaleza”, donde describe su encuentro con la diosa en la que esta le propone dos caminos alternativos: el camino de la opinión (“doxa”) y el de la verdad (“aletheia”). El segundo parte de un principio absolutamente evidente: “el ser es, el no ser no es”, y saca las consecuencias de este principio:
a) Unidad del ser, pues si hubiera más de un ser debería existir el no ser para separar los distintos seres, pero el no ser no existe, por tanto solo hay un ser.
b) Permanencia del ser, pues el cambio tendría que ser paso del ser al no ser (imposible), paso del no ser al ser (imposible) o paso de un ser a otro (imposible, pues sería una combinación de los dos anteriores); por tanto, el ser es siempre igual a sí mismo.
c) Engaño de los sentidos, pues estos nos dicen que hay muchas cosas que cambian cuando la verdad es, como hemos visto, que hay un solo ser que no cambia.
Parménides y sus seguidores forman la Escuela de Elea, en la Magna Grecia (sur de Italia), dentro de la cual destaca Zenón con sus famosas paradojas que pretenden demostrar la imposibilidad del movimiento contra lo que nos dicen los sentidos. Entre estas, destaca la de Aquiles y la tortuga.

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