Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 2
Otro
personaje semilegendario, Pitágoras, se halla en el origen de la escuela pitagórica, que es tanto una
escuela filosófica como una secta religiosa y, en ocasiones, un partido
político. Nacido en Samos, isla cercana a Mileto, es muy posible que Pitágoras
se haya relacionado con pensadores milesios como Tales o Anaximandro, además de
haber conocido en sus viajes las matemáticas de los egipcios y babilonios, pero
cualquier dato biográfico es una mera hipótesis. Lo cierto es la existencia de
una escuela pitagórica, cuyo mayor desarrollo se dio en la Magna Grecia (sur de
Italia y Sicilia).
Los
pitagóricos recogieron las ideas religiosas de los órficos, corriente importante aunque minoritaria de la religión
griega centrada en el dios Dionisos (hijo de Zeus muerto y resucitado, “nacido
dos veces”) y en su sacerdote Orfeo, supuesto autor de un poema que fue ganando
en extensión con el paso de los años. Esta religión parte de una visión dualista del hombre y propone una purificación (catarsis) para liberar el
alma de su contacto con el elemento impuro (tierra). A este dualismo se enlazan
las creencias en la inmortalidad del
alma y la metempsicosis o
transmigración.
Lo
que los pitagóricos añaden al orfismo es la búsqueda de una armonía personal en
consonancia con la armonía del cosmos entero (“cosmos” significa “orden”, y
este orden es para los pitagóricos de carácter matemático-musical, es decir,
una armonía). El alma debe
purificarse y, como medios de purificación, utiliza las matemáticas (de
“mathesis”=enseñanza) y la música.
El
principio o arjé del universo es, como es lógico dado lo anterior, el número.
¿Significa esto que los pitagóricos alcanzan un mayor nivel de abstracción que
los milesios al proponer un principio no material? Según Aristóteles, no: “los
pitagóricos entienden las cosas como números porque entienden los números como
cosas”. Este principio numérico no es único, sino una dualidad irreducible: lo
par y lo impar. Por tanto, se trata de un principio que consiste en la unidad o armonía de dos contrarios, y
desde esta unidad de contrarios originaria se desarrolla toda la realidad que
no deja de ser nunca una armonía que nace siempre de la tensión entre
contrarios.
Rafael los pintó juntos, aunque probablemente no llegaron a conocerse: Pitágoras, Parménides y Heráclito triangularmente dispuestos. |
Triste y melancólico: así vieron Rubens y otros muchos a Heráclito |
Contemporáneo
de Heráclito, aunque probablemente no tuvieron noticia uno del otro, Parménides compuso el poema “Sobre la
naturaleza”, donde describe su encuentro con la diosa en la que esta le propone
dos caminos alternativos: el camino de la opinión (“doxa”) y el de la verdad
(“aletheia”). El segundo parte de un principio absolutamente evidente: “el ser
es, el no ser no es”, y saca las consecuencias de este principio:
a)
Unidad del ser, pues si hubiera más
de un ser debería existir el no ser para separar los distintos seres, pero el
no ser no existe, por tanto solo hay un ser.
b)
Permanencia del ser, pues el cambio
tendría que ser paso del ser al no ser (imposible), paso del no ser al ser
(imposible) o paso de un ser a otro (imposible, pues sería una combinación de
los dos anteriores); por tanto, el ser es siempre igual a sí mismo.
c)
Engaño de los sentidos, pues estos
nos dicen que hay muchas cosas que cambian cuando la verdad es, como hemos
visto, que hay un solo ser que no cambia.
Parménides
y sus seguidores forman la Escuela de
Elea, en la Magna Grecia (sur de Italia), dentro de la cual destaca Zenón con sus famosas paradojas que
pretenden demostrar la imposibilidad del movimiento contra lo que nos dicen los
sentidos. Entre estas, destaca la de Aquiles
y la tortuga.
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