Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 5
Platón visto por Rafael: para conocer la verdad hay que mirar a lo alto. |
Esta “nueva orientación de la mirada” es vivida primero como un “entorpecerse”,
un abandonar las antiguas seguridades y encontrarse provisionalmente
perdido, sin saber dónde dirigir la vista. La mayéutica le aconseja entonces
buscar en su interior el verdadero conocimiento. Platón entiende la mayéutica
socrática como reminiscencia (en griego, anámnesis): la verdad que se busca es conocida desde antes de
nacer, puesto que el alma existía antes de unirse con el cuerpo.
Sin embargo, la unión con el cuerpo pone al hombre en la situación de
confundir las sombras con la verdadera realidad. Para descubrir la verdad,
debe romper las cadenas del cuerpo, ascender por una cuesta empinada y
acostumbrar los ojos a la luz del sol. A esto se le llama dialéctica, y no es un proceso fácil: cada paso en el progreso del
conocimiento implica dolor y renuncia, la pérdida de las seguridades antiguas.
Cuando, tras mucho esfuerzo, el prisionero logra salir de la caverna, su
primera reacción es la de mirar hacia el suelo y taparse los ojos: la luz del
sol le ciega. Poco a poco, sin embargo, la vista se acostumbra a la nueva situación;
de la misma forma, la mente se va adaptando a un conocimiento cada vez más
alejado del mundo material.
El fin de la
dialéctica es el conocimiento de la verdadera realidad o realidad en sí, el
mundo de las ideas. Las ideas son aquello que hace posible la ciencia (conocimiento
de lo universal y permanente), ya que esta no podría existir si todo fuera
un perpetuo fluir. Son la traducción, en el plano del ser, de lo que para Sócrates
era el concepto universal (belleza, valor, piedad, amistad...) en el del
conocimiento moral. Las ideas o formas son realidades que no cambian, autosuficientes
y eternamente perfectas: son por ello el modelo que las cosas aspiran a
realizar sin conseguirlo nunca. Son inteligibles, es decir, solo pueden ser
conocidas por la razón y no por los sentidos.
La idea
central de la metafísica platónica está tomada de Parménides: el verdadero ser
es lo uno y permanente, lo que es siempre igual a sí mismo, mientras que lo
diverso y cambiante (lo sensible) es una mezcla de ser y no ser, que, como
mucho, aspira al verdadero sin llegar nunca a alcanzarlo del todo.
A las
realidades permanentes que constituyen el ser verdadero Platón las llama ideas
o formas: no son meros pensamientos, sino esencias: la justicia, la belleza, el
bien, etc., que son incluso más reales que las cosas que reciben su nombre
porque participan de ellas; p. ejemplo, si no hubiera belleza no podría haber
cosas bellas, pero la belleza seguiría siendo real incluso en el supuesto de
que todas las cosas bellas desaparecieran.
La relación
entre mundo sensible y mundo de las ideas aparece representada en el mismo mito de la
caverna: la caverna (mundo sensible) imita al mundo real, que está fuera de
ella; y tanto dentro como fuera de la caverna se establece una jerarquía entre
modelos e imitaciones. En el interior, las sombras imitan a los muñecos, que a
su vez se realizan moviéndose en torno al fuego; fuera, las sombras y reflejos
imitan a los objetos, animales, personas… reales, que viven gracias al sol
(imagen de la idea suprema o idea del bien).
Por lo tanto, las ideas están jerarquizadas, y en su cima está la idea más perfecta, el bien en sí. Solo el conocimiento de esta idea puede guiar a los hombres en su acción. Por eso solo deben ejercer la política los que conocen el bien en sí, los sabios o filósofos. La ciudad debe organizarse como el alma, con una parte gobernante (razón) y una parte dirigida a la acción (el apetito, a su vez dividido en irascible y concupiscible). En la ciudad, los militares corresponden al apetito irascible y los trabajadores manuales al apetito concupiscible.
Por lo tanto, las ideas están jerarquizadas, y en su cima está la idea más perfecta, el bien en sí. Solo el conocimiento de esta idea puede guiar a los hombres en su acción. Por eso solo deben ejercer la política los que conocen el bien en sí, los sabios o filósofos. La ciudad debe organizarse como el alma, con una parte gobernante (razón) y una parte dirigida a la acción (el apetito, a su vez dividido en irascible y concupiscible). En la ciudad, los militares corresponden al apetito irascible y los trabajadores manuales al apetito concupiscible.
Como ya hemos dicho, la teoría
platónica del conocimiento puede sintetizarse en una frase: “conocer es
recordar”; o, lo que es lo mismo, “conocer es re-conocer”. Precisemos para evitar malentendidos que, en sentido estricto, "conocer" no significa aquí enterarse de hechos (variables, contingentes), sino captar esencias (permanentes, necesarias): por ejemplo, no necesito "recordar" que "hoy hace sol", lo veo al mirar por la ventana, pero sí lo que son los números, la justicia, la amistad o la belleza. Podemos ver que este pensamiento, conocido como "teoría de la reminiscencia” es el resultado de sumar las dos grandes
influencias presentes en el pensamiento platónico:
a) El diálogo socrático, especialmente la
mayéutica: buscar la verdad en el interior de la mente, no en contenidos
aprendidos que la mente puede “soportar”, pero que no llega a reconocer como
propios.
b) La ideología órfico-pitagórica, con su
insistencia en la preexistencia e inmortalidad del alma, capaz de conocer la
verdadera realidad antes de la unión con el cuerpo y que, por tanto, después de
que esta unión se ha producido debe esforzarse para recuperar esos
conocimientos ya sabidos pero olvidados.
Las dos
exposiciones más conocidas de la reminiscencia en la obra de Platón figuran en
sendos diálogos: Menón y Fedón. El primero introduce el tema sobre un
trasfondo netamente socrático como la indagación sobre la virtud: tras varios intentos fallidos de definir la virtud, Menón trata de paliar su fracaso mediante el recurso de mostrar la inutilidad de cualquier búsqueda (o buscamos lo que ya sabemos, y entonces es innecesario buscarlo, o buscamos lo que no sabemos, y entonces nunca sabremos si lo encontramos), a lo que Sócrates responde señalando una tercera posibilidad: buscamos lo sabido pero olvidado; para ilustrarla, hace llamar a un esclavo ayuno de
lecciones de Geometría, que, al ser interrogado por Sócrates, demuestra poseer conocimientos matemáticos reconociendo
que el cuadrado de doble superficie que otro cualquiera se engendra a partir de
la diagonal de este último (es decir, una aplicación del mismísimo teorema de
Pitágoras que, por supuesto, el esclavo no había aprendido en esta vida).
La exposición
del Fedón es: si tomamos dos objetos
que puedan ser llamados “iguales”, en seguida comprobaremos que estos dos
objetos cualesquiera pueden ser considerados tanto ejemplos de igualdad como de
desigualdad; lo mismo si pensamos en objetos bellos, buenos, etc. Decir que dos
objetos son iguales, pero no del todo, es compararlos con una igualdad total y
absoluta que no hemos conocido en el mundo de los sentidos, pero que sí
conocemos (pues de otro modo no podría ser tomada como término de comparación
con esas otras igualdades imperfectas). El razonamiento es extremadamente
simple, tanto que casi da vergüenza tener que explicitarlo: conocemos la igualdad perfecta, no la hemos conocido en este mundo,
luego la hemos conocido en otro mundo.
Esquema de la alegoría de la línea (República, libro V) |
Quizá
el texto más claro en lo que se refiere a la concepción platónica de la verdad
sea el final del libro V de República, la famosa “alegoría de la línea”.
En ella queda clara la estricta correspondencia entre grados de ser y grados de
conocer (o de verdad). Así, tenemos dentro de la opinión, como un primer grado
que apenas merece el nombre de “conocimiento”, la eikasía o
“imaginación” (representación de imágenes); después, la pistis o
“creencia”: percepción de objetos sensibles. De la misma forma que la
imaginación imita a la percepción, y conserva algo de su verdad, la opinión o
conocimiento sensible en su totalidad no posee la verdad por derecho propio,
sino sólo participa de la verdad inteligible. Esta se da también en dos
grados: el “razonamiento” (dianoia), propio de las matemáticas, y la
“intuición intelectual” (noesis). Solo a esta última, conocimiento
directo de los objetos plenamente inteligibles o ideas puras, corresponde la verdad en sentido
propio y estricto.
El
proceso descrito en el anterior párrafo, ascensión desde las formas de
conocimiento más imperfectas a las superiores, no es solo el de una mente individual,
sino que podemos decir que refleja la historia del pensamiento filosófico hasta
el propio Platón: el primer momento (eikasía) sería la opinión vulgar o
pre-filosófica, el de las personas que se fían únicamente de sus sentidos y,
donde estos no llegan, sustituyen el conocimiento por mitos; tras este, la
pistis representa los primeros intentos de buscar una realidad oculta tras las
apariencias: un principio único y permanente tras la variedad y cambio
aparentes en la naturaleza, pero todavía se cree que este principio debe estar dentro de la propia naturaleza (dentro
de la caverna platónica), ser un elemento más de esta como el agua, el aire o
el fuego; los pitagóricos, al buscar el principio de la naturaleza fuera de
esta (en el exterior de la caverna), representan la dianoia o razonamiento
matemático; pero las matemáticas son solo un escalón hacia la meta final, la
noesis o comprensión intelectual de esencias permanentes, paso que podemos
encontrar anunciado en Parménides (permanencia del ser) y Sócrates (búsqueda
del concepto universal, mediante la mayéutica), pero solo realizado en el
propio Platón.
¿Qué le espera al hombre tras la muerte? En Fedón, un Sócrates ya enteramente
platonizado o pitagorizado demuestra, poco antes de tomar la cicuta, que la muerte del
cuerpo no es el fin de la existencia del alma. Esta seguridad le lleva a
permanecer sereno mientras siente los efectos del veneno. El alma sigue
viviendo, pero su suerte dependerá de cómo haya sido su vida: si ha dominado
la razón, vivirá para siempre en el mundo inmaterial; si, por el contrario, el
alma ha sufrido el vértigo de su unión con el cuerpo y el apetito concupiscible ha impuesto la búsqueda de placeres, volverá a nacer
una y otra vez hasta alcanzar la necesaria purificación.
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