domingo, 3 de diciembre de 2017

Aristóteles y los saberes prácticos


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 7


Aristóteles rechaza el concepto platónico de lo bueno en sí o idea del bien: “el bien, como el ser, se dice de muchas maneras”. Cada ser busca su propio bien, aquello a lo que tiende, por tanto, su fin. "Bien" y "fin" son, pues, una misma cosa. Hay distintos tipos de bienes o fines, pero a Aristóteles le interesa especialmente el que se busca siempre por sí mismo y nunca por otra cosa. Todo el mundo se muestra de acuerdo en llamar a dicho bien eudaimonía (felicidad), aunque no todo el mundo sabría decir en qué consiste.
La felicidad es el fin último buscado por todos los hombres, por ello está en relación con la naturaleza propia y específica del hombre, la naturaleza racional. La felicidad es actividad del hombre conforme a la razón, vida razonable o vida propia del sabio. Si lo definimos como “vida teorética”, o contemplativa, corremos el riesgo de reducir la vida feliz a uno solo de sus muchos aspectos, como si el hombre feliz (el sabio) no hiciera otra cosa que dedicarse a pensar. Por supuesto, la primera actividad del hombre racional es la teoría (conocimiento puro, buscado por sí mismo y no por su posible utilidad), pero también debe emplear la razón para resolver el resto de problemas con los que se encuentra, ante todo los que se refieren a la vida en sociedad. Por eso es igualmente correcto y seguramente más fácil de entender definir la felicidad como actividad de acuerdo a la virtud, pues esta última, la virtud, es en el fondo el hábito por el que uno actúa de acuerdo con la razón.
Para Aristóteles, el hombre no puede alcanzar su fin fuera de la polis.
La virtud es, por tanto, un modo de ser encuadrable en la categoría "hábito", que se alcanza mediante el estudio y la reflexión (si es una virtud relacionada con el conocimiento) o, si es una virtud del carácter o ethos, actuando como si ya fuéramos virtuosos, esforzándonos por repetir actos buenos. En este último caso la virtud consiste en, o tiende a, un justo medio entre dos extremos: uno por defecto y otro por exceso (p.ej., la virtud del valor es el justo medio entre dos vicios: la cobardía y la temeridad), aunque este término medio no es matemáticamente exacto ni el mismo en todas las situaciones o para todos los sujetos. El sabio es quien actúa virtuosamente por hábito, no por azar, y el término medio puede conocerse preguntando al sabio, de quien debemos, al principio, fiarnos para llegar a ser alguna vez nosotros mismos sabios.
La vida humana, y también la virtud, han de darse necesariamente en sociedad. El hombre está destinado por su propia naturaleza o esencia a vivir en una po­lis o comunidad. Aristóteles no se plantea (como Rousseau y otros) el origen de la sociedad como resultado de un pacto artificial que se sobrepone a un estado natural originario: la sociedad existe por naturaleza, ya que el hombre es animal político; si no lo fuera no sería hombre, sino un dios autosuficiente o una bestia incapaz de vida social.
Una forma de situar la política en el pensamiento de Aristóteles es recordar su clasificación de los saberes prácticos; Aristóteles distingue tres: Ética, Economía y Política, y cada uno de ellos se define frente a los otros por el tipo de bien que busca. La Ética busca el bien de cada hombre, la Economía el bien familiar (“bien de la casa, oikos”) y la Política el bien común, que Aristóteles entiende como el bien de la ciudad (polis). Pero hay que recalcar que Aristóteles no entiende la Política como un apéndice de la Ética, sino más bien al revés: la Ética como subordinada a la Política, ya que el bien individual debe subordinarse al bien común. De la misma forma, igual que el hombre nace en una familia, se puede decir que la familia “nace” en una ciudad: la comunidad política existe por naturaleza antes que la familia, como esta existe antes del individuo.
La política se define, pues, por la búsqueda del bien común, que es lo que distingue un régimen legítimo de otro ilegítimo: “todos los gobiernos que se proponen la utilidad común son rectos y los que solo tienen en cuenta el bien de los gobernantes son defectuosos”. Aristóteles, al contrario que Platón, no admite un único modelo político perfecto y razona que hay que buscar el modelo adecuado de acuerdo con las características de la ciudad. En general, prefiere una sociedad en la que se cumpla la ley del término medio: ni demasiado grande ni demasiado pequeña, con ciudadanos que no sean ni excesivamente ricos ni excesivamente pobres, con un relieve suave y un clima templado y con una distribución proporcionada de los diferentes grupos sociales.

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