Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 10
Anselmo
de Canterbury, también conocido como San Anselmo, es uno de los nombres
destacados de la línea platónico-agustiniana del pensamiento medieval. Su fama
se debe a que fue el primero en proponer un razonamiento sobre la existencia de
Dios que ha dado lugar a interminables discusiones, traducidas en verdaderos
ríos de tinta, a lo largo de la historia del pensamiento: se puede decir que
este argumento, conocido desde el siglo XVIII como ontológico, ha sido la línea
divisoria entre dos actitudes filosóficas que no coinciden exactamente con
teísmo y ateísmo, ni siquiera con metafísica y positivismo, sino más bien con
racionalismo y empirismo. Veremos, cuando en estos “Apuntes mínimos” nos toque
hablar de Descartes, que el fundamento último que este autor tiene para aceptar
el argumento ontológico es la concordancia entre razón y realidad, es decir, la afirmación
de que todo lo que la mente concibe de forma estrictamente racional ("clara y distintamente") es en la realidad tal
como se concibe. Si esto es así, el argumento es tan
evidente y seguro como una demostración matemática: lo dicen Descartes y todos
los racionalistas, incluyendo en este grupo a Hegel y algunos otros que, en el último siglo, revisten su platonismo de fenomenología, filosofía de la religión y análisis del lenguaje. Si, por el contrario, creemos que
la comunicación entre pensamiento y realidad pasa necesariamente por la
experiencia sensible nos veremos forzados a rechazar el argumento ontológico:
así lo hace Tomás de Aquino y con él todos los empiristas, materialistas y
positivistas que en la Historia han sido.
Lo
cierto es que Anselmo no dio una importancia especial al argumento. Lo propone,
junto a otros, en un contexto más religioso que filosófico: no busca tanto
convencer(se) de la existencia de Dios cuanto obtener mayores claridad y
seguridad en una creencia que ya posee: "no pretendo entender para creer, sino que creo para entender", dice siguiendo a Agustín. Certeza la suya no creada, sino reforzada al razonar de la
siguiente manera:
A) Partimos
de la definición de Dios como lo mayor que se puede pensar.
Anselmo de Canterbury |
C) Sin
embargo, el ateo piensa que eso “mayor que se puede pensar” no existe en la
realidad.
D) Pero
el ateo, como todo el mundo, puede pensar en “lo mayor que se puede pensar”
existiendo en la realidad.
E) Es
obvio que, entre “lo mayor que se puede pensar existiendo solo en el
pensamiento” y “lo mayor que se puede pensar existiendo en el pensamiento y en
la realidad”, es mayor lo segundo.
F) Por
tanto, “lo mayor que se puede pensar” debe existir en la realidad, pues de otra
forma no sería “lo mayor que se puede pensar” (se podría pensar en algo mayor).
Como
ya hemos dicho, el argumento ontológico ha dado lugar a muchas y productivas
discusiones: algunas de ellas aparecen resumidas aquí. Por el momento nos
conformamos con una información básica que nos sirva para comparar esta forma
de abordar el problema de la existencia de Dios con la que, un par de siglos
después, propondrá Tomás de Aquino.
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