viernes, 8 de diciembre de 2017

Vísperas de cristianismo


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 8


La sombra de Sócrates fue alargada: a su muerte florecieron como setas (¿las setas florecen?) figuras que se decían socráticas. Personajes que buscaban encarnar en sí mismos lo más llamativo de su modelo, en muchos casos hasta la caricatura.
Diógenes y Alejandro: "Pídeme lo que quieras" - "No me tapes el sol".
Diógenes el cínico es con seguridad el "Sócrates enloquecido" más famoso de todos. Si Sócrates había perseguido y muchas veces humillado a sus conciudadanos por desatender el conocimiento de lo más importante (la virtud), Diógenes despreciaba y ridiculizaba a conciencia un modo de vida cada vez más alejado de la naturaleza: rechazaba la convención hasta extremos inconcebibles, haciendo gala de prescindir de todo lo artificial (¿es realmente necesario usar un cuenco para coger agua de una fuente, si cualquier niño puede servirse únicamente de sus manos?). Estrafalario como pocos, fue uno de los pocos filósofos antiguos que rechazaron la esclavitud como antinatural, cosa que –conviene recordar- no hicieron ni Platón, ni Aristóteles, ni Epicuro, ni Séneca, ni San Pablo, ni el emperador-filósofo Marco Aurelio (idealizado en la película Gladiator), ni ninguno de los llamados “santos padres” del primer cristianismo...: para estos resultaba más fácil predicar la libertad interior o hablar de los esclavos como "hermanos", que mover algún dedo para hacer efectivas la dignidad y libertad que les pertenecen por naturaleza, siquiera dejándoles elegir qué hacer con su vida.
Con el tiempo todo termina regresando a su cauce: mejor pactar con el poder que escupirle en la cara. Mejor desentenderse de la política que intentar cambiar el mundo. Centrémonos en buscar la paz interior para que nada nos turbe ni nos haga sufrir (ataraxia). Epicuro aconseja moderar los deseos para que estos nunca vayan más allá de lo que se puede alcanzar, conformándonos con lo que es fácil de obtener y suprimiendo el miedo a lo que no podemos controlar (los dioses, la muerte, el futuro… tal vez las decisiones de los poderosos): esta es la única finalidad de la filosofía, para la cual nadie es ni demasiado joven ni demasiado viejo, pues nunca es ni demasiado pronto ni demasiado tarde para la felicidad.
Epicuro, ataráxico.
Si Epicuro necesitó modificar la física atomista de Demócrito para salvar la libertad humana y con ella la ética (¿qué sentido tendría aconsejar a quien solo puede querer una cosa?), los estoicos no reconocen otra libertad que la aceptación indiferente del destino: uno es libre cuando es señor de sus pasiones y no deja que nada le afecte. Miembros de un mismo cuerpo (el universo, la divinidad), seamos conscientes de que el bien del todo exige a veces el sacrificio de la parte: no sirve de nada luchar contra esta necesidad, la única forma de sufrir menos es aceptar lo inevitable. Lo que uno debe buscar por encima de todo es la virtud pues esta siempre es posible: cuando sintamos que no, al vernos cercados por la injusticia y empujados irresistiblemente a ella, siempre está en nuestra mano permanecer virtuosos mediante el suicidio.
El estoicismo, doctrina ética apoyada en una metafísica panteísta, difuminó las fronteras entre filosofía y religión; Plotino, neoplatónico él, las borró del todo. No fue el primero, ni mucho menos: al fin y al cabo Platón (como Tales, como Parménides, como tantos otros) presuponía la unidad bajo la diversidad, o sea, que en el fondo todo es uno y lo mismo; lo cual le condujo, paso a paso, a la unidad suprema que lo contiene todo y a la que damos nombres como Ser, Bien, Belleza o, si nos movemos en una perspectiva monoteísta, Dios. El judío Filón elaboró filosóficamente el monoteísmo de inspiración platónica: Dios crea el mundo, pero antes de hacerlo proyecta su sombra, el Logos, que contiene los modelos ideales de los que todos los seres creados son imitación (el autor del cuarto evangelio, que la tradición identifica falsamente con el apóstol Juan, muestra su filonianismo en las primeras líneas de su obra: "en el principio ya existía el Logos... y todo se hizo por él"). Sustitúyase el bíblico Yahvé por la Unidad Absoluta, el Uno, y la creación ex nihilo por emanación de la esencia divina, y obtendremos la filosofía de Plotino. Filosofía que busca, por encima de todo, la recomposición de la perdida unión con Dios, es decir, la superación de eso que los cristianos desde San Pablo han llamado pecado original.

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