miércoles, 13 de diciembre de 2017

Ockham y el nominalismo


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 12


El siglo XIV se caracteriza habitualmente como una época de crisis del mundo medieval, que se manifiesta, entre otras cosas, por el conflicto entre las dos “espadas” o poderes de la Cristiandad (Papa y Emperador), la pérdida de autoridad del papado[1] y el auge de la teoría conciliarista[2]. En el mundo filosófi­co, se da la crisis de la filosofía escolástica: una vez desaparecido Tomás de Aquino, la pretensión central de su pensamiento (buscar un apoyo filosófico para el dogma cristia­no) es puesta en entre­di­cho: debe volverse a una “fe pura”, sin apoyos o seudojustifica­ciones racionales, y separar comple­ta­mente la fe de la ciencia y la filosofía.
Cisma de Occidente: una Iglesia con dos papas.
Se llama también al siglo XIV el siglo del nominalismo, por ser esta la solu­ción adoptada por los principales pensadores al llamado problema de los universales. Expliquemos brevemente en qué consiste este problema y cuáles son sus posibles solu­ciones.
Se llama “universal” a un único término que se dice de muchos individuos, p. ej., “hombre” o “árbol”. El problema de los universales puede enunciarse así: la iden­ti­dad del nombre, ¿se basa en algún tipo de realidad o esencia común que compartan to­dos los individuos a los que se da ese nombre?
-La respuesta negativa a esta pregunta es la teoría que se conoce como nominalismo: lo único real son los individuos, no hay esencias comunes, solo nombres para agrupar mentalmente a estos individuos.
-La respuesta afirmativa se conoce como realismo[3], es decir, la admisión de esencias reales comunes a los individuos. El realismo se ha subdividido a su vez en rea­lismo platónico (al que sus detractores llaman exagerado: las esencias reales, ideas o formas existen se­paradas de los individuos) y aristotélico (o moderado, se­gún sus partidarios: las esencias o formas es­tán en los individuos).
 -Finalmente, hay una respuesta intermedia que sostiene que el universal no tie­ne existencia real, pero sí mental: es lo que se llama concepto (una idea general, aplica­ble a diferentes individuos). Esta teoría se conoce como conceptualismo[4].
         El pensador más importante del siglo XIV es el filósofo y teólogo franciscano Guillermo de Ockham (1298-1349), defensor del conciliarismo y de la subordinación del Papa al Emperador. Sus principales ideas filosóficas son:
Guillermo de Ocham
a) Principio de economía del pensamiento, también conocido como navaja de Ockham: “no multiplicar los entes sin necesidad”, es decir, eliminar las ideas y princi­pios no justificables por la experiencia. Se trata de un principio empirista, antimetafísi­co, que está en la base del pensamiento de autores como Berkeley, Hume y los empi­ris­tas lógicos del siglo XX.
b) Separación de teología y ciencia: la teología se basa en la fe, que a su vez se apoya en una revelación divina; la ciencia, en la experiencia sensible. No hay un puente (la metafísica, con el tratamiento de los preambula fidei) que una estos dos campos[5].
c) El saber teológico se basa en la omnipotencia divina. El poder de Dios no tiene ningún límite, salvo la contradicción: “Dios puede hacer todo aquello que pue­­de ser hecho sin contradicción”. Por tanto, no hay (en sentido estricto) necesidad física (aunque habitualmente una causa [ej.: calor] es seguida por un efecto [ej.: dilatación], al ser la causa y el efecto hechos distintos y no existir contradicción en que se dé uno sin el otro, Dios puede –en virtud de su omnipotencia- hacer que exista el calor sin que se produzca la dilatación, o a la inversa)[6].
La inexistencia de necesidad física lleva aparejada la inutilidad de la especula­ción puramente racional sobre la naturaleza, al estilo de la Física de Aristóteles: el estu­dio de la naturaleza debe empezar y terminar con la experiencia, teniendo siempre muy claro que esta solo nos dice lo que habitualmente ocurre, no lo que tiene que ocurrir, y no deben introducirse en la ciencia prin­cipios metafísicos no comprobables por la experiencia (nueva aplicación del método de la “navaja”).
d) El punto de vista anterior tiene también tiene una consecuencia en el campo de la Ética: Dios decide libremente lo que es bueno y malo, de modo que matar es malo porque así lo ha mandado Dios (lo cual vale para las situaciones habituales), pero si en algún caso especial Dios manda lo contrario, como en el ejemplo de Abraham, entonces matar se convierte en algo bueno. No existe una ley moral "natural": la fuente de la moralidad es el mandato divino, y este mandato es libre, no está condicionado por ninguna necesidad.
e) Ockham defiende una teoría del conocimiento claramente nominalista. Se­gún esta, el conocimiento es siempre conocimiento de lo particular, y el conocimiento más perfecto es la evidencia de lo particular o intuición. Lo que se llama “conocimiento de lo universal” es, por tanto, tan solo un imperfecto conocimiento de lo particular, un conocimiento que no llega a distinguir su objeto de todos los demás objetos existentes. Por ejemplo, si estoy junto a una carretera y miro a lo lejos pienso “parece que algo se acerca”, un poco más tarde “es un coche rojo”, después “ah, sí, es un Renault Scenic”, y cuando ya está junto a mí puedo comprobar la matrícula, el matiz concreto de color, las señales de golpes y las demás características que individualizan ese coche y lo dis­tin­guen de todos los otros. En todos los momentos he estado conociendo el mismo ob­jeto individual, pero, cuando lo conocía confusamente, mi conocimiento era igual al de mu­chos otros objetos[7], y por eso a este tipo de conocimiento a veces se le llama universal.
Ahora bien, los individuos pueden agruparse en conjuntos (“especies” y “géne­ros”), y en esta agrupación juegan un papel fundamental las palabras. Estas son signos que están en el lugar de las cosas; en ciertos casos, repre­sentan individuos conocidos con­fu­sa­men­te y es entonces cuando pueden estar en el lu­gar de muchos individuos dis­tin­tos: esta es toda la realidad de los universales.

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[1]Esta pérdida de prestigio se debe fundamentalmente al poder ligado a la institución papal, poder que hace que los diferentes reyes hagan todo lo posible por controlarla; así, como consecuencia de la in­fluen­cia francesa, la re­sidencia del Papa es primero trasladada de Roma a Aviñón; a partir de 1378 existen simultáneamente dos papas, el de Roma y el de Aviñón (“Cisma de Occidente”), y desde 1410 hasta 1415 ¡tres! (los dos ya existentes y un tercero nombrado por el Con­ci­lio de Pisa).
[2]El conciliarismo sostiene que el Papa [monarca] debe so­meterse al Concilio, una especie de “parlamento” dentro de la Iglesia; el conciliarismo resultó especialmente útil para poner fin al Cisma (el Concilio de Constanza hizo renunciar a los tres papas existentes y nombró uno nuevo, lo cual solo pudo hacerse porque existía la convicción de que el Concilio está por encima del Papa hasta el punto de que puede incluso destituirlo), pero posteriormente fue considerado peligroso y anatemizado por los propios papas. De hecho, existe una contradicción evidente entre los decretos del Concilio de Constanza (1414-18) y los del Concilio Vaticano I (1870), ya que, mientras los primeros declaran la supremacía del Con­ci­lio, los segundos hacen del Papa la autoridad suprema de la Iglesia (esta contradicción no pasó desaperci­bida a los obispos presentes en el Concilio Vaticano I, pues muchos de ellos lo abandonaron para no votar negativamente sus decretos y dar así el espectáculo de una Iglesia dividida).
[3]La palabra “realismo” tiene varios significados, incluso dentro de la filosofía. Es importan­te no confundir el realismo como creencia en la realidad de los universales (opuesto a nominalismo) con el realismo como creencia en la realidad, independencia y subsistencia del mundo material (opuesto a idea­lismo).
[4]La diferencia entre un nominalista y un conceptualista puede explicarse así: Para el nominalista, todas nuestras ideas son particulares, y las que llamamos “ideas generales” son solo ideas particulares di­fuminadas (p. ej., cuando miro a lo lejos y veo un hombre: no estoy viendo al “hombre en general”, sino a Pepe, pero tan lejos que no distingo claramente sus rasgos particulares) o en las que elegimos no fijarnos en ciertos aspectos particulares (p. ej., cuando imagino un triángulo cualquiera: este, por supuesto, tiene un aspecto concreto y singular [forma, tamaño, color, etc. particulares], pero prescindo de todo eso y solo me fijo en las tres líneas que se cortan formando tres ángulos); por el contrario, el conceptualista sostiene que hay verdaderas ideas generales, totalmente diferentes de las particulares.
[5]Ockham critica las vías tomistas, observando que, en el mejor de los casos, pueden ser argumen­tos probables, pero no tienen valor estrictamente demostrativo. Así, en cuanto a la primera vía señala que el principio “todo lo que se mueve es movido por otro” no es evidente, y puede incluso ser refutado con contraejemplos tomados de la teología (un ángel se mueve por sí mismo); mientras que el principio “no puede recorrerse una su­cesión infinita” se comprueba falso cada vez que, por ejemplo, hacemos vibrar una cuerda transmitiendo el movimiento de un extremo al otro, ya que toda longitud está compuesta por una sucesión infinita de puntos.
[6]Este razonamiento está anunciando el empirismo de Hume, quien también niega que poseamos un conocimiento necesario de la relación causa-efecto y limita este conocimiento a lo que la experiencia nos proporciona. La diferencia entre Ockham y Hume estaría en que el segundo no apela a la omnipoten­cia divina, sino tan solo a la limitación de nuestro conocimiento.
[7]La extensión o cantidad de individuos abarcados por una sola idea sería mayor cuanto mayor fue­ra la con­fusión de dicha idea: así, la imprecisísima idea de algo puede referirse a un conjunto enor­me­men­te grande de objetos, mientras que, para la más precisa idea de coche rojo, el conjunto correspondiente es sensiblemente menor.

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