Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 12
El siglo XIV se caracteriza habitualmente como una época de crisis
del mundo medieval, que se manifiesta, entre otras cosas, por el conflicto
entre las dos “espadas” o poderes de la Cristiandad (Papa y Emperador), la
pérdida de autoridad del papado[1]
y el auge de la teoría conciliarista[2].
En el mundo filosófico, se da la crisis de la filosofía escolástica:
una vez desaparecido Tomás de Aquino, la pretensión central de su pensamiento
(buscar un apoyo filosófico para el dogma cristiano) es puesta en entredicho:
debe volverse a una “fe pura”, sin apoyos o seudojustificaciones racionales, y separar
completamente la fe de la ciencia y la filosofía.
Cisma de Occidente: una Iglesia con dos papas. |
Se llama también al siglo XIV el siglo del nominalismo, por ser esta
la solución adoptada por los principales pensadores al llamado problema de
los universales. Expliquemos brevemente en qué consiste este problema y cuáles
son sus posibles soluciones.
Se llama “universal” a un único término que se dice de muchos
individuos, p. ej., “hombre” o “árbol”. El problema de los universales puede
enunciarse así: la identidad del nombre, ¿se basa en algún tipo de realidad
o esencia común que compartan todos los individuos a los que se da ese nombre?
-La respuesta negativa a esta pregunta es la teoría que se
conoce como nominalismo: lo único real son los individuos, no hay esencias comunes, solo nombres para agrupar mentalmente a estos individuos.
-La respuesta afirmativa se conoce como realismo[3], es decir, la
admisión de esencias reales comunes a los individuos. El realismo se ha
subdividido a su vez en realismo platónico (al que sus detractores llaman exagerado:
las esencias reales, ideas o formas existen separadas de los individuos) y
aristotélico (o moderado, según sus partidarios: las esencias o formas
están en los individuos).
-Finalmente, hay una respuesta intermedia que sostiene que el universal
no tiene existencia real, pero sí mental: es lo que se llama concepto
(una idea general, aplicable a diferentes individuos). Esta teoría se conoce
como conceptualismo[4].
El pensador más importante del siglo XIV es el filósofo y teólogo franciscano Guillermo de Ockham (1298-1349), defensor del conciliarismo y de la subordinación del Papa al Emperador. Sus principales ideas filosóficas son:
El pensador más importante del siglo XIV es el filósofo y teólogo franciscano Guillermo de Ockham (1298-1349), defensor del conciliarismo y de la subordinación del Papa al Emperador. Sus principales ideas filosóficas son:
Guillermo de Ocham |
a) Principio de economía del pensamiento, también conocido como navaja
de Ockham: “no multiplicar los entes sin necesidad”, es decir, eliminar las
ideas y principios no justificables por la experiencia. Se trata de un
principio empirista, antimetafísico, que está en la base del pensamiento de
autores como Berkeley, Hume y los empiristas lógicos del siglo XX.
b) Separación de teología y ciencia: la teología se basa en la fe, que
a su vez se apoya en una revelación divina; la ciencia, en la experiencia
sensible. No hay un puente (la metafísica, con el tratamiento de los preambula
fidei) que una estos dos campos[5].
c) El saber teológico se basa en la omnipotencia divina. El poder de
Dios no tiene ningún límite, salvo la contradicción: “Dios puede hacer todo
aquello que puede ser hecho sin contradicción”. Por tanto, no hay (en sentido
estricto) necesidad física (aunque habitualmente una causa [ej.: calor]
es seguida por un efecto [ej.: dilatación], al ser la causa y el efecto hechos distintos
y no existir contradicción en que se dé uno sin el otro, Dios puede –en virtud
de su omnipotencia- hacer que exista el calor sin que se produzca la
dilatación, o a la inversa)[6].
La inexistencia de necesidad física lleva aparejada la inutilidad de la
especulación puramente racional sobre la naturaleza, al estilo de la Física
de Aristóteles: el estudio de la naturaleza debe empezar y terminar con la
experiencia, teniendo siempre muy claro que esta solo nos dice lo que habitualmente
ocurre, no lo que tiene que ocurrir, y no deben introducirse en la
ciencia principios metafísicos no comprobables por la experiencia (nueva
aplicación del método de la “navaja”).
d) El punto de vista anterior tiene también tiene una consecuencia en
el campo de la Ética: Dios decide libremente lo que es bueno y malo, de
modo que matar es malo porque así lo ha mandado Dios (lo cual vale para las situaciones habituales), pero si en algún caso especial Dios manda lo contrario, como en el ejemplo de Abraham, entonces matar se convierte en algo bueno. No existe una ley moral "natural": la fuente de la moralidad es el mandato divino, y este
mandato es libre, no está condicionado por ninguna necesidad.
e) Ockham defiende una teoría del conocimiento claramente
nominalista. Según esta, el conocimiento es siempre conocimiento de lo
particular, y el conocimiento más perfecto es la evidencia de lo particular o intuición.
Lo que se llama “conocimiento de lo universal” es, por tanto, tan solo un
imperfecto conocimiento de lo particular, un conocimiento que no llega a
distinguir su objeto de todos los demás objetos existentes. Por ejemplo, si
estoy junto a una carretera y miro a lo lejos pienso “parece que algo se
acerca”, un poco más tarde “es un coche rojo”, después “ah, sí, es un Renault
Scenic”, y cuando ya está junto a mí puedo comprobar la matrícula, el matiz
concreto de color, las señales de golpes y las demás características que
individualizan ese coche y lo distinguen de todos los otros. En todos los
momentos he estado conociendo el mismo objeto individual, pero, cuando lo
conocía confusamente, mi conocimiento era igual al de muchos otros objetos[7],
y por eso a este tipo de conocimiento a veces se le llama universal.
Ahora bien, los individuos pueden agruparse en conjuntos (“especies” y
“géneros”), y en esta agrupación juegan un papel fundamental las palabras. Estas
son signos que están en el lugar de las cosas; en ciertos casos, representan
individuos conocidos confusamente y es entonces cuando pueden estar en el
lugar de muchos individuos distintos: esta es toda la realidad de los
universales.
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[1]Esta
pérdida de prestigio se debe fundamentalmente al poder ligado a la institución
papal, poder que hace que los diferentes reyes hagan todo lo posible por
controlarla; así, como consecuencia de la influencia francesa, la residencia
del Papa es primero trasladada de Roma a Aviñón; a partir de 1378 existen
simultáneamente dos papas, el de Roma y el de Aviñón (“Cisma de Occidente”), y
desde 1410 hasta 1415 ¡tres! (los dos ya existentes y un tercero nombrado por
el Concilio de Pisa).
[2]El
conciliarismo sostiene que el Papa [monarca] debe someterse al Concilio, una
especie de “parlamento” dentro de la Iglesia; el conciliarismo resultó
especialmente útil para poner fin al Cisma (el Concilio de Constanza hizo
renunciar a los tres papas existentes y nombró uno nuevo, lo cual solo pudo
hacerse porque existía la convicción de que el Concilio está por encima del
Papa hasta el punto de que puede incluso destituirlo), pero posteriormente fue
considerado peligroso y anatemizado por los propios papas. De hecho, existe una
contradicción evidente entre los decretos del Concilio de Constanza (1414-18) y
los del Concilio Vaticano I (1870), ya que, mientras los primeros declaran la
supremacía del Concilio, los segundos hacen del Papa la autoridad suprema de
la Iglesia (esta contradicción no pasó desapercibida a los obispos presentes
en el Concilio Vaticano I, pues muchos de ellos lo abandonaron para no votar
negativamente sus decretos y dar así el espectáculo de una Iglesia dividida).
[3]La
palabra “realismo” tiene varios significados, incluso dentro de la filosofía.
Es importante no confundir el realismo como creencia en la realidad de los
universales (opuesto a nominalismo) con el realismo como creencia en la
realidad, independencia y subsistencia del mundo material (opuesto a idealismo).
[4]La
diferencia entre un nominalista y un conceptualista puede explicarse así: Para
el nominalista, todas nuestras ideas son particulares, y las que llamamos
“ideas generales” son solo ideas particulares difuminadas (p. ej., cuando miro
a lo lejos y veo un hombre: no estoy viendo al “hombre en general”, sino a
Pepe, pero tan lejos que no distingo claramente sus rasgos particulares) o en
las que elegimos no fijarnos en ciertos aspectos particulares (p. ej., cuando
imagino un triángulo cualquiera: este, por supuesto, tiene un aspecto concreto
y singular [forma, tamaño, color, etc. particulares], pero prescindo de todo
eso y solo me fijo en las tres líneas que se cortan formando tres ángulos); por
el contrario, el conceptualista sostiene que hay verdaderas ideas generales,
totalmente diferentes de las particulares.
[5]Ockham
critica las vías tomistas, observando que, en el mejor de los casos, pueden ser
argumentos probables, pero no tienen valor estrictamente demostrativo. Así, en
cuanto a la primera vía señala que el principio “todo lo que se mueve es movido
por otro” no es evidente, y puede incluso ser refutado con contraejemplos
tomados de la teología (un ángel se mueve por sí mismo); mientras que el
principio “no puede recorrerse una sucesión infinita” se comprueba falso cada
vez que, por ejemplo, hacemos vibrar una cuerda transmitiendo el movimiento de
un extremo al otro, ya que toda longitud está compuesta por una sucesión
infinita de puntos.
[6]Este
razonamiento está anunciando el empirismo de Hume, quien también niega que
poseamos un conocimiento necesario de la relación causa-efecto y limita este
conocimiento a lo que la experiencia nos proporciona. La diferencia entre
Ockham y Hume estaría en que el segundo no apela a la omnipotencia divina,
sino tan solo a la limitación de nuestro conocimiento.
[7]La
extensión o cantidad de individuos abarcados por una sola idea sería
mayor cuanto mayor fuera la confusión de dicha idea: así, la imprecisísima
idea de algo puede referirse a un conjunto enormemente grande de
objetos, mientras que, para la más precisa idea de coche rojo, el
conjunto correspondiente es sensiblemente menor.
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