Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 6
Aristóteles replica a Platón: una conversación nunca ocurrida. |
Una famosa
pintura de Rafael, La Escuela de Atenas, representa a Platón y
Aristóteles conversando: mientras el primero señala al cielo como sede de la
verdadera realidad, el segundo extiende su mano abierta sobre la tierra. Es una
buena representación gráfica de las diferencias entre ambos autores: para Platón,
el mundo sensible existe como copia o imagen del mundo ideal y el primero
encuentra su única razón de ser en el segundo; para Aristóteles, hay que buscar
la explicación del mundo natural dentro
del mundo natural, no fuera de él.
En consonancia
con este proyecto, Aristóteles elabora una compleja terminología filosófica
dirigida fundamentalmente a hacer más preciso nuestro conocimiento del mundo.
“El ser se dice de muchas maneras”, pero todas se reducen a dos: como ser ya (ser en acto) y como poder ser (ser en potencia), y tanto uno
como otro pueden ser en sí (sustancia)
o ser en otro (accidente). La
potencia está referida al acto, como el accidente lo está a la sustancia: por
eso el sentido primero de ser es la
sustancia, sujeto o individuo concreto, visible y tangible. Si queremos definir
lo que este individuo es, no necesitamos buscar una “idea” o “forma” fuera del
mundo (Aristóteles considera a las ideas platónicas como abstracciones sin
existencia real, al menos sin existencia fuera de los individuos: si las formas
existen, existen en los individuos).
El análisis del individuo nos proporciona su forma sustancial, principio organizador de unos elementos o materia que hacen que estos elementos
den lugar a una sustancia y no a otra.
La materia
existe en función de la forma: la forma es el acto de la sustancia, mientras
que la materia es mera potencia. Por ello la forma puede ser también llamada
sustancia (quizá hay aquí un resto de platonismo), pero en un sentido
secundario: es sustancia segunda. Es
también causa final, puesto que en la
naturaleza el desarrollo del ser está orientado hacia la consecución de su
forma propia: el niño crece para alcanzar la forma de hombre, lo que lo define
como tal. La causa final, el para qué, es tan real como la causa eficiente o
agente (la responsable de la producción) y tan necesaria como esta para
entender cualquier realidad. Existe una causa final de todo el mundo natural,
Dios o el acto puro (es ya todo lo que puede ser), que por su perfección
engendra en todos los seres el impulso hacia su imitación.
El hombre es
también una única sustancia: contra Platón, alma y cuerpo no son dos realidades
independientes unidas accidentalmente, sino que el alma es forma del cuerpo
y este existe en función de aquella. La relación entre alma y cuerpo puede
compararse a la que hay entre la visión y el ojo: un ojo sin visión no es un
verdadero ojo, como un cuerpo sin alma no es un verdadero cuerpo; pero sin
cuerpo no hay alma, como sin ojo no hay visión. Aristóteles niega la sustancialidad
del alma, lo que, en el fondo, equivale a afirmar su mortalidad. La posible
supervivencia del entendimiento se sostiene en que se trata de algo
inmaterial y ajeno al individuo, y nada tiene que ver con la prolongación de la
vida de este más allá de la muerte corporal.
En
cuanto al conocimiento, Aristóteles niega tanto el innatismo como la teoría de
la reminiscencia y lo explica como una función del alma que procede por abstracción (literalmente "separación") a partir de los datos de los
sentidos: de la imagen concreta que forman estos el entendimiento separa lo general, lo que es igual para todos los individuos de la especie, y forma con ello el concepto universal que hace posible la ciencia (conocimiento de lo universal y necesario). Por medio del conocimiento, el alma humana es capaz de adoptar o
asimilar cualquier forma, tanto material como inmaterial. Como cualquier otro
proceso natural, conocer es pasar de la potencia al acto; por eso el acto puro,
Dios, solo puede conocerse a sí mismo y es definido por Aristóteles como
“pensamiento del pensamiento”. A este Dios, que no conoce el mundo ni al hombre
ni puede intervenir en favor de ellos, no tiene ningún sentido rezarle ni
ofrecerle sacrificios: el Dios filosófico de Aristóteles no tiene nada que ver
con el Dios de la religión.
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