sábado, 2 de diciembre de 2017

La idea de ser en Aristóteles


Apuntes mínimos de Historia de la Filosofía, capítulo 6


Aristóteles replica a Platón: una conversación nunca ocurrida.
Una famosa pintura de Rafael, La Escuela de Atenas, representa a Platón y Aristóteles conversando: mientras el primero señala al cielo como sede de la verdadera realidad, el segundo extiende su mano abierta sobre la tierra. Es una buena representación gráfica de las diferencias entre ambos autores: para Platón, el mundo sensible existe como copia o imagen del mundo ideal y el primero encuentra su única razón de ser en el segundo; para Aristóteles, hay que buscar la explicación del mundo natural dentro del mundo natural, no fuera de él.
En consonancia con este proyecto, Aristóteles elabora una compleja terminología filosófica dirigida fundamentalmente a hacer más preciso nuestro conocimiento del mundo. “El ser se dice de muchas maneras”, pero todas se reducen a dos: como ser ya (ser en acto) y como poder ser (ser en potencia), y tanto uno como otro pueden ser en sí (sustancia) o ser en otro (accidente). La potencia está referida al acto, como el accidente lo está a la sustancia: por eso el sentido primero de ser es la sustancia, sujeto o individuo concreto, visible y tangible. Si queremos definir lo que este individuo es, no necesitamos buscar una “idea” o “forma” fuera del mundo (Aristóteles considera a las ideas platónicas como abstracciones sin existencia real, al menos sin existencia fuera de los individuos: si las formas existen, existen en los individuos). El análisis del individuo nos proporciona su forma sustancial, principio organizador de unos elementos o materia que hacen que estos elementos den lugar a una sustancia y no a otra.
La materia existe en función de la forma: la forma es el acto de la sustancia, mientras que la materia es mera potencia. Por ello la forma puede ser también llamada sustancia (quizá hay aquí un resto de platonismo), pero en un sentido secundario: es sustancia segunda. Es también causa final, puesto que en la naturaleza el desarrollo del ser está orientado hacia la consecución de su forma propia: el niño crece para alcanzar la forma de hombre, lo que lo define como tal. La causa final, el para qué, es tan real como la causa eficiente o agente (la responsable de la producción) y tan necesaria como esta para entender cualquier realidad. Existe una causa final de todo el mundo natural, Dios o el acto puro (es ya todo lo que puede ser), que por su perfección engendra en todos los seres el impulso hacia su imitación.
El hombre es también una única sustancia: contra Platón, alma y cuerpo no son dos realidades inde­pen­dien­tes unidas accidentalmente, sino que el alma es forma del cuer­­po y este existe en función de aquella. La relación en­tre alma y cuerpo puede compararse a la que hay entre la vi­sión y el ojo: un ojo sin visión no es un verdadero ojo, co­mo un cuerpo sin alma no es un verdadero cuerpo; pero sin cuerpo no hay alma, como sin ojo no hay visión. Aris­tó­teles niega la sustancialidad del alma, lo que, en el fon­do, equivale a afirmar su mortalidad. La posible super­vi­ven­cia del entendi­miento se sos­tiene en que se trata de al­go inmaterial y ajeno al individuo, y nada tiene que ver con la prolongación de la vida de este más allá de la muer­te corporal.
 En cuanto al conocimiento, Aristóteles niega tanto el innatismo como la teoría de la reminiscencia y lo explica como una función del alma que procede por abstracción (literalmente "separación") a partir de los datos de los sentidos: de la imagen concreta que forman estos el entendimiento separa lo general, lo que es igual para todos los individuos de la especie, y forma con ello el concepto universal que hace posible la ciencia (conocimiento de lo universal y necesario). Por medio del conocimiento, el alma humana es capaz de adoptar o asimilar cualquier forma, tanto material como inmaterial. Como cualquier otro proceso natural, conocer es pasar de la potencia al acto; por eso el acto puro, Dios, solo puede conocerse a sí mismo y es definido por Aristóteles como “pensamiento del pensamiento”. A este Dios, que no conoce el mundo ni al hombre ni puede intervenir en favor de ellos, no tiene ningún sentido rezarle ni ofrecerle sacrificios: el Dios filosófico de Aristóteles no tiene nada que ver con el Dios de la religión.

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