viernes, 14 de febrero de 2020

Momentos estelares de la Historia del Cine (XI): En la puerta de Rashomon vivía un demonio...


En la puerta de Rashomon vivía un demonio, y dicen que se fue porque tenía miedo de los hombres...

 La peculiar forma narrativa de Rashomon, que podemos llamar perspectivista, consiste en ofrecer cuatro versiones diferentes del mismo hecho (la violación de una mujer por un bandido y el posterior asesinato de su marido). El comienzo de la película consiste en aproximaciones progresivas al hecho: el hombre que encontró el cadáver, el que supuestamente es el último que vio con vida al asesinado (excluidos los tres implicados en el hecho), el policía que detuvo al asesino… A partir de aquí comienza la exposición de las cuatro versiones: la del asesino, que trata de disminuir su culpa (dormía cuando la brisa le despertó y vio a la mujer que parecía una diosa: “si no hubiera sido por esa brisa de aire nada habría pasado”); la de la mujer, que se duele del desprecio de su marido tras la violación; la del propio muerto, que a través de una médium cuenta su versión y carga toda la culpa sobre la mujer; y finalmente, la del que supuestamente solo encontró el cadáver, pero en realidad vio más de lo que dijo, y cuenta una versión de la historia en la que ninguno de los tres implicados sale bien parado.

Como he escrito en otra entrada, "más que el aliento épico, a los cinéfilos europeos les sorprendió el fondo filosófico de la historia, puro perspectivismo nietzscheano, que presenta una realidad nouménica (la verdad pura, la cosa en sí) resistiéndose a una categorízación que se pretende objetiva y fragmentada en cuatro visiones incompatibles entre sí". De ahí  el abandono de la narración lineal (único punto de vista) y su sustitución por sucesivas aproximaciones, todas ellas parciales e interesadas, al mismo hecho narrado.
Pues lo que hace de Rashomon una película de su autor, Kurosawa, no es su construcción narrativa a base de flashbacks (similar en el fondo a la de Ciudadano Kane, aunque, a diferencia de esta, los flashbacks no hacen progresar la narración en el tiempo, sino que vuelven una y otra vez a los mismos hechos; otra película de Kurosawa, Vivir, se aproxima más, en su parte final, al modelo de Welles). Tampoco su ubicación en el Japón feudal, que ha sido frecuentado por otros cineastas. Se trata más bien de la concepción escéptica, cuasi-nihilista, que empapa la historia, aunque al final se abre un pequeño resquicio para la esperanza. “Aquí, en la puerta de Rashomon, vivía un demonio, y dicen que se fue porque tenía miedo de los hombres.” En Rashomon hasta los muertos mienten, todos se olvidan de lo que no les conviene recordar y llegan incluso a creerse sus propias mentiras. Es la misma mirada desencantada que aparece en Los siete samurais (samurais, bandidos y campesinos participan de la misma condición mezquina) y que llega hasta sus últimas obras, de las cuales las más dignas de recuerdo son Kagemusha y Ran.
 Quedémonos con el final como una pequeña luz en la oscuridad, el hombre del que acabamos de descubrir su condición de mentiroso y ladrón, pero que aunque ya tiene seis hijos adopta al bebé abandonado: “Gracias a ti puedo seguir creyendo en los hombres”, le confiesa el monje budista poniendo voz a la conciencia del espectador.
Una última anotación: el duelo dos veces narrado (la primera cumpliendo escrupulosamente las reglas y la segunda mostrando los recursos más sucios y rastreros), ¿no es un claro precedente de El hombre que mató a Liberty Valance?



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 Entradas anteriores de la serie:
Una pausa en la batalla (Río Bravo)
Bosques de bambú, damas marciales y toques zen (A touch of zen).
Odiar el desierto por no tener agua (La venganza de Ulzana).
Lecciones de Cine para preadolescentes (El padrino).
Lo que las palabras no dicen (Centauros del desierto).
Mentiras piadosas para mentes infantiles (La vida es bella).
¡Toma montaje de atracciones! (El nacimiento de una nación, El acorazado Potemkin).
El travelling como filosofía de la vida (Frenesí).
Calderero, sastre, soldado... (El topo).
Si Dios no existiera... (Los comulgantes).

            Entrada posterior:
Decir y mostrar, o cómo se construyen los relatos (Fort Apache)


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