lunes, 2 de marzo de 2020

Filosofía de la Religión (II): La esencia de la religión


            A la pregunta ¿qué es la religión? puede responderse de muy diversos modos: se puede dar una definición a priori y llamar "religión" solo a lo que se ajuste a esta definición, rechazando el resto de fenómenos como no religiosos; se puede hacer un inventario de religiones y decir "religión es todo lo que aparece en esta lista"; se puede acudir a la etimología ("religión", ¿procede de "religare" -Lactancio- o de "relegere" -Cicerón-?[1]), etc.
Juan de Dios Martín Velasco (1934-2020)
            La respuesta que creo más adecuada a esta cuestión es la que procede de la fenomenología de la religión: tratar de describir la estructura básica que presenta todo hecho religioso en cuanto tal, descu­briendo los aspectos constitutivos del hecho religioso. Siguiendo a Martín Velasco, podemos decir que tales aspectos son:
            a) Una dimensión o ámbito, lo sagrado, difícil de definir a priori, pero que aparece ante la conciencia religiosa como “lo más real” o “lo más digno de respeto”, sin que tengan sentido los cálculos utilitarios.
            b) Un sujeto que presenta una actitud de sumo respeto (temor y fascinación).
            c) Un objeto que aparece a la vez como absoluto y santo.   


            1. LO SAGRADO.


            El primer rasgo distintivo de la religión es la presencia de un nivel de realidad que se considera sagrado, es decir, digno de respeto absoluto, no susceptible de consideración meramente utilitaria[2].
            "Lo sagrado" y "lo profano" pueden caracterizarse como dos mundos absolutamente separados o, quizá más adecuadamente, como dos niveles de realidad de los cuales puede formar parte, sucesivamente, un mismo objeto o persona. Así ocurre en la actividad llamada, muy adecuadamente, sacrificio: literalmente, "hacer sagrado", convertir lo profano en sagrado[3].
            En todo caso, lo esencial es la separación radical o ruptura de nivel entre los dos ámbitos de la realidad. Tal separación aparece marcada, en las distintas tradiciones religiosas, por algunos hechos significativos.

            1.1. El tabú.

Edición de Cristiandad del clásico de Martín Velasco
            Un primer signo de la presencia de lo sagrado, extendido entre las religiones primitivas, es la existencia de realida­des-tabú (tabú: término polinesio que significa "separado"). “No puede uno acercarse impunemente a un objeto consagrado cuando se está en condición profana”[4]. Cuando algo es declarado tabú, se constata la presencia de un poder sobrenatural que lo hace (a la vez) valioso y peligroso, por lo que debe ser separado del resto de los objetos y protegido mediante una prohibición; es, además, propio del tabú el contagiar su carácter a aquello con lo que entra en contacto.
Nueva edición, a cargo de Trotta
            La relación tabú-sagrado nos da una primera pista acerca de la ambivalencia del objeto o término de la actitud religio­sa: se trata de algo benéfico y atractivo para el hombre, pero no deja de percibirse como algo peligroso que exige ser trata­do con sumo cuidado[5].

            1.2. Ritos de iniciación.

            Se trata de un fenómeno prácticamente universal, presente en todas las religiones. Señala, de una forma visible y palpa­ble, el paso de un individuo desde un nivel de existencia "natural" o profano a un nivel sagrado.
            La iniciación reproduce simbólicamente los límites conocidos de la vida humana: nacimiento y muerte, interpretados universalmente como paso de lo profano a lo sagrado (o viceversa). Así, lo que dice Lloyd Warner[6] de los nativos australianos es aplicable también –en distinta medida- a la mayoría de las concepciones religiosas existentes:
“Antes del nacimiento la personalidad es puramente espiritual; se vuelve completamente profana y no espiritual en el primer período de su vida, cuando se la clasifica en la misma categoría social que las mujeres; gradualmente se torna más ritualizada y sagrada a medida que el individuo envejece y se acerca a la muerte; y a la hora de la muerte se hace otra vez completamente espiritual y sagrada.”
"Elevación" simbólica que representa el paso de lo profano a lo sagrado
            Los ritos de iniciación aparecen en todas las religiones primitivas y perduran en las grandes religiones (p. ej., bautismo y confirmación en el cristianismo, circuncisión entre los judíos y musulmanes, etc.). Se suele destacar sobre todo la importancia de dos grandes grupos:

a) Ritos de pubertad, mediante los cuales el indivi­duo es introducido en el conocimiento, la sexualidad y lo sagrado. En tales rituales, el adolescente generalmente se retira de la vida familiar y social y representa su muerte y nuevo nacimiento:

“La ceremonia comienza por la separación del neófito de su familia y una retirada a la espesura. Hay ya en ello un símbolo de la Muerte: el bosque, la jungla, las tinieblas simbolizan el más allá, los ‘infiernos’. En ciertos lugares se cree que un tigre viene y se lleva a lomos a los candidatos a la jungla: la fiera encarna al Antepasado mítico, al Maestro de la iniciación, que conduce a los adolescentes a los infiernos. En otras partes se cree que al neófito se lo traga un monstruo: en el vientre del monstruo reina la Noche cósmica, es el mundo embrionario de la existencia, tanto en el plano cósmico como en el de la vida humana. En más de una región existe en la espesura una cabaña iniciadora. Allí, los jóvenes candidatos soportan parte de sus pruebas y se les instruye en las tradiciones secretas de la tribu. Por tanto, la cabaña iniciática simboliza el vientre materno. La muerte del neófito significa una regresión al estado embrionario...
“Otros rituales ponen en evidencia el simbolismo de la muerte iniciática. En ciertos pueblos se entierra a los candidatos o se les acuesta en tumbas recién cavadas. O bien se les recubre con ramajes y permanecen inmóviles como muertos, o se les frota con un polvo blanco para darles una apariencia de espectros. Los neófitos imitan, por lo demás, el comportamiento de los espectros: no se valen de los dedos para comer, sino que toman el alimento directamente con los dientes, como se cree que hacen las almas de los muertos. En fin, las torturas que padecen tienen, entre otras significaciones, la siguiente: el neófito sometido a la tortura y a la mutilación se cree que es torturado, despedazado, cocido o asado por los demonios maestros de la iniciación, es decir, por los Antepasados míticos. Estos sufrimientos físicos corresponden a la situación del que ha sido ‘devorado’ por el demon-fiera, despedazado en la garganta del monstruo iniciático y digerido en su vientre. Las mutilaciones (arrancamiento de dientes, amputación de dedos, etc.) están impregnadas asimismo del simbolismo de la muerte. La mayoría de las mutilaciones están en relación con las divinidades lunares. Ahora bien: como la Luna desaparece periódicamente, muere, para renacer tres noches después, es simbolismo lunar pone de relieve que la muerte es la primera condición de toda regeneración mística.”[7]
Simbolismo lunar: "muerte" y "renacimiento"

b) Iniciaciones que capacitan al individuo para realizar una función relacionada con lo sagrado. El simbolismo de “muerte” o “regreso al vientre materno”, seguido de un nuevo nacimiento, está aquí también presente. El Aitareya-Brahmana describe así la iniciación de un brahmán:

“Los sacerdotes transforman en embrión a aquel a quien consagran. Lo rocían con agua: el agua es el semen viril... Lo hacen entrar en el cobertizo especial: el cobertizo especial es la matriz del que efectúa la consagración... Lo recubren con un vestido: el vestido es el amnios... Se le echa encima una piel de antílope negro: el corion está, en efecto, por encima del amnios. Tiene los puños cerrados; en efecto, el embrión tiene los puños cerrados mientras está en el claustro materno, el niño tiene los puños cerrados cuando nace. Se despoja de la piel de antílope para entrar en el baño; por eso los embriones vienen al mundo desprovistos de corion. Conserva su vestido para entrar; por ello el niño nace con el amnios encima.”[8]

            En conclusión, podemos señalar como elementos comunes de todos los rituales de inicia­ción:
a) La presencia simbólica de la muerte (fin del "hombre natural").
b) Unido a lo anterior, existe también una simboli­za­ción de un nuevo nacimiento o regeneración sobrenatu­ral.
c) Existencia de un modelo divino o sobrenatural que es repetido ritualmente.
                       
            1.3. Conversión e iluminación.

            Las grandes religiones, aun conservando en buena medida los rituales de iniciación, han desarrollado además otras formas más personalizadas de contacto con lo sagrado: las experiencias de conversión e iluminación. Tales experiencias implican también, como los rituales de iniciación, una ruptura de nivel: el final de una existencia profana y el inicio de una "vida nueva".
Conversión de San Pablo (Murillo)
            La conversión es la experiencia propia de las religiones proféticas. Como rasgos propios se pueden señalar:
a) El sujeto religioso experimenta una llamada exte­rior a cambiar de vida; por tanto, la iniciativa del proceso la lleva Dios, no el hombre.
b) Lo anterior es, sin embargo, compatible con la existencia de una preparación anterior realizada por el hombre (ascesis, purificación, etc.).
c) La conversión implica una muerte a la vida profa­na; esta, sin embargo, solo excepcionalmente es desvalorizada de forma absoluta (formas religiosas de “condena del mundo”: movimientos apocalípticos); por lo general se acepta el valor de lo profano, aunque este valor es negado como último y definitivo.
            En las religiones místicas se da el fenómeno, parecido, de la iluminación (Boddhi), concebida como el resultado de un proceso de autoconoci­miento y superación de la ilusión que es, a la vez, liberación de la cadena de las reencarnaciones (samsara). Para alcanzar esta meta, las religiones orientales proponen un camino: el yoga[9].

               2. EL SUJETO DE LA RELIGION: LA ACTITUD RELIGIOSA.


            La religión, entendida como relación, puede ser vista desde su vertiente subjetiva (el sujeto de esa relación) o desde su vertiente objetiva (el término de esa relación). Nos fijamos ahora en el primer aspecto: ¿Cómo vive el sujeto religioso su propia religión? ¿Qué actitud toma? ¿Qué es lo que distingue esa actitud de otras posibles actitudes del mismo sujeto?
            Martín Velasco ha caracterizado la actitud religiosa con los términos de extática y salvífica.

            2.1. Descentramiento (éxtasis).

La religión es, por una parte, éxtasis (en senti­do etimológico): El sujeto religioso sale de sí, pone el centro de su vida en lo que aparece como infinitamente más valioso que sí mismo y más valioso que el resto de las realidades mundanas.
            Un texto de Martín Velasco lo expresa con total claridad:

                        "El hombre religioso no parte de sus necesidades o sus deseos y encuentra en Dios un ser que le responda remedian­do esas necesidades o saciando esos deseos. El primer momento del acto religioso es el encuentro del hombre con una realidad enteramente diferente que, lejos de saciar sus deseos o responder a ellos, no aparece para él más que cuando se ha trascendido a sí mismo, la fuente de esos deseos. El Dios del hombre religioso, en la medida en que es el Misterio, no es una realidad que el hombre busque espontáneamente, sino una realidad que en un momento dado se le impone. Para el verdadero hombre religioso, Dios no responde a ninguno de sus deseos, ya que éstos tienen por objeto una realidad mundana, sino que representa una realidad enteramente nueva. Por eso, cuando el hombre se encuentra con él descubre, es verdad, la felicidad, pero una felicidad distinta de la que se basa en la satisfacción de los deseos. El Dios del hombre religioso no consuela al hombre por lo que da o promete, sino por lo que es, o tal vez más propiamente, porque es, y para el hombre religioso es una realidad totalmente otra que él debe reconocer, trascendiéndose, es decir, sacrificándose, en algunas ocasiones literalmente, en ese reconocimiento."[10]

Esta nota sirve para diferenciar la actitud religio­sa de otras actitudes como la mágica, que, aun recono­ciendo la existencia de seres sobrenaturales, trata de ponerlos a su servicio. En la actitud mágica, el sujeto no se descentra, sino que parte de sus propios deseos y necesidades y busca satisfacer­los.

            2.2. Deseo de salvación.

            Por otra parte, la religión es también búsqueda de salvación.
            Se pueden señalar como rasgos de la idea de "salva­ción":
a) La conciencia de un mal radical ("desorden cósmi­co", "culpa", "sufri­mien­to"), del cual es preciso liberar­se.
b) La equiparación de esta liberación con la menciona­da realización total, última y definitiva, que se realiza en el orden del "ser" y no del "tener" (no se trata de un bien natural, ni siquiera del conjunto de bienes natura­les). No consiste, por tanto, en la satisfacción de deseos y necesidades naturales. En último término, esta realiza­ción coincide con la unión con la divinidad o realidad absoluta.
c) Finalmente, la salvación no es algo alcanzable con las solas fuerzas humanas; es más bien un don o gracia, cuyo agente es un ser superior.[11]
            Los dos rasgos de la actitud religiosa (descentramiento y deseo de salvación) deben ser contemplados siempre a la vez, en tensión dialéctica, ya que de otro modo tendríamos una visión sesgada y parcial del hecho religioso (bien como autoinmolación despersonalizante, bien como manipulación interesada de lo sagrado).
           
            2.3. Los actos religiosos: oración y sacrificio.

            Aunque la actitud religiosa no se ciñe estrictamente a unos momentos, sino que puede extenderse por toda la vida del creyente, hay sin embargo unos actos que se relacionan de forma muy especial con la religión y pueden ser llamados, por tanto, actos religiosos en sentido propio.
            Los más importantes de estos actos se pueden englobar en dos categorías: la oración y el sacrificio.

            a) La oración.- Presente en todas las tradiciones reli­gio­sas, abarca diversas formas: petición, acción de gracias, alabanza, contemplación pasiva, unión mística... Se trata, según la mayoría de los autores, del acto primero de la vida religiosa, hasta el punto de que difícilmente se puede hablar de religión donde falta la oración[12].
Orante
            La oración, como acto de la vida religiosa, presupone o busca algún tipo de comunicación duradera con la realidad sobrenatural; se diferencia del mero conjuro en que este último busca únicamente "amarrar" al poder por medio de unas fórmulas eficaces en sí mismas, independientemente incluso de la actitud interior del que las pronuncia.

                        Un texto de E.O. James aclara la cuestión:

                        "El lenguaje de la oración es tan espontáneo como carente de restricciones; es una creación libre del momento por parte del devoto o del intercesor, aunque no se excluye el uso de fórmulas estereotipadas o su repetición en determinadas ocasiones. Las palabras utilizadas en la magia se eligen con el máximo cuidado y exactitud; cualquier fallo en su pronunciación puede romper el encantamiento y anular la eficacia del conjuro, porque al tratarse de una posesión humana, solo un experto perfectamente entrenado puede pronunciar las fórmulas y ejecutar las acciones con cierta esperanza de éxito. El lenguaje de la magia, de hecho, es con frecuencia arcaico e ininteligible, ya que el poder reside en los mismos sonidos más que en su significa­do. Finalmente, si bien la oración en sus formas más rudimentarias, al igual que la magia, va generalmente dirigida a la consecución de unos fines específicos, no queda limitada a las puras necesidades prácticas. En ella puede distinguirse algo que en la experiencia religiosa superior se convierte en gratuidad, en acción de gracias, en alabanza y adoración."[13]

            Ciertas formas ingenuas y primitivas de oración, sobre todo de oración de petición, guardan una gran seme­janza exterior con los rituales y fórmulas mágicos. La pregunta ¿se trata, en estos casos, de magia o religión? solo puede contestarse examinando la actitud interior del sujeto: ¿Trata únicamente de arrancar favores a la divi­nidad, confiando en la eficacia automática de ciertas fórmulas, o más bien ha reconocido previamente la digni­dad superior de un ser sobrenatural, a quien solo en un segundo momento pide favores? Hay que advertir que el uso de la oración con fines mágicos persiste también entre algunos creyentes de las grandes religiones.

            b) El sacrificio.- Definido por Marcel Mauss como "esta­ble­cimiento de una comunicación entre lo sagrado y lo profano por medio de una víctima", el sacrificio es expresión de la actitud religiosa en sus tres formas básicas:
Agnus Dei (Zurbarán)

                        -Ofrecimiento de dones: Se advierte una variedad de manifestaciones que van desde la idea de una deidad “necesitada” hasta la espiritualización del rito, en que lo decisivo no es el don como objeto que se ofrece a la divinidad, sino el hecho de que ese objeto aparezca como valioso para el sujeto.
                        Al parecer, en el origen de esta forma de sacrificio aparece la creencia de que la sangre es el elemento que contiene la vida.

                                   "El elemento portador de la vida se derrama para purificar o regenerar a las personas o cosas en cuestión; este es el principio más fundamental de la institución del sacrificio a través de su larga y complicada historia: dar la vida, promoverla y pre­ser­varla...”[14].

                        De ahí que, en la mayoría de los casos, la ofrenda o sacrificio implique derramamiento de sangre. La ofrenda vegetal es más rara e, incluso admitiéndose, su valor se considera inferior al del sacrificio animal (un ejemplo muy conocido es la historia de Caín y Abel). La presencia de la sangre añade un motivo simbólico que va más allá de la mera ofrenda material: la donación de la vida[15].

                        -Sacrificio de expiación, por el cual el hombre, al comprobar la enorme distancia que le separa de la reali­dad sobrenatural, busca la necesaria purificación.
El sacrificio de expiación revista diferentes formas y significados: desde el "lavar" la mancha con la sangre de la víctima (de forma parecida a como se hace con el agua en las abluciones), hasta considerar a esta como el que sustituye al oferente para pagar por sus pecados[16]; según la religión va llenándose de contenido ético, el sacrificio mate­rial es considerado símbolo del sacrificio espiri­tual (arrepentimiento y conversión), que es el ver­daderamente válido.

                        -Sacrificio de comunión, en el cual el hombre se une a la divinidad por medio de un banquete. En una de sus formas, el banquete consiste en comer al animal que re­pre­senta al dios (Freud vio el origen de la religión en este banquete, que analiza en su obra Tótem y tabú[17]).

            Existe una tendencia en todas las religiones a convertir los sacrificios en ritos mágicos, tendencia contra la que se levantan ocasionalmente los movimientos de reforma religiosa (p. ej., los profetas del Antiguo Testamento[18], el budismo contra los sacrifi­cios brahmánicos, etc.) para que el sacrifi­cio no sea visto como un sustitutivo de la vida religiosa total (que incluye, entre otras cosas, el compromiso ético).

            3. EL OBJETO DE LA RELIGION: EL MISTERIO.

 

            3.1. Variedad de representaciones del Absoluto.

            El término de la relación religiosa aparece siempre como una realidad distinta de las realidades que forman la natura­leza o la existencia cotidiana; en este sentido, se puede hablar de lo sobrenatural[19], que, cuando es concebido en térmi­nos personales (no siempre), se puede llamar Dios. En fenome­nología de la religión ha hecho fortuna el término Misterio. A fin de destacar los rasgos comunes de todas las concepciones del Misterio, hemos de recorrer brevemente (sin ánimo de exhaustividad) las principales configuraciones que la divinidad o la realidad absoluta adquiere en las distintas formas de religión[20]. Estas son, en líneas generales:

                        a) Para la religiosidad primitiva, el ser supremo aparece como "padre del cielo" -a veces, en pueblos agríco­las, como "madre tierra"- y guardián del orden moral, por encima de toda representación y que solo interviene en momentos especial­mente decisivos (por ejemplo, ritos de iniciación). Existe tal conciencia de la lejanía del ser supremo que el culto cotidiano se dirige a dioses y espíri­tus menores y más próximos. Del ser supremo no aparecen representaciones figurativas, a veces su misma existencia se considera un secreto guardado celosamente por la clase sacerdotal (ejemplo: el dios supremo Io entre los maoríes de Nueva Zelanda, que durante mucho tiempo resultó descono­cido incluso para los antropólogos)[21].
                        b) Para el politeísmo, "la divinidad se dice de muchas maneras", ya que es imposible que una única representación agote su riqueza.
                        c) Para el monismo religioso, en que la realidad suprema (Brahmán) se identifica en último término con el propio sujeto religioso (atmán), el Absoluto es el trans­fondo invisible que sostiene el mundo visible; en expresión de Martín Velasco: "el transfondo invisible e innombrable que se esconde tras las apariencias empíricas"[22].
                        d) En el monoteísmo se afirman a la vez la unidad de Dios, su trascendencia respecto del mundo y su carácter personal.
                        e) Para el budismo, la realidad absoluta se entiende como un estado de plenitud (nirvana), caracterizado negati­vamente para mostrar su radical separación de la existencia natural (samsara).

            Ahora bien, ¿qué es lo que tienen en común todas las represen­taciones del Misterio -independientemente de que sea concebido como un Dios personal, como poder impersonal o como la unidad total que subyace a la variedad- en todas las religio­nes?

            3.2. Lo totalmente otro.

            En primer lugar, el Misterio es (utilizando una expresión procedente de los Upanishads) "lo totalmente otro", es decir, lo que es absolutamente diferente de todo lo conocido; y resulta por tanto irreducible a cualquier experiencia, incognoscible y hasta innombrable.

                        Citando a Otto:
"Lo santo" (Das Heilige), de R. Otto

                        "El misterio religioso es... lo heterogéneo en abso­lu­to, lo extraño y chocante, lo que se sale resueltamente del círculo de lo consuetudinario, comprendido, familiar, íntimo, oponiéndose a ello, y por tanto colma el ánimo de intenso asombro"[23].

                        El Tao-te-king comienza así:

                        "Un Tao del que se puede hablar no es el Tao mismo."

            La reacción del hombre ante lo absolutamente heterogéneo es la de estupor, asombro inmenso; el intento de asimilar­lo provoca la asignación de una figura concreta (dioses, demonios, espíritus, fenómenos naturales, animales fabulo­sos...). Pero, por debajo de esta racionalización, persiste en la tradición religiosa la aspiración hacia lo totalmente otro. Expre­siones de este hecho son las teologías negativas, el rechazo a hacer imágenes o pronunciar el nombre de Dios, el propio silencio sobre Dios en el budismo, etc.

            3.3. "Misterio tremendo y fascinante" (R. Otto).

            Para el sujeto religioso, el Misterio aparece como capaz de suscitar a la vez sentimientos de terror y de fascinación. Ante el Misterio, el hombre se siente nada, "polvo y ceniza" (Job), de ahí que muchas veces se represente al ser supremo como el que es capaz de reducirle a nada (la figura de Rudra o, posteriormen­te, Shiva en el hinduismo, los textos sobre "la ira de Yahvé" en el Antiguo Testamento -el que busca a Moisés de noche para matarlo, Ex 4-, la frase de Jesús: "temed al que puede enviar alma y cuerpo al infierno" o la de la carta a los Hebreos: "es terrible caer en las manos del Dios vivo").
            Pero a la vez que este terror (que algunos autores pre­fieren llamar "inmenso respeto"), el Misterio produce en el hombre un sentimiento de fascinación, que es, en primer lugar, un asombro o admiración ante la realidad suprema, y, poste­riormente, una atracción que coincide con la búsqueda de la propia salvación.

            3.4. El Misterio como realidad eminente.

            El Misterio es, además de lo totalmente otro, la realidad eminente, en dos sentidos:

            3.4.1. Plenitud ontológica.

            Es aquello ante lo que el hombre y todas las cosas son (comparativamente) nada: El ser supremo, por encima de cualquier otro ser. Es además lo absoluto: aquello que no depende de ninguna otra realidad, ni conocida ni desconocida.

            3.4.2. Superioridad axiológica.

            Es aquello que vale infinitamente más que cualquier otro valor; es, además, fuente de todos los otros valores, de ahí que sea llamado también el bien supremo[24].

            3.5. Hierofanías.

            Se puede decir que la vida religiosa nace de una parado­ja: Por una parte, el objeto de la religión es un ser infini­tamente distante del hombre; por otra, este ser ha de ser de algún modo accesible al sujeto religioso (ya que de otro modo no habría religión)[25]. De ahí la necesidad que todas las reli­giones tienen de mediaciones o hierofanías.
            Una hierofanía aparece cuando una realidad del mundo cambia su significado natural y adquiere un significado nuevo, relacio­nado con el ámbito de lo sagrado. Como sostiene Mircea Eliade, cualquier realidad puede convertirse en hierofanía[26], es decir, puede servir para que el hombre vea en ella la presen­cia del Misterio.
            Podemos clasificar la inmensa variedad de hierofanías existentes en tres grandes grupos:
            a) Mediaciones naturales, p. ej., el animal totémico, el cielo, la tierra, el río, la montaña, el árbol, el Sol, la Luna, las cosechas, etc. La Naturaleza o el Universo entero es, para el hombre religioso, hierofanía[27]
            b) Mediaciones históricas, p. ej., los hechos tenidos por decisivos en la configuración de una religión (salida de Egipto, crucifixión, Hégira...), textos sagrados, fiestas, rituales, etc. Igual que decíamos antes de la Naturaleza, la Historia en su totalidad puede ser vista como una hierofanía[28].
            c) Mediaciones personales, p. ej., sacerdotes, profetas, fundadores, etc.
Idolatría: confusión de la mediación con lo mediado (Poussin: "El becerro de oro")

           La historia de las religiones puede ser vista como una dialéctica entre dos movimientos de signo contrario en relación con las hierofanías: idolatría e iconoclastia. Podemos llamar idolatría a la tendencia a confundir el Misterio con la mediación en la que se hace presente: es el hecho denunciado por los profetas de Israel[29], que aparece en muchos otros movimientos de reforma religiosa no solo en relación con las imágenes, sino también con los rituales, la clase sacerdotal, los espacios sagrados, las fiestas religiosas, etc. La iconoclastia no es tanto el empeño por suprimir toda hierofanía (lo cual es psicológica e históricamente imposible) cuanto la tendencia a sustituir unas hierofanías por otras, que representan una concepción más elevada de la trascendencia[30].




















[1]“Religare”:atar fuertemente. En Lactancio: "Estamos atados fuertemente a Dios, de donde tomó su nombre la religión". Indicios en Lucrecio: "desatar el ánimo de los nudos de la religión".
“Relegere”: releer, volver a leer. En Cicerón: "Los que tratan con diligencia repetidamente, y como releyendo, lo que pertenece al culto de los dioses, han sido llamados religiosos, del verbo relego." Otro significado del verbo es "recoger", "juntar". 
[2]Sobre la relación entre la idea de “sagrado” y el carácter incondicionado de los valores morales, ver entrada sobre Ética y divinidad.
 [3]“El ideal del hombre religioso es que todo lo que hace se desarrolle de forma ritual; dicho en otros términos: sea un sacrificio” (M. Eliade: Tratado de Historia de las Religiones, conclusiones). Eliade describe esta conversión de algo profano en algo sagrado como un “separarse de sí mismo”, un dejar de ser lo que se es para convertirse en otra cosa (Tratado..., I, 5). No resulta difícil relacionar esta separación con el hecho de la muerte, entendida por todas las religiones como la sacralización por excelencia del individuo. 
[4]M. Eliade: Tratado..., I, 6.  
[5]En relación con la mencionada ambivalencia puede aportarse el siguiente dato: La palabra “sagrado” traduce, en las lenguas de raíz indoeuropea, un par de términos diferentes: en iranio, spenta/yaozdata; en alemán antiguo, hails/weih; en latín, sacer/sanctus; en griego, hieros/hagios. Según E. Benveniste, "el estudio de cada uno de los pares atestiguados lleva a suponer, en la prehistoria, una noción bifronte: positiva, 'lo que está cargado de presencia divina', y negativa, 'lo que está vedado al contacto de los hombres'" (citado por M. Eliade: Historia de las ideas y creencias religiosas, Cristiandad). Además, cada término contiene en sí la misma dualidad: sacer significa a la vez maldito y santo; hagios, puro y manchado, etc. 
[6]Citado por M. Eliade: “Las mitologías de la muerte: Una introducción”, en Ocultismo, brujería y modas culturales, Paidós, 1997. 
[7]M. Eliade: Lo sagrado y lo profano, Labor, 1967, cap. IV. Aparte los citados por Eliade, he aquí otros ejemplos de rituales de muerte y resurrección: 
-Entre los yuin del sudeste de Australia un individuo con los brazos cruzados y sosteniendo una planta sagrada es colo­cado en un a modo de sepulcro hecho de hojas, hierbas y palos. Junto a él se colocan los novicios, que presencian cómo el "muerto" resucita agitando la planta sagrada y escupiendo pedazos de piedra que se supone ha recibido del Dios supremo, Daramulum.
-Otra tribu australiana, los kurnai, fingen durante los días de la iniciación un "sueño mágico" durante el cual sus madres y hermanas han de llevar luto por ellos.
-Algunas tribus de Nueva Guinea (yabim, bukaua, kai y tami) conciben la iniciación como “un proceso de deglución y regurgitación por un monstruo mítico”, para lo cual “construyen una choza de treinta o más metros de larga... y la modelan dándole la forma de un monstruo mítico” (Frazer).
-En tribus indias de Norteamérica (omaha, sioux, winneba­gos, etc.) un individuo finge matar al novicio, mientras que otro lo resucita.
-En los "misterios" del culto a Dionisos en la antigua Grecia, los novicios se untaban la cara con yeso para así asemejarse a fantasmas o cadáveres. En otros pueblos primitivos se frotan el rostro con polvo o ceniza.
-Otros rituales, también presentes en el culto a Dionisos y en las iniciaciones chamánicas, se refieren al "paso por el fuego" o al descuartizamiento (pequeñas mutilaciones: un diente, la falange de un dedo, un trozo de oreja o nariz, circuncisión, etc.).
-En el cristianismo, la ceremonia bautismal en su forma originaria (inmersión) conserva de manera evidente el simbo­lismo de muerte y sepultura. El simbolismo de la muerte como "estar cubierto por el agua" aparece también en el mito del diluvio: fin de la creación vieja, inicio de una nueva creación. San Pablo es bastante explícito al respecto: "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados en la muerte por el bautismo, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muer­tos..., así también nosotros vivamos una vida nueva." (Rom 6,3s). La simbología bautismal incluye también la lucha contra el “monstruo primordial” que habita en las profundidades del mar (Tiamat, Leviatán, etc.): El bautizado desciende hasta la guarida del monstruo, lo vence o es devorado de él y sale enteramente renacido.
Más ejemplos en J. G. Frazer: La rama dorada, cap. LXVII, 4 (pp. 775-785) y E. O. James: Introducción a la Historia Comparada de las Religiones,  cap. III. 
[8]M. Eliade, o.c., cap. IV. Este simbolismo obstétrico aparece también en Sócrates, en el budismo (el monje abandona a su familia y pasa a ser “hijo de Buda”) y en el cristianismo (San Pablo llama “hijos en la fe” a sus discípulos). 
[9]Un texto del teólogo hindú Aurobindo expresa esta idea del yoga como ruptura de nivel o paso de lo profano a lo sagrado: "Todo yoga es por naturaleza un nuevo naci­miento. Es el nacimien­to desde la vida ordinaria, inte­lectualizada, material del hombre a una más alta concien­cia espiritual y a un ser más grande y más divino" (Auro­bindo: El yoga integral; citado por Martín Velasco). 
[10]J. Martín Velasco: Introducción a la fenomenología de la religión, pp. 144-45. 
[11]Este rasgo puede ser discutido en el caso del budismo, en el que la "iluminación" no procede de ningún agente sobrenatural, sino que más bien es una forma de autoconocimiento. 
[12]En el budismo hinayana y otras tradiciones en que el Absoluto no se concibe en términos personales, la oración toma la forma de meditación (identificación con el principio supremo o Dharma, aspiración al Nirvana). En el budismo mahayana la oración, en sentido estricto, se dirige a figuras divinas, entre ellas el propio Buda. 
[13]E. O. James: Introducción a la historia comparada de las religiones, Cristiandad, p. 275. 
[14]E. O. James: O.c., pp. 236-37. 
[15]Una forma especial y muy extendida de ofrenda de dones es el “sacrificio de las primicias”, consistente en ceder a la divinidad los primeros productos (ganado, cosecha, etc.) destinados al consumo de los hombres. Como señala Brelich, “este acto ritual se fundamenta sobre la convicción inconsciente de que todo aquello que en el mundo rodea al hombre es esencialmente no humano, es decir, pertenece a seres no humanos”, por lo que al consumirlo el hombre no puede evitar la sensación de “sacrilegio”; para escapar a este peligro “deja de ser él quien empieza la consumición y ofrece (restituye) el primer bocado o la ‘primicia’ al verdadero propietario no humano” (A. Brelich: “Prolegómenos a la historia de las religiones”, en H.-Ch. Puech y otros: Historia de las religiones, Siglo XXI, vol. I). Una forma particularmente dramática de la ofrenda primicial es el sacrificio del primogénito, trasfondo de la historia bíblica de Abraham. 
[16]Aunque no se trata, en sentido estricto, de "sacrificio", la idea de castigo vicario aparece en costumbres de pueblos tan alejados culturalmente como los antiguos hebreos (en la fiesta del Yom Kippur, el sumo sacerdote carga a un chivo con los pecados de todo el pueblo y después es abandonado en el desierto) y los iroqueses (los pecados de todos son transferi­dos a dos perros blancos, que son ahorcados y después quema­dos). 
[17]Ver cap. I, 2.6. Añadiremos aquí el dato que sustenta la teoría de W. Robertson Smith, en la que Freud encuentra la confirmación de su reconstrucción de los orígenes de la moral y la religión. Se trata del testimonio de un monje del siglo IV, San Nilo, que describe el sacrificio de un camello a la estrella de la mañana por un grupo de beduinos: despedazado y devorado crudo en el corto espacio de tiempo en que tal astro es visible en el firmamento. La investigación posterior ha disminuido considerablemente el valor del documento al descubrir que no se trata de un testimonio de primera mano, sino reelaborado por un autor desconocido que hace uso de los clichés literarios más frecuentes de las novelas helenísticas (cf. M. Eliade: “Las modas culturales y la historia de las religiones”, en Ocultismo, brujería y modas culturales). 
[18]He aquí algunos ejemplos:
-Amós rechaza la institución divina del sacrificio, negando que éstos existieran cuando se selló la alianza entre Dios e Israel: "¿Me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en el desierto en cuarenta años, oh casa de Israel?" (Am 5,25).
-Lo mismo dice, unos siglos más tarde, Jeremías: "Porque no hablé yo con vuestros padres, ni les mandé nada acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto. Pero esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo." (Jer 7,22s).
-Oseas niega que Dios se satisfaga con los sacrificios: "Misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6,6).
-Isaías llega incluso a condenar los sacrificios realiza­dos en el Templo: "¿Para qué me sirve -dice el Señor- la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaus­tos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos." (Is 1,11). 
[19]En el sentido más amplio: lo que se opone a lo profano, cotidiano o “natural”. 
[20]Para un estudio más profundo del tema, cf. Martín Velasco, J.: o.c., cap. III (pp. 205-294). 
[21]Ver aquí, 2.8 (especialmente nota). 
[22]O.c., p. 246. 
[23]R. Otto: Lo santo, p. 40. 
[24]Es irrelevante la cuestión de si el  primitivo, o el creyente del pueblo, son conscientes de las implicaciones metafísicas de su comportamiento religioso. Lo decisivo es descubrir el sentido del acto religioso, incluso aunque este sentido sea captado muy oscuramente –o no sea captado en absoluto- por el creyente. 
[25]A. Vergote define la experiencia religiosa como “la captación, en lo que es humano y terrestre, del impacto de lo Totalmente Otro” (Psicología religiosa, p. 66). Se trata de una definición que, aunque no está tomada en su literalidad de Otto, recoge la caracterización que da este autor del sentimiento religioso primitivo como asombro, extrañeza, terror, etc. despertado por las realidades sensibles que apuntan hacia el Misterio tremendo. 
[26]“Lo cierto es que todo lo que el hombre ha manejado, sentido, encontrado o amado pudo convertirse en hierofanía. Sabemos, por ejemplo, que, en conjunto, los gestos, las danzas, los juegos infantiles, los juguetes, etc., tienen un origen religioso: fueron en otro tiempo juegos u objetos cultuales. Sabemos asimismo que los instrumentos de música, la arquitectura, los medios de transporte (animales, carros, barcas, etc.) empezaron por ser objetos o actividades sagradas. Cabe pensar que no existe ningún animal ni planta importante que no haya participado de la sacralidad en el curso de la historia. Sabemos también que todos los oficios, las artes, industrias y técnicas tienen un origen sagrado o han tenido, en el curso del tiempo, valores cultuales. Podrían añadirse a esa lista los gestos cotidianos (levantarse, andar, correr), los distintos trabajos (caza, pesca, agricultura), todos los actos fisiológicos (alimentación, vida sexual, etc.), probablemente también los vocablos esenciales del idioma, etc.” (Tratado de Historia de las Religiones, I, 4). 
[27]“No hay que olvidar que, para el hombre religioso, lo ‘sobrenatural’ está indisolublemente negado a lo ‘natural’, que la Naturaleza expresa siempre algo que la trasciende... Así no puede hablarse de ‘naturalismo’ o de ‘religión natural’ en el sentido dado a estas palabras en el siglo XIX, pues es la ‘sobrenaturaleza’ la que se deja aprehender por el hombre religioso a través de los aspectos ‘naturales’ del mundo” (M. Eliade: Lo sagrado y lo profano, cap. III). 
[28]La relación entre “tiempo histórico” y “tiempo sagrado” ha sido estudiada por Eliade en su obra El mito del eterno retorno (Alianza, 1972). 
[29]En el Antiguo Testamento confluyen distintos conceptos de idolatría: a) El uso de imágenes religiosas; b) La identificación de la imagen con la divinidad; c) Cualquier adoración a dioses extranjeros. Hay que presuponer que en muchos casos la crítica profética exagera la atribución de un espíritu o fuerza mágica al ídolo (lo que De Brosses y Comte llaman fetichismo) hasta el punto de identificar la representación con lo representado, pero ello no impide reconocer que la prohibición de las imágenes fue (es) una forma efectiva de destacar la trascendencia de Dios. 
[30]Por ejemplo, se rechaza la Imagen para valorar la Palabra: no salimos ni podemos salir del campo de lo sensible, condicionado y contingente, pero nos sentimos más cerca de un Dios que es Espíritu Invisible; otros reformadores religiosos rechazarán la Palabra y propondrán el Silencio, incluso mental (la renuncia a todo pensamiento), como único acceso posible a la Realidad Absoluta.


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