La línea argumentativa que voy a seguir en esta entrada es
la siguiente: En primer lugar, una caracterización global de la existencia
humana (y de la experiencia religiosa en particular) como "autotrascendencia"
y "proyección". Posteriormente, un retroceso a las condiciones que
hacen posible el hecho religioso: ciertos principios o disposiciones a priori,
que existen en el espíritu antes de cualquier experiencia; entre ellos
seleccionamos uno: la conciencia de la infinitud. Finalmente, examinamos de
qué forma esta conciencia a priori del infinito nos ayuda a entender la propia
experiencia religiosa y cómo podemos encontrar indicios de ella en la historia
de las religiones.
1. El hombre como proyecto.
Karl Popper (1902-1994) |
En este sentido puede decirse que la existencia humana es
autotrascendencia.
Este hecho de la trascendencia nace por tanto de la propia
indeterminación ontológica del hombre. Está conectado también con el hecho que
Zubiri llama religación: al realizarme como persona me encuentro
"religado" con la realidad como tal: vinculado, pero no confundido
con ella: "relativamente suelto" frente a la realidad que, por un
lado, me "domina" o fundamenta y, por otro, me ofrece un repertorio
casi infinito de posibilidades de autorrealización. De aquí la expresión
zubiriana "El hombre es un ser relativamente absoluto", paradoja que
quiere decir que no es una cosa más, sino que es capaz de ponerse frente a
todas las cosas, aunque en último término se sabe fundamentado en la realidad
como tal.[3]
El hombre vive su vida como proyecto: por medio del
conocimiento y el deseo, se lanza al encuentro de la realidad y se sirve de
ella para trascender lo que es en ese momento y construirse una nueva forma de
ser. En este sentido, hay que dar la razón a Feuerbach, pero ampliando su
perspectiva: toda la vida humana (no solo la religión) es proyección.
Ahora bien, esta proyección no es invención de pseudorrealidades, sino condición
de posibilidad del encuentro con la realidad trascendente (exterior a la
conciencia), ya que algo debe haber en el espíritu que permita comprender,
"asimilar" ("hacer semejante") lo que queda fuera.
Hasta ahora, nos estamos moviendo en un plano puramente
descriptivo y apenas hemos rozado la cuestión religiosa.
2. El problema religioso.
La religión surge cuando, en el proceso de autorrealización
humana, nos tropezamos con las que tópicamente se han llamado "las
cuestiones últimas": no me preocupa solo la solución de tareas inmediatas,
sino decidir cuál va a ser mi proyecto vital en conjunto (y quizá no solo mío,
sino de las personas próximas a mí, la sociedad en que vivo, la humanidad...);
ello implica la elaboración de un "mapa" cognoscitivo o "idea
del mundo" en que aparezca mi situación: Trato de entender mi realidad: en
cierto sentido yo soy único, pero en otro sentido hay otros como yo, pertenezco
a una especie; soy hombre, pero ¿qué significa ser hombre?, ¿cuál es el puesto
del hombre en el universo?, ¿por qué existen hombres, por qué existo yo y por
qué existe algo en vez de nada?, ¿cuál es el fundamento último de la realidad?,
¿qué relación mantiene con el hombre en general y conmigo en particular?
Podemos afirmar, por tanto, que el problema religioso no es
algo que se superpone artificialmente a la existencia humana, sino una
dimensión de esta que surge en el momento en que es vivida con un mínimo de
profundidad[4].
Xavier Zubiri (1898-1983) |
X. Zubiri: Naturaleza, Historia,
Dios, "Introducción al problema de Dios".
3. Esencia de la religión.
La religión aparece así como una disposición específicamente
humana, es una forma de autotrascendencia que, a diferencia de los otros modos
de autotrascendenderse en que consiste la existencia humana, remite al
fundamento último de todo lo existente. Tal fundamento último no puede aparecer
como uno más entre los objetos del mundo, sino como lo que queda "más
allá"[5] de estos: podemos hablar aquí, con Max Scheler, de una "trascendencia
de segundo orden".
Creo que la mejor forma de avanzar en la solución del
problema es planteándolo desde el interior de la experiencia religiosa como
respuesta (no la única posible) al problema religioso. El sujeto religioso vive
su experiencia como encuentro con una "entidad" real, incluso la más
real de todas las entidades en cuanto es el fundamento de todas ellas[6].
Independientemente de cómo consideremos o llamemos al
fundamento último, se plantea la cuestión de la posibilidad del encuentro entre
el hombre y el absoluto. ¿Cómo se establece este encuentro? Hay dos posibles
respuestas: 1) El hombre, tratando de vivir a fondo su propia existencia,
descubre finalmente el fundamento último de esta o al menos indicios de su
presencia; 2) El hombre solo puede conocer a Dios si este se da a conocer, esto
es, si se revela[7].
No se trata de proposiciones incompatibles, ya que es
posible que el encuentro surja finalmente como la confluencia de ambos
movimientos. De hecho, ¿de qué serviría buscar a Dios si Dios se hubiera
empeñado en ocultarse? O al revés, ¿de qué serviría una revelación de Dios si aquel
a quien va dirigida no tiene el más mínimo interés por lo que esta revelación
pueda decirle?
Empieza a aparecer aquí una idea interesante, que se irá
desarrollando a lo largo de esta reflexión: La revelación solo es posible si
hay en el hombre una disposición para recibirla y reconocerla.
4. “No me buscarías si no me hubieras encontrado.”
El conocimiento de Dios, y en cierto modo todo conocimiento,
es un proceso circular: solo se encuentra aquello que se busca, y solo se busca
aquello que, en alguna forma, ya sabemos lo que es[8] (que, por tanto, ya hemos encontrado). Podemos, si preferimos evitar la
paradoja, llamar al punto de partida "preconocimiento" y al punto de
llegada conocimiento en sentido estricto (o "conocimiento oscuro" y
"conocimiento claro", respectivamente).
De lo que se trata es de defender una idea del conocimiento,
de inspiración platónica, que es muy diferente de la noción empirista de la
"tabula rasa" o de la mente como pura pasividad: el conocimiento no
empieza con la experiencia, sino con las sondas o preguntas que la mente lanza
a la realidad y en las que, de alguna forma, ya están prefiguradas las
respuestas (al menos, el ámbito de las posibles respuestas)[9].
En lo que se refiere al problema religioso, vale el mismo
criterio general: toda búsqueda debe partir de una precomprensión de lo
buscado. Lo buscado es la Realidad Absoluta, que si se entiende en términos
personales puede llamarse "Dios". ¿Cuál es el punto de partida para
esta búsqueda? Evidentemente, no es ninguno de los conocimientos obtenidos de
la experiencia, o al menos estos conocimientos no bastan por sí solos[10].
Algo debe de haber en el ser humano, antes de cualquier
experiencia, que le haga posible emprender la búsqueda del ser absoluto.
Rudolf Otto habla de una "disposición a priori":
"Toda religión que pretenda ser algo más que una fe en la tradición y en la autoridad; toda religión que -como le ocurre sobre todo al cristianismo- quiera apoyarse sobre la convicción, sobre un estado íntimo y personal de persuasión, es decir, sobre el reconocimiento íntimo de su verdad, tiene que suponer en el alma principios conforme a los cuales pueda ser reconocida sustantivamente como verdadera. Ahora bien, esos principios tienen que ser necesariamente principios a priori, que no puede darnos ninguna 'historia', ninguna experiencia. En verdad es edificante oír decir que esos principios son grabados en el corazón por el buril del 'espíritu santo' en el transcurso de la 'historia'. Pues quien eso afirma, ¿cómo sabe que ha sido el Espíritu Santo quien los escribió en el corazón con su buril y no un espíritu embustero o la fantasía popular? Adjudícase, pues, a sí mismo la facultad de distinguir el trazo gráfico de este buril, la capacidad de diferenciar la escritura del espíritu de otras escrituras, es decir, que independientemente de la historia tiene ya una idea a priori de lo que es el espíritu."[11]
Otto identifica lo numinoso como disposición a priori |
Antes de nada, aclararé por qué el ser absoluto debe ser
entendido como infinito. "Absoluto" significa totalmente
independiente de cualquier otra realidad. Si el ser absoluto fuera limitado,
dependería de otra realidad para existir (precisamente esa que le limita). Por
eso mismo no puede haber más que un ser absoluto (de haber dos o más serían
mutuamente dependientes). La idea de infinito, como señaló Descartes,
corresponde propiamente al fundamento último de la realidad, que en las
religiones monoteístas es llamado "Dios". Por eso es legítimo mostrar
la idea de infinito como huella de la presencia divina.
Ello no significa que el objeto de la religión aparezca,
desde el principio, como infinito; de hecho, la comprensión de Dios como el
ser infinito es un dato tardío en la historia de las religiones. Dejo para más
adelante la discusión de este dato, y ahora me limito a señalar que, aunque
lleguemos por separado a las ideas de "ser supremo" y "ser
infinito", al final confluyen ambas en la misma realidad absoluta.
5. Lo infinito como intuición a priori.
Ahora bien, ¿poseemos realmente la idea de infinito?,
¿comprendemos realmente la infinitud? ¿No se tratará meramente de una idea
negativa, la negación de lo que propiamente comprendemos y conocemos (el límite
o la finitud)? La misma forma lingüística (infinito = no finito) parece apoyar
tal posibilidad. Sin embargo, Descartes (y otros después de él) ha mostrado
convincentemente que la infinitud no solo no es una idea negativa, sino que de
hecho es la condición de posibilidad para que podamos tener otras ideas
distintas (de cosas finitas). Recordaré ahora algunas de las razones, expuestas
por diferentes filósofos, que llevan a concluir la existencia de lo que podemos
llamar una conciencia a priori de la infinitud:
Experimento mental sobre un pedazo de cera (R. Osborne y R. Edney: Filosofía para principiantes, Era Naciente, 1991) |
1) En primer lugar, podemos repetir el "experimento
mental" que Descartes lleva a cabo al final de la segunda de sus Meditaciones
metafísicas: imaginemos un pedazo de cera en dos momentos distintos, antes
y después de acercarlo al fuego. Todo el mundo sostiene que se trata del mismo
pedazo de cera. Ahora bien, ¿en qué se basa esta identidad?, ¿qué es lo que
permanece en los dos momentos? Nada de lo que conozco por medio de los sentidos
(el tamaño, figura, color, olor, solidez, temperatura, etc. varían), sino la
idea misma de lo que es un pedazo de cera: "algo extenso, flexible y
mudable". Llegado a este punto se pregunta Descartes de dónde procede la
idea de flexibilidad y mutabilidad (capacidad de adoptar infinitas
formas). De las tres posibles fuentes (sensación, imaginación y razón) rechaza
las dos primeras y se queda con la última, pero lo verdaderamente interesante
es el argumento que le lleva a hacerlo: la experiencia (término que engloba lo
que Descartes llama "sensación" e "imaginación") no puede
abarcar esta infinidad de posibles formas: puedo imaginar que una figura
cuadrada se transforma en circular, esta en triangular, etc., pero no puedo
imaginar una serie infinita de tales cambios. La razón, es decir, la capacidad
de buscar conocimientos en el interior de nuestra mente sí es capaz de
comprender la infinitud. Es decir: la idea de infinitud no procede de fuera,
sino que el hombre la encuentra en sí mismo[12].
Cera: "algo extenso, flexible y mudable" |
R.
Descartes: Meditaciones metafísicas, II.
2) Otro "experimento mental", ahora realizado por
Kant, nos lleva a idéntica conclusión. ¿Qué se necesita para recibir cualquier
sensación? Si se trata de una sensación externa, la referimos inmediatamente a
dos coordenadas: espacio y tiempo; si es una sensación interna, tan solo al
tiempo. En realidad, esa expresión ("la referimos inmediatamente") es
equívoca, pues da a entender que primero recibimos la sensación y luego la
introducimos en una especie de archivo clasificador. Se trata más bien de que,
si no contáramos con ambas coordenadas (espacio y tiempo), no podríamos recibir
sensación alguna. Kant las llama "formas a priori de la
sensibilidad", y son esencialmente infinitas[14].
I. Kant (1724-1804) |
"El tiempo no es un concepto
empírico extraído de alguna experiencia. En efecto, tanto la coexistencia como
la sucesión no serían siquiera percibidas si la representación del tiempo no
les sirviera de base a priori. Solo presuponiéndolo puede uno
representarse que algo existe al mismo tiempo (simultáneamente) o en tiempos
diferentes (sucesivamente)... La infinitud del tiempo quiere decir simplemente
que cada magnitud temporal determinada solo es posible introduciendo
limitaciones en un tiempo único que sirve de base. La originaria representación
'tiempo' debe estar, pues, dada como ilimitada."
I. Kant: Crítica de
la razón pura, Estética trascendental.
En este punto, Kant está de acuerdo con Descartes: toda
representación finita supone la conciencia previa de lo infinito.[15]
3) Lo mismo que decimos del espacio y del tiempo lo podemos
afirmar de la serie numérica, pensada como esencialmente infinita (la idea de
"el mayor de los números" es absurda, pues, por grande que sea
cualquier número, siempre podrá sumársele una unidad). ¿No es necesario, para conocer
cualquiera de los miembros de la serie, tener primero una idea de la serie como
tal? Solo podemos conocer el 2 o el 3 si los conocemos como números, y
entender lo que es un número requiere entender la infinitud.[16]
4) Hegel, por su parte, muestra la prioridad conceptual
(y real: ser y concepto coinciden en la filosofía hegeliana) de la infinitud
sobre la finitud: algo es finito en la medida en que se define como limitado
por lo otro (lo diferente de sí). En su misma esencia o definición, A contiene no-A;
lo finito no puede ser lógica ni ontológicamente primero (ya que aparece
como referido a lo distinto de sí: A es lo que no es no-A). De ahí que lo
finito solo aparece como una diferenciación en el seno de lo infinito.
Figuras: "limitaciones del espacio infinito" |
"Las negaciones (que son, sin
embargo, los únicos predicados mediante los cuales todo lo demás puede
distinguirse del ser realísimo) no son más que limitaciones de una realidad
mayor y, en último término, de la realidad suprema. Consiguientemente, todas
las negaciones la presuponen y son simples derivaciones de ella en lo que a su
contenido se refiere. Toda la multiplicidad de las cosas es solo un modo
igualmente diverso de limitar el concepto de la realidad suprema, que
constituye su sustrato común, como todas las figuras solo son posibles en
cuanto modos de limitar el espacio infinito."
I. Kant: Crítica de la razón pura,
Dialéctica trascendental ("El ideal de la razón pura").
6) Volvemos a Descartes: En el mismo momento en que me
conozco como ser pensante, me conozco como ser finito. Los mismos actos
mentales que me resultan inmediatamente evidentes y con los que se inicia la
filosofía cartesiana: la duda, la conciencia del error, el deseo... revelan la
distancia entre mi realidad y el ideal al que, como ser racional, aspiro. Conocerme
a mí mismo es conocerme como finito y, de alguna forma, conocer lo infinito,
ya que la intuición primera y básica ("yo pienso") va siempre
acompañada de la conciencia de la infinitud.
"Veo manifiestamente que hay más realidad en la substancia infinita que en la finita y, por ende, que, en cierto modo, tengo antes en mí la noción de lo infinito que la de lo finito: antes la de Dios que la de mí mismo. Pues ¿cómo podría yo saber que dudo y que deseo, es decir, que algo me falta y que no soy perfecto, si no hubiese en mí la idea de un ser más perfecto, por comparación con el cual advierto la imperfección de mi naturaleza?"
El método de Descartes aquí es partir de una evidencia
inmediata (el "yo pienso", es decir, un yo que duda, desea, etc.) y
retroceder después hacia sus condiciones de posibilidad: la conciencia de la
propia imperfección y, por tanto, de la perfección misma, que coincide con la
infinitud (aquello a lo que nada falta).
7) Kant insistió en este mismo aspecto al caracterizar la
idea de Dios como "el ideal de la razón pura": la superación de todo
límite es un ideal al que la razón, por su misma esencia, no puede renunciar
aunque lo sepa inalcanzable. Ideal de perfección que se da tanto en el
conocimiento (siempre finito pero siempre extendiéndose indefinidamente) como
en la tarea moral (cuya última finalidad es la consecución del bien supremo,
imposible en una vida limitada en el tiempo y en la que los imperativos del
deber son en la mayoría de los casos radicalmente contrarios a la búsqueda de
la felicidad).
"El pensamiento de Dios en nosotros depende doblemente de nuestra acción. Primero, porque al actuar encontramos una infinita desproporción en nosotros mismos; después, porque al afirmar la absoluta perfección no logramos jamás igualar nuestra propia afirmación, y así estamos obligados a buscar al respecto el complemento y el comentario de la acción."[18]
8) Un último punto a tener en cuenta: la incapacidad del ser
humano para concebir su propia nihilidad. No se trata solo de que la muerte
como aniquilación absoluta del ser[19] es una idea que es cualquier cosa menos natural (solo se admite después
de que uno se hace violencia[20]), sino que tampoco puedo concebir el principio absoluto de mi propio
ser: los datos sobre el nacimiento, primeros meses, vida intrauterina, etc.
son más creídos que experimentados, aceptados pero no comprendidos. Soy
incapaz de entender una nada que preceda o siga a mi existencia o, lo que es lo
mismo, soy incapaz de pensar mi limitación temporal.
6. Religión: revelación y proyección.
En la idea (a priori) de lo infinito se unen y concuerdan
también la dos explicaciones del hecho religioso: la religión como revelación y
la religión como proyección[21].
a) La religión como revelación.- La religión no sería
posible si el hombre no encontrara dentro de sí el conocimiento del ser
infinito, hecho que puede entenderse como revelación de este mismo ser. (En
Descartes, la idea de infinito es el sello o "marca de fábrica" que
deja el creador de la mente en su obra). ¿Cómo podría llegar el hombre a la
idea de infinitud, si no contara con esta idea desde el principio? No se recibe
de fuera por los sentidos, ni es construida a partir de otras ideas. Forma
parte de la estructura misma del conocimiento humano; se puede entender,
por tanto, que Dios se revela en el modo humano de conocer. Esto no es
una prueba (en sentido estricto) de la realidad de una revelación, sino una
mostración de las condiciones que harían posible tal revelación.
b) La religión como proyección.- Fuerbach señala que
el origen y significado de la idea de Dios es la misma naturaleza humana
pensada sin límites, como consecuencia del deseo de infinitud que reside en el
corazón del hombre. Esto último (el deseo de infinitud) es tomado como un dato,
y Feuerbach se limita a señalar que la existencia de un deseo no prueba la
existencia de su objeto. Sin embargo, la posición de Feuerbach puede ser
objetada:
1) La existencia de un deseo no prueba la existencia de su
objeto, pero sí del conocimiento de su objeto (no puede desearse nada
que no se conozca en absoluto).
2) Feuerbach no explica cómo es posible este conocimiento
del infinito que está en la base de la proyección religiosa. Ya hemos visto que
no basta decir que nace de la operación de suprimir los límites de la
naturaleza humana, ya que este mismo "suprimir los límites", y la
idea misma de límite, están suponiendo la infinitud (recordemos a Hegel: para
entender el límite hay que entender lo que queda más allá del límite, para
entender lo finito hay que entender lo infinito).
3) Hay que señalar, finalmente, que, aunque hay deseos
humanos insatisfechos de hecho, no se sabe de ningún deseo humano que sea
imposible de satisfacer (uno puede tener sed y no tener agua, pero la sed como
tal no tendría sentido si no existiera el agua). Si es cierto que existe un
deseo de infinitud, habría que tomar este dato como la confirmación de que el
objeto de este deseo es al menos posible.
En cualquier caso, podemos seguir en parte a Feuerbach si distinguimos entre "forma" y "contenido" de la proyección. Que el contenido de la idea de Dios son predicados esencialmente humanos, basta una ojeada a la historia de las religiones para comprobarlo: Dios aparece como "padre" (o "madre"), como "sabio", como "protector bondadoso", como "poderoso", etc. El antropomorfismo es esencial al hecho religioso: si renunciamos a toda representación antropomórfica de la divinidad, nos queda una cáscara vacía. Sin embargo, la forma de la idea de Dios sirve para equilibrar y poner en su sitio los contenidos antropomórficos: así, se dice que Dios es el ser absoluto, o supremo, o infinito, características que no encontramos en el hombre, ni siquiera en la humanidad en su conjunto. Dado que estos conceptos se expresan muchas veces en forma negativa (infinito: no finito, independiente: no dependiente, supremo: no hay otro por encima...), existe la tentación de entender que su contenido es también negativo, y por tanto que la única teología válida es la teología negativa: decir de Dios solo lo que no es. Como he mostrado anteriormente, la infinitud no es un concepto meramente negativo, sino el fondo a partir del cual se forman las ideas (positivas) de los entes finitos.
7. Proximidad y lejanía del objeto de la religión.
Ahora bien, precisamente la idea de infinitud, en cuanto que
es a la vez conocida y no comprendida[22], proporciona la base en la que la relación religiosa se hace posible:
puesto que la religión es, a la vez, relación con la más próxima y la más
alejada de todas las realidades.
Por una parte, lo infinito estremece y produce terror:
"El silencio de los espacios infinitos me aterra" (Pascal). El objeto
de la religión ha sido descrito como "misterio tremendo" (Otto),
aquello cuya contemplación "anonada" (aniquila, hace nada) al ser
finito. El Misterio tremendo ha de ser infinito, ya que el sujeto religioso se
siente nada al comprobar la distancia infinita que le separa del Absoluto.
Frente a una realidad finita, uno es algo; frente a lo infinito, uno se vuelve
nada. Por eso, la infinitud del objeto es la contrapartida necesaria del
anonadamiento del sujeto religioso.
Por otro lado, lo infinito es lo peor comprendido pero lo
mejor conocido: aquello de cuya conciencia depende todo el conocimiento finito,
empezando por el conocimiento de mí mismo. "Más íntimo a mí que yo
mismo" (San Agustín): aquello que no puedo dejar de conocer al
experimentar mi propia realidad (Descartes).
8. Lo infinito en la historia de las religiones.
Todo lo anterior sería pura especulación si no pudiera ser
conectado de alguna forma con la experiencia histórica de la humanidad. A
primera vista, podría pensarse que la historia de las religiones parece
desmentir más que confirmar que exista algo así como una conciencia a priori de
lo infinito.
a) Evolucionismo religioso.- La ciencia de la
religión, aplicando los esquemas evolucionistas, ha trabajado durante el siglo
XIX y buena parte del XX con diferentes hipótesis en las que la religión
aparece en sus orígenes como culto a entidades finitas (antepasados muertos,
animales totémicos, fuerzas de la naturaleza, los "númenes primarios"
de Gustavo Bueno...)[23]. Solo la idea de mana (poder impersonal e inconcreto), a
semejanza del ápeiron de Anaximandro, se aproximaba ligeramente a la
idea de "infinito"[24].
b) El pensamiento sobre lo divino en Grecia.- Es
sabido que en la religión y filosofía griegas "perfecto" equivale a
"acabado", "limitado"; lo dice expresamente Aristóteles:
"nada es completo si no tiene fin, y el fin es un límite" (Física,
III, 6, 207a14). Tal vez esta sea la razón última por la que ningún pensador
griego (ni siquiera Jenófanes, Platón o Aristóteles), a pesar de aproximarse
mucho al monoteísmo, lleguen a afirmarlo expresamente: Al no haber una
separación infinita entre Dios y lo que no es Dios (ya que lo divino es
concebido como finito), no es absurdo pensar que lo divino sea poseído en mayor
o menor grado y, por tanto, que haya muchos dioses.
c) Religiosidad oriental.- Quizá la infinitud encaje
con más naturalidad en la religiosidad oriental (ej.: hinduismo), precisamente
por su concepción de la unidad de todo lo existente en la que nada puede quedar
fuera del Uno. Así, a Brahma se le llama "espíritu infinito" y se le
describe "sin límites de tiempo o espacio, exento de disminución o
decaimiento" (Vishnú Purana). Es creador de todos los dioses y los
contiene "como las vacas en un establo".
Dionisio Areopagita: la teología negativa |
En cualquier caso, la conciencia humana del infinito no
parece ser un dato universal. Sin embargo, una profundización en el asunto hace
que este aparezca bajo una luz diferente.
1) En primer lugar, hay que excluir que la intuición a
priori del infinito sea un conocimiento claro y distinto: se trata más bien de
una representación confusa, de la cual -extraña paradoja- nacen
representaciones claras como espacio, tiempo, número, yo, etc.
2) Se puede mostrar además que en las distintas formas de
representarse al ser supremo se contiene implícitamente la infinitud: si lo
supremo estuviera limitado por otro, ya no sería lo supremo, al menos no sería
lo absolutamente supremo. El objeto de cualquier culto explícita o
tendencialmente monoteísta es el ser infinito, aunque la infinitud no aparezca
o aparezca muy al fondo en la práctica religiosa cotidiana.
3) Finalmente, hay que mostrar también que la idea de ser
supremo tiene una extensión prácticamente universal: encontramos indicios de
ella en todas las culturas y religiones, incluso las menos explícitamente
monoteístas.
Primer ejemplo: La religión
primitiva.- Según el esquema evolucionista, la religión fue en un
principio culto a los muertos o a seres naturales, posteriormente invención de
dioses y, tras un período de confusión entre éstos (catenoteísmo), se llega a
la concentración de todos los dioses en un único ser supremo. Lang y Schmidt
mostraron, por el contrario, que en las religiones de los pueblos primitivos
puede descubrirse la presencia de seres supremos, que a veces no son objeto
de culto pero que inspiran un gran sentimiento de respeto (por ejemplo, no
puede pronunciarse su nombre o no deben ser molestados para asuntos menores)[26]. Puede
objetarse que tales seres supremos son siempre (o casi siempre) finitos, pero
no puede negarse que algunos de sus rasgos ("lo ve todo", "está
en todas partes", "vive desde siempre"...) prefiguran la
infinitud. En todo caso, y cualquiera que sea la explicación sobre el origen
de estas creencias (restos de monoteísmo primitivo, contagio de otras
religiones, evolución de concepciones animistas o naturalistas...), el hecho
de su extensión casi universal prueba la existencia de una cierta predisposición
innata a su aceptación.
Segundo ejemplo: El desarrollo
de las religiones politeístas.- En estas la idea monoteísta aparece al
principio o al término de su evolución. O bien los dioses se reúnen, se jerarquizan,
acaban confundiéndose entre sí y tienden a unificarse en un único principio
supremo (Brahmán o Tao entre los orientales, Logos o lo
divino entre los griegos) que trasciende todas las figuras concretas, o
bien una única divinidad suprema, quizá porque se siente muy lejana, va
diferenciándose en una serie de funciones que acaban dando lugar a distintas
divinidades menores[27]. La unidad e infinitud del ser supremo aparece en el politeísmo bien
como transfondo originario, bien como ideal; en ambos casos las figuras
divinas concretas sirven al sujeto religioso como cauces en los que se expresa
el misterio infinito.
En conclusión, una representación oscura de lo infinito
está presente en prácticamente todas las tradiciones religiosas. Este hecho
basta para confirmar históricamente que la intuición a priori del infinito
sirve de base o condición de posibilidad para la experiencia religiosa
universal.
Otras entradas sobre Filosofía de la Religión:
I.- Apuntes mínimos sobre Historia de la Ciencia de la Religión.
II.- La esencia de la Religión.
III.- Necesidad o Contingencia de la Religión.
IV.- Proyección y/o Revelación.
V.- Las formas a priori de la experiencia religiosa.
VI.- Ética y divinidad.
VII.- El problema de la existencia de Dios.
VIII.- El simbolismo en la Religión.
Apéndice: Apuntes mínimos sobre Historia de las Religiones.
J. Ortega y Gasset (1883-1955) |
[2]Siguiendo
con el ejemplo: Si decido salir de la sala, he de tener en cuenta la existencia
de la puerta (objeto físico) que me permite la salida, de las sillas, personas
y demás objetos para no tropezar con ellos; si me quedo, tendré en cuenta los
asientos disponibles (procuraré no tomar uno ya ocupado), la tarima y la mesa
del conferenciante (orientación), los papeles y el bolígrafo para tomar notas,
etc. Mi decisión, además, no se realiza en el vacío, sino contando con otros
seres que toman decisiones y juzgan las mías: por ejemplo, no me pondré a
cantar ópera (cosa que podría hacer si estuviera solo) o, si quiero intervenir,
respetaré el turno de palabra; si me tienta la idea de marcharme, quizá piense
antes de hacerlo en la impresión que voy a causar. Dado que hay diferentes elecciones
posibles, necesito criterios de elección (valores): ¿qué valoro más,
irme o quedarme, atender o pensar en otra cosa, tomar notas o no, etc.? Cuento
también con los propios estados psicológicos: estoy aburrido, interesado, me
duele la cabeza, me acuerdo de tal experiencia, etc. Y finalmente, debo tener
en cuenta también una serie de teorías o creencias acerca del mundo: mi
situación espacial y temporal (si decido irme, necesito saber dónde estoy y
cómo volver a casa), mis conocimientos previos sobre el tema, el significado de
las palabras, los principios lógicos, etc.
[3]En Zubiri, la religación apunta a la dimensión de
ultimidad del ser humano y de la realidad y se identifica, por tanto, con lo
que más adelante llamaré la dimensión religiosa de la existencia: ver texto.
[4]Una
cuestión al margen: ¿Es posible renunciar permanentemente (no
provisionalmente) a la profundidad? ¿Se puede llevar una vida superficial, limitada
a dar respuesta a las necesidades del momento, sin echar de menos otra
dimensión de la existencia? ¿Es imaginable un mundo organizado de tal forma que
nadie se plantee cuestiones que rocen lo religioso? ¿Nos estamos aproximando a
ese mundo (educación meramente técnica, ocio entendido como escapismo
desintelectualizado)? En este caso, la pregunta básica no es ¿cuál es el
futuro de la religión?, sino ¿cuál es el futuro de la humanidad? (ya que se
puede poner en duda que esta forma de vivir sea una existencia verdaderamente
humana).
[5]"Más allá" no alude aquí necesariamente a
un fundamento último separado del mundo, ya que esto excluiría a formas de
religión tan importantes como el budismo o el hinduismo. Puede ser sustituido
por otros términos que, en tanto que meras metáforas espaciales, son tan
adecuados o inadecuados como el primero, p. ej., "detrás",
"encima", "debajo", "en el fondo", etc.
[6]En las teologías de
inspiración platónica u oriental se llama a Dios no-ser en cuanto que está más
allá del ser. Lo mismo puede decirse de la expresión "totalmente
otro": enteramente diferente de todos los seres, por tanto no-ser. Este es
el fundamento de la teología negativa: de Dios solo puede decirse lo que no es,
porque Dios no es como los seres. La teología aristotélico-tomista, por
el contrario, afirma que entre Dios y el resto de los seres se mantiene, a
pesar de la infinita lejanía, una analogía en cuanto que de todos ellos puede
decirse que "son" (Dios "es" en sentido primero y absoluto,
las criaturas "son" en sentido derivado y relativo).
[7]La idea de revelación, en cuanto que manifiesta la intención
de dar a conocer algo, implica un sujeto personal; solo en sentido impropio
puede hablarse de revelación en un ser impersonal.
[8]Si no sabemos lo que buscamos cuando lo buscamos,
¿cómo saber, al encontrarlo, que lo que hemos encontrado es lo que andábamos
buscando? (argumento presente en el diálogo Menón y del que el personaje de Sócrates se sirve para introducir el tema platónico de la reminiscencia).
[9]Utilizando
una metáfora que procede de Leibniz: La mente del hombre no se asemeja tanto a
una tabla de cera a la que la experiencia puede dar cualquier forma cuanto a un
bloque de mármol en que las vetas señalan las formas posibles.
Esta teoría del
conocimiento ha sido confirmada tanto por las Psicologías Evolutiva (teorías de
inspiración piagetiana) o de la Percepción (Gestalt) como por la metodología de
la ciencia experimental: no basta la experiencia, es necesario el experimento
en que el investigador ha de poner las condiciones a las que la experiencia
debe ajustarse.
[10]Tomemos como ejemplo las
cinco vías de Tomás de Aquino, cuyo punto de partida se supone puramente
empírico. "Los seres del mundo son contingentes": ¿cómo puede la
experiencia decirnos que algo es contingente si antes no conocemos
(extraempíricamente) lo que son la contingencia y la necesidad? El mero
"aparecer" y "desaparecer", o "nacer" y
"morir", son hechos empíricos que solo pueden tomarse como expresión
de contingencia una vez que se ha entendido lo que es un ser necesario.
[11]R. Otto: Lo santo,
c. 22.
[12]No entro ahora en las consecuencias que Descartes
saca de este descubrimiento: la idea de infinito como punto de partida para
probar la existencia de un ser infinito, que es además mi creador y que ha
dejado en mi mente su "sello de fábrica". Sí me interesa destacar que
el mismo Descartes nunca dice que la idea de infinito sea totalmente
comprendida, sino que únicamente señala que conocemos lo infinito "de
algún modo".
[13]Las cursivas son mías, no de
Descartes.
[14]Supongamos un límite en
el espacio. ¿Qué puede limitar al espacio, si no es más espacio? (Newton
llamaba al espacio, precisamente por su infinitud y eternidad, "sensorio
de Dios"). Lo mismo si pensamos un principio o un final del tiempo. ¿Qué
podríamos pensar antes de ese principio o después de ese final? Más tiempo.
[15]Otra
cuestión diferente es si un espacio y tiempo infinitos son realmente
posibles: En la Dialéctica trascendental, Kant muestra que tanto la suposición
de que espacio y tiempo son infinitos como la tesis contraria conducen a
contradicción. Basta señalar la imposibilidad de recorrer una serie infinita. En
cuanto al espacio, la teoría de la relatividad rechaza un marco de referencia
absoluto (un espacio infinito, por definición, ha de ser único).
Expongamos este razonamiento de
forma esquemática:
-Si
hay un espacio infinito, solo puede haber uno.
-Un
espacio único e infinito ha de ser el marco de referencia absoluto al cual son
relativos todos los otros marcos de referencia.
-No
hay tal marco de referencia absoluto (indistinción, según el principio de
inercia, de reposo y movimiento uniforme; constancia de la velocidad de la luz,
que relativiza todos los marcos).
-Por
tanto, no hay espacio infinito.
El hecho es que el ser humano cuenta desde el principio
con la idea de infinito; que su aplicación al espacio y al tiempo resulte
errónea no dice nada en contra de la realidad de tal idea, sino -en todo caso-
que desconocemos el objeto al que corresponde.
[17]No hay contradicción entre la dependencia de la
afirmación de Dios respecto del compromiso ético y la dependencia del
compromiso ético respecto de la afirmación de Dios: Quien realiza el compromiso
ético afirma a Dios porque descubre la existencia de Dios como condición de su
propio compromiso, descubrimiento al que no habría llegado si no hubiera tenido
lugar tal compromiso.
[22]Descartes afirma, simultáneamente, que "esta
idea es muy clara y distinta, puesto que contiene en sí todo lo que mi espíritu
concibe clara y distintamente como real y verdadero" (idea de omnitudo
realitatis) y que "es propio de la naturaleza de lo infinito el que
yo, siendo finito, no pueda comprenderlo".
[23]Una descripción somera de
las teorías mencionadas: El animismo sostiene que en los orígenes de la
religión, el objeto de adoración es un espíritu concebido como esencialmente
similar al del sujeto religioso, por ejemplo, el de un antepasado (por tanto,
finito). La religión totémica consiste en la vinculación entre un grupo
social o clan y una especie animal, con la que los miembros del grupo creen
poseer un parentesco sagrado. La teoría naturalista de la religión (ej.:
Max Müller) afirma que la religión comienza
siendo personalización de fuerzas naturales (el sol, el cielo, el viento, la
tormenta, etc.), propiciada por el modo de usar el lenguaje. Finalmente, Gustavo
Bueno sostiene que la religión primaria se establece entre el hombre y ciertos
animales a los que teme y necesita.
Para una información más extensa acerca de estas
teorías, ver aquí.
[25]El
mismo argumento ontológico podría entenderse como una prueba más de la
existencia de una conciencia a priori de la infinitud, ya que su sentido es que
una vez que se entiende la idea del ser supremo (idea que implica infinitud)
es imposible no afirmar su existencia. Que la mente humana se sienta obligada a
aceptar como una evidencia la existencia del ser infinito, solo puede
significar que se halla familiarizada con la infinitud de una forma muy
especial.
Por
el contrario, también encontramos negaciones explícitas de la infinitud
divina, por ejemplo en Orígenes: "En efecto, si el poder divino fuese
ilimitado, necesariamente no podría tener conciencia de sí mismo; lo que por
esencia es sin límites no puede ser asido" (Sobre los principios).
[26]Ver otra entrada, 2.8.
[27]En el catolicismo existe el fenómeno similar de las
"devociones", en que un mismo ser divino o divinizado es invocado con
diferentes nombres que corresponden a diferentes funciones; a veces las
distintas denominaciones entran en conflicto entre sí.
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