La
interpretación simbólica de los fenómenos religiosos, muy especialmente de los
relatos míticos, ha sido desarrollada en el siglo XX por el psicoanálisis y
convertida por Jung en la piedra angular de su concepción psicológica. Ambas
escuelas han insistido en el parentesco entre sueño y mito, parentesco que se
basa precisamente en la utilización de símbolos y en el hecho de que tanto el
que sueña como el que escucha o cuenta un mito no es generalmente consciente
del sentido simbólico que encierra.
Freud
fue conducido al estudio de los mitos a través del simbolismo onírico. Ya en el
primer capítulo de La interpretación de los sueños constata la
existencia de objetos cuya aparición en los sueños habitualmente conlleva un
significado específico: la práctica totalidad se refieren a órganos y funciones
sexuales. Más adelante, en las Lecciones introductorias al psicoanálisis,
dedica una lección completa al tema del simbolismo, añadiendo algunos símbolos
de significado general (“casa” = persona, “agua” = nacimiento, “viaje” =
muerte...) además de aumentar el repertorio de símbolos específicamente
sexuales[1].
La leyenda de Moisés, estudiada por Otto Rank... |
...en su obra sobre el nacimiento de los héroes |
a) Igual que el sueño, el mito consiste
esencialmente en una realización de deseos.
b) Por la misma naturaleza del mito como
producto social, los deseos no deben pertenecer exclusivamente al individuo,
sino ser comunes a todo el grupo o incluso a toda la humanidad.
c) Tal significado esencial del mito
(equivalente al contenido latente de los sueños) es disfrazado y
deformado por razones de conveniencia moral y social, y las sucesivas
variaciones de un mito o leyenda que se producen a lo largo del tiempo tienden
a volver cada vez más irreconocible el núcleo originario.
d) El hecho anterior explica la frecuente
aparición de símbolos (generalmente sexuales) en los relatos míticos y, en
general, en todo tipo de narraciones populares: el símbolo –unido a otros
procedimientos estudiados por el psicoanálisis como el desplazamiento y la
condensación- permite disfrazar el verdadero significado del relato.
La historia de Edipo... |
...paralela a la de Blancanieves |
Según Freud, esta
experiencia universal aparece en las mitologías y productos culturales de todos
los pueblos del mundo. Lo encontramos muy claramente en la leyenda de Edipo (en
que la castración ha sido sustituida simbólicamente por el acto de arrancarse
los ojos), como también en el doble conflicto Urano-Cronos, Cronos-Zeus
(testimonio de que el conflicto persistirá de generación en generación). Los
cuentos infantiles –variaciones reconocibles de relatos míticos[6]-
reproducen simbólicamente el conflicto edípico, hasta el punto de que la mente
inconsciente del niño reconoce fácilmente al padre en las figuras simbólicas de
monstruos, lobos, gigantes, etc. o a la madre bajo el disfraz de madrastras,
brujas, etc. Otras representaciones positivas, como reyes, príncipes,
princesas, etc. corresponden generalmente a la figura paterna de sexo
contrario. Un ejemplo: Comparemos las historias clásicas de Edipo y
Blancanieves.
EDIPO
|
BLANCANIEVES
|
Predicción del oráculo: destronamiento del
padre-rey por el hijo.
|
Predicción del espejo: destronamiento de la
madre-reina por la hija ("la más bella del reino").
|
El rey manda matar a su
hijo.
|
La reina manda matar a
su hija.
|
Pasividad de la madre ante los intentos homicidas
del rey.
|
Pasividad del padre ante los intentos homicidas de
la reina.
|
El criado desobedece la
orden.
|
El criado desobedece la
orden.
|
Edipo, salvado por unos
campesinos.
|
Blancanieves, salvada
por unos enanos.
|
Edipo mata a su padre.
|
Blancanieves mata a la
reina[7].
|
Edipo se casa con su
madre.
|
Blancanieves se casa con el príncipe heredero[8].
|
Edipo se saca los ojos.
|
La reina desea arrancar y comer las vísceras de
Blancanieves.
|
2. Jung: Los arquetipos.
La
escuela de Jung insiste en la relación entre “sueño” y “mito”, pero entiende
esta relación en un sentido completamente diferente a como lo hace el
psicoanálisis freudiano. En primer lugar, para Jung el sueño no es
primordialmente una realización de deseos, sino autorrepresentación del sujeto
producida por la mente inconsciente de este. En consecuencia, los mitos no
pueden ser tampoco fantasías optativas disfrazadas. Además, Jung insiste en un
aspecto que Freud terminó reconociendo a regañadientes, pero al que nunca quiso
dar excesiva importancia: los contenidos innatos de la mente inconsciente, es
decir, que no proceden de la experiencia individual del sujeto (vía
“represión”). Frente a una concepción psicológica empirista, Jung piensa que la
mente no comienza siendo una tabula rasa, sino que viene al mundo dotada
de tendencias (análogas a los instintos de los animales) a generar ciertas
imágenes simbólicas; a estas tendencias –y no a las imágenes como tales, que
pueden variar de un individuo o cultura a otros, aunque siempre responden a un
mismo modelo- Jung las llama arquetipos. Las concreciones más comunes de
los arquetipos son las imágenes religiosas: símbolos de origen colectivo que,
sin embargo, no es raro encontrar en los sueños, también en los sueños de
personas ignorantes de o extrañas al mundo de la religión[9].
Estudio del simbolismo en mitos y sueños |
Dado
que la exposición en profundidad de la teoría psicológica de Jung no entra
dentro de los propósitos de este texto, podemos conformarnos con lo dicho hasta
aquí y pasar a ilustrarlo y completarlo con un ejemplo concreto. Se trata de un
sueño tenido por una niña de diez años y comunicado al propio Jung por su padre
(es el primero de una serie de doce sueños):
“‘El animal malo’, un monstruo parecido a una serpiente con cuatro cuernos, mata y devora a todos los otros animales. Pero Dios viene de los cuatro rincones, de hecho cuatro dioses independientes, y resucita(n) a todos los animales muertos.”[11]
No es
preciso profundizar mucho en el análisis del sueño para descubrir al menos tres
motivos que resultarán familiares a los historiadores de las religiones:
a) La
imagen de la “serpiente cornuda”, encarnación del mal.
b) La
concepción de Dios como cuaternidad.
c) El
papel resucitador de la divinidad, que alcanza también a los animales.
La cuestión es:
¿Podía esta niña de diez años conocer estos símbolos y comprender
conscientemente su significado? Para contestar esta pregunta, debemos recordar
brevemente la aparición histórica de estos tres motivos:
a) La
“serpiente de cuatro cuernos”, variación del tema universal de la serpiente o
dragón, aparece en textos de alquimistas del siglo XVI como símbolo de Mercurio
y antagonista de la Trinidad.
b) El
número 4 como representación de Dios o la Unidad Suprema[12]
–a veces un cuadrado que contiene o está contenido en un círculo- es una idea
recurrente en los textos gnósticos y herméticos, así como en muchas religiones
y filosofías (Empédocles, Platón), pero durante la Edad Media esta
representación fue desplazada progresivamente por el concepto cristiano de la
Trinidad.
c) Dios
como resucitador o restaurador universal: es la idea de apocatástasis o
vuelta final de todas las cosas a un estado inicial de perfección, idea con
raíces bíblicas[13] y
defendida expresamente por Orígenes[14].
Es
evidente que esta niña, cuyo conocimiento de la Biblia y la tradición cristiana
era superficial, no podía tener conciencia del significado de estos símbolos.
El sueño revela, pues, una fuente distinta de la experiencia individual; a esta
otra fuente se le da el nombre de inconsciente colectivo o transpersonal.
3. Repertorio de símbolos.
Llegados
aquí, hagamos un breve recuento (por supuesto no exhaustivo) de algunos de los
símbolos de más frecuente aparición en la historia de las religiones.
El cielo.- Muestra en sí mismo los atributos de altura y lejanía, que simbolizan la
trascendencia[15] (los dioses supremos
vinculados al cielo viven alejados de su creación y no reciben apenas culto).
Otro valor: el cielo como “engendrador” o “fecundador” de la Tierra (su semen
es la lluvia). La ascensión al cielo simboliza el perfeccionamiento espiritual
o la “ruptura de nivel” de lo profano a lo sagrado[16].
El sol.- Principio del bien y la luz (vg., Platón). Tanto su aparición y
desaparición diarias como su ciclo anual representan la lucha de los poderes
cósmicos: Al llegar el solsticio de invierno parece que la noche triunfará
definitivamente sobre el día, pero se recupera (celebración del Sol Invicto,
absorbida por la Navidad). Su ocaso se asimila no a la muerte (como en el caso
de la Luna), sino a la bajada a la región de los muertos, a veces llevando a
los muertos con él. De aquí el tipo “héroe solar” (Orfeo, Mitra, Cristo...), que
rescata a los hombres del poder de la muerte[17].
La luna.- Los ciclos lunares se asimilan al ritmo biológico femenino y por
extensión a la fertilidad de la Gran Madre (la Tierra). Muere (desaparece del
firmamento) y a los tres días renace: modelo de los rituales en que los
iniciados también han de “morir” y “renacer”. “La luna es el primer muerto,
pero también el primer muerto resucitado”[18].
Asociada a animales en que se da también este “aparecer” y “desaparecer”:
caracol (se esconde en su concha), oso (desaparece durante el invierno), rana,
serpiente, etc.
El
agua.-
Símbolo ambivalente: representa a la vez el nacimiento y la muerte/regeneración
de todas las cosas. El Universo surge de las aguas primordiales y renace tras
el diluvio (el mar se asimila a veces al “reino de los muertos”). La inmersión
en agua (bautismo) significa también muerte y renacimiento. Ciertas aguas
proporcionan la inmortalidad (inmersión de Aquiles en las aguas mágicas,
conversación de Jesús con la samaritana: “quien beba del agua que yo le daré no
volverá a tener sed, porque ese agua se hará en él manantial que salte hasta la
vida eterna”). Otros valores asociados al agua son la fecundidad, purificación
(abluciones) y curación (Lourdes y otras fuentes y ríos milagrosos).
La tierra.- Es la Madre Universal, de la cual nacemos y a
la cual volveremos (enterramiento). “Todo lo que sale de la tierra está dotado
de vida y todo lo que a ella vuelve adquiere vida de nuevo”[19].
Sexualidad.- Realiza la comunión con el Universo, ya que
hace que el individuo participe del poder engendrador del Cielo o del poder
vivificante de la Tierra. El falo representa el poder creador (lingam en el
culto a Shiva) o la inmortalidad (príapo en el culto a Dionisos).
Piedras.- Representan la permanencia y la estabilidad, de ahí su utilización
funeraria: “La piedra protegía contra los animales, contra los ladrones, pero
sobre todo contra ‘la muerte’; porque la piedra era incorruptible, y el alma
del muerto había de subsistir, como ella, indefinidamente...”[20]. Las
piedras preciosas, perlas, etc. simbolizan la inmortalidad. Los meteoritos son
un caso especial: por haber caído del cielo, se hallan en el lugar más cercano
a la región sagrada por excelencia (el ejemplo más conocido es la piedra
guardada en el santuario de la Kaaba).
Apolo derrota a Pitón, ejemplo del arquetipo "héroe y dragón" |
Fuego.- Representa
la vida, la resurrección, la inmortalidad, etc, pero también el poder
destructivo y purificador. El psicoanálisis ha destacado además su
significación sexual, unida a la primera. Por su relación con el fuego (sirve
para mantenerlo), el aceite participa de su sentido simbólico; además,
significa fortaleza o elección por la divinidad (“cristo” = ungido, elegido por
Dios).
Sangre.- Según la
mentalidad primitiva, sede de la vida y por tanto símbolo de esta. En los
sacrificios se derrama la sangre para alimentar al dios. En el cristianismo
–como antes en el culto a Dionisos- el vino sustituye a la sangre de la
divinidad, por lo que beber el vino consagrado equivale a participar de la vida
divina.
Luz y oscuridad.-
Simbolismo múltiple, asociado a la vida y la muerte, conocimiento e ignorancia,
bien y mal, lo público y lo secreto, etc. “El díptico ‘luz-oscuridad’ simboliza
al mismo tiempo ‘el día y la noche’ cósmicos, la aparición y desaparición de
una forma cualquiera, la muerte y la resurrección, la creación y la disolución
del cosmos, lo virtual y lo manifestado, etc.”[22]
Huevo.- Simboliza el
nacimiento y la regeneración (los “huevos de Pascua” significan la vida que
vuelve a nacer). Es también el estado anterior a toda forma, a toda
diferenciación: las cosmogonías orientales narran que el Universo nació de un
huevo primordial. Unido al simbolismo del huevo se halla el de las conchas:
aluden a la gestación y al nacimiento, por su carácter acuático, por su
semejanza con los genitales femeninos y por encerrar al ser vivo en su interior[23].
El árbol.- Representa
el poder de regeneración cíclica. Numerosas tradiciones religiosas hablan de un
“árbol de la vida”, cuyo fruto proporciona la inmortalidad. La cruz de Cristo
es el nuevo “arbol de la vida” y, según algunas tradiciones, fue fabricada con
la madera de este árbol. Es frecuente también la concepción del árbol (o de un
árbol singular) como el “eje del mundo”, que comunica el mundo de los vivos con
el cielo y las regiones inferiores[24].
4. Una pequeña aportación personal.
Todo lo dicho hasta el momento se apoya en la
autoridad de nombres propios importantes en la historia del pensamiento: Freud,
Jung, Eliade y otros. Pero ahora me gustaría hacer un pequeño paréntesis y,
antes de reflexionar sobre la función y valor de los símbolos religiosos, dar a
conocer algunos datos obtenidos por mí mismo a partir de mi labor profesional
como docente. Se trata de un ejercicio de clase realizado por alumnos de 1º de
Bachillerato (dieciséis-diecisiete años), que consistía básicamente en intentar
exponer y analizar un sueño propio (el conocimiento que estos alumnos tenían de
las teorías freudiana y jungiana procedía exclusivamente de las clases y había
de ser forzosamente superficial). Aunque este material me sorprendió por su
riqueza (totalmente inesperada para mí, acostumbrado a que los alumnos realicen
rutinariamente sus ejercicios de clase sin más propósito que salir del paso) y me
ha proporcionado ocasión para reflexiones muy diversas, ahora debo ceñirme al
tema del presente texto respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Puede
constatarse la presencia de símbolos religiosos en los sueños de este grupo de
adolescentes?
Intentaré no prejuzgar el sentido de la
respuesta, y me limitaré a exponer e interpretar superficialmente algunos
ejemplos significativos extraídos del material mencionado (aproximadamente la
tercera parte del total tienen algún interés relacionado con el tema) y dejando
al lector que elabore sus propias conclusiones. En cualquier caso, como señala
Jung, la presencia de símbolos religiosos, incluso aunque pudiera probarse que
tales símbolos no proceden de la experiencia consciente sino de las regiones
más profundas de la mente, no demuestra la existencia de Dios o de una realidad
sobrenatural, sino únicamente la existencia de unos arquetipos. No se trata,
por tanto, de apologética encubierta.
Hay que advertir que, aunque vinculados en
sus orígenes al mundo de lo sagrado, ciertos símbolos y experiencias
probablemente no serían entendidos hoy en día por casi nadie como “religiosos”.
Así, sueños cuyo contenido consiste en “pasar una prueba” (examen[25],
prueba física o demostración de autonomía personal[26]).
Más próximos a lo religioso son los sueños en que aparece un simbolismo
relacionado con la muerte, con imágenes tan sugerentes como un barco que
asciende hasta el sol[27],
encontrarse en un vagón de “metro” con un antiguo conocido con el que no puede
uno intercambiar ninguna palabra o ver caminar a un familiar difunto al que se
le llama pero no responde. A caballo entre ambos tipos se halla el siguiente
sueño:
El niño Jesús pisando a la serpiente (Caravaggio) |
“Mi mejor amiga se muere, y está en una cama grande tumbada. Yo estoy sola en la habitación con ella llorando. Se organiza un festival honorífico en memoria de mi amiga muerta. En el festival hay mucha gente, todos desconocidos, pero todos ellos llorando. El ataúd de mi amiga está en el escenario. Varios grupos musicales de mi infancia tocan en el escenario.”
Lo que parece claro al examinar este sueño es
que se trata de la “muerte” de la propia infancia. De hecho, la puesta en
escena (festival) es más propia de un rito de paso (comunión, confirmación o
matrimonio) que de un velatorio. La “cama grande” es una cama normal tal como
le parece a cualquier niña pequeña. La muerta aparece siempre rodeada de
símbolos relativos a la infancia (cama grande, grupos musicales). Y es posible
que el llanto de “la viva” (en realidad, la misma “muerta” pero habiendo ya
superado la infancia) sea un sustituto de la menstruación, aunque esta
hipótesis parece ya un tanto forzada. Sin ser consciente de ello, esta chica se
ha valido del simbolismo de la muerte para representar el paso de una forma de
vida a otra... exactamente igual que hacen todos los pueblos primitivos en sus
rituales de iniciación.
Otro ejemplo en el que la interpretación
religiosa se impone con mayor fuerza (se trata también de una chica):
“Abro la puerta de una casa y entro. Nada más entrar hay una serpiente negra que viene hacia mí. Yo me pongo a gritar y veo que a mi izquierda hay un grupo de gente amontonada, como huyendo también de la serpiente. Yo me uno a ellos. Entre ese grupo de gente hay un chico con el pelo largo al que llamamos Jesucristo. Él intenta tocarme pero yo le digo ‘no vale tocar’ y que ‘el Jesucristo no me da miedo pero la serpiente sí’”.
No resulta difícil una lectura freudiana de
este sueño, apareciendo en él símbolos sexuales tan fácilmente reconocibles
como “abrir la puerta”, “la serpiente negra” y cierto juego infantil en el que,
al parecer, la prohibición de tocar es una de sus reglas básicas. Hay que
aclarar también que el llamado Jesucristo es el novio de una amiga al
que llamaban de esa manera por razones de semejanza física y por tener una
camiseta en la que aparecía la imagen de Jesucristo con las palabras “se
busca”. Sin embargo, uno puede pensar que el sueño se ha valido de este detalle
trivial para representar un contenido mucho más importante: la lucha entre “la
serpiente” y “Jesucristo”; motivo bíblico que a su vez reproduce un tema
mitológico universal: la lucha entre el héroe y el dragón. Si nos tomamos en
serio esta posibilidad, lo que el sueño representa es a una muchacha teniendo
que elegir entre ser “mordida” por la serpiente (el mal) o “tocada” por
Jesucristo (el bien).
En otros sueños encontramos alusiones
simbólicas al embarazo[28],
pero el sentido religioso de estas no está claro. He descubierto también
algunos temas mitológicos conocidos (el talón de Aquiles[29], el
juicio de Paris[30]), pero el conocimiento de
estos temas se halla hoy en día al alcance de cualquiera y su presencia en el
sueño puede ser resultado de una lectura, una clase o un programa de televisión[31].
Hay, en fin, otro sueño cuyo contenido es evidentemente religioso, pero que, aparte
de esto, resulta difícil de explicar o interpretar (con más razón en cuanto que
se trata de un sueño que, según dice la sujeto, tuvo varias veces en su
infancia):
“Soñaba que se me aparecía una mujer vestida como una Virgen, con una túnica y un manto que le cubre la cabeza. La mujer solo aparece de cintura para arriba y detrás de ella hay una luz que la ilumina. La mujer no me decía nada, pero yo sabía que venía para llevarme con ella.”
Para finalizar, otro sueño de tipo
iniciático, en esta ocasión protagonizado por un chico:
Viaje en tren por un laberinto de túneles con destino desconocido |
“Me encuentro con mi grupo de amigos porque habíamos quedado aquella tarde para hacer algo. Pero pasado un rato me doy cuenta de que he de volver a mi casa para coger algo que se me había olvidado. Aviso de mi problema a un amigo (que tiene móvil) y me dice que me esperan en aquel sitio donde habíamos quedado. Entonces me vuelvo andando a mi casa por el Pasillo Verde, y me doy cuenta de que no sabía dónde había quedado cuando de repente me encuentro con unos conocidos del instituto. Me paro ante ellos y les explico que no sabía dónde habíamos quedado. Por suerte una chica de este grupo llevaba teléfono móvil y tenía el número del móvil de mi amigo. Llamé por el móvil de la chica a mi amigo y estaba comunicando. En este punto me puse tan nervioso por no encontrarme con mis amigos que se me olvidó lo que había venido a coger y me marché con los conocidos, creyendo que me iban a conducir a donde estaban mis amigos. Nos fuimos a un ‘metro’, y este era tan grande y estaba tan abarrotado de gente que perdí de vista a los conocidos, por lo que me fui a coger la línea 5, línea que más conozco, y busqué la parada de Sol pero no logré encontrarla y lo más raro es que de todas las paradas que había no conocía ninguna. Pasado un tiempo llegó un ‘metro’ y entré en él sin saber adónde conducía.”
Encontramos
aquí el antiquísimo tema del viaje iniciático. Se parte de “la casa” (familia,
seguridad, infancia), que por alguna razón no se está totalmente decidido a
abandonar (y por ello se busca una excusa para regresar). El punto de llegada
no tiene importancia física (de hecho ni siquiera se menciona), sino simbólica:
es la propia madurez. Están también los compañeros de viaje (dos grupos
diferentes), que por una razón u otra desaparecen del escenario y dejan solo al
protagonista. Y está, finalmente, el laberinto: una intrincada red de túneles
donde uno se pierde. La prueba que este chico debe pasar consiste en atravesar
el laberinto (el móvil probablemente represente lo mismo que “el hilo de Ariadna”)[32].
Lo malo es que, tan pronto como entra en el laberinto, se da cuenta de que no
sabe dónde está y acaba tomando el primer tren que pasa (el viaje, y
especialmente el viaje el tren, y con más razón todavía si es a un destino
desconocido, es una clara representación de la muerte). La vida adulta es un
territorio nuevo y desconocido, pero antes de entrar en él hay que “morir” a la
vida anterior, viene a decir el sueño.
5. Función de los símbolos religiosos.
¿Qué función cumplen los símbolos? ¿Es
simplemente la de disfrazar unos contenidos mentales inaceptables para el
sujeto, tal como sospechaba Freud? Es posible que en algún caso sea así, pero
no parece ser esa la función general del símbolo. Y, en todo caso, esta
explicación solo valdría para símbolos producidos por la psique individual,
cuando lo que aquí nos interesa son los símbolos comunes aceptados por la
colectividad.
Más bien se podría pensar de la forma
siguiente: Un símbolo, mientras se conserve como tal –es decir, mientras no se
“traduzca”- puede poseer multitud de significados diferentes. De esta forma, y
frente a la “fragmentación de la realidad” que propone la razón analítica, el
símbolo muestra de forma visible que los diferentes planos de la realidad, a
los que se refiere con sus distintos significados, se hallan interrelacionados[33]. La
razón de su aceptación universal reside en que, de todos estos significados, el
sujeto selecciona en cada momento aquellos que aparecen como más próximos a su
circunstancia concreta[34].
Pero, al mismo tiempo, al entender la propia
circunstancia a partir de un arquetipo o modelo universal, de alguna forma se
sale de ella y la desabsolutiza, observándola desde una perspectiva más amplia.
Aclaremos lo anterior con un ejemplo: Todos
los hombres se saben mortales, pero si la muerte es simplemente un hecho
individual, algo que sucede sin más, si no disponemos de ningún modelo desde el
cual entender por qué morimos y qué es morir, no se puede evitar la sensación
de que toda la existencia no es más que un trozo de tiempo sin sentido ni
finalidad (“una broma pesada”, “un cuento contado por un idiota”, etc.).
Ahora bien, si la muerte individual reproduce
un modelo universal (p. ej., el simbolizado por la Luna, que se esconde durante
tres días y después vuelve a aparecer, o por la vegetación, que “muere” en el
invierno para renacer en primavera, o por el dios que sale fortalecido de las
entrañas del monstruo, o por Jesucristo, muerto y enterrado y resucitado al
tercer día...), ese acontecimiento se vuelve significativo. El individuo sale
de su cápsula y ve su propia e intransferible experiencia de morir como un
fragmento de una historia mucho más importante, que afecta al Universo entero.
Lo que hemos dicho de la muerte se puede
decir de todos y cada uno de los grandes acontecimientos vitales por los que
uno debe pasar y que, considerados solo
desde la propia historia personal, pierden su importancia tan pronto esta se
vuelve trivial, inconsistente y mera facticidad. El nacimiento, la sexualidad,
el trabajo, la vida moral, la creación artística... son siempre entendidos, de
forma simbólica, desde unos modelos o arquetipos sagrados[35]. La
propia vida es importante no por sí misma, sino por participar del gran drama
cósmico.
No existe nada tan eficaz como los símbolos
religiosos para desarrollar este sentido de solidaridad de cada individuo con
la humanidad entera y con el cosmos, perpetuamente amenazado por la tendencia
de cada uno a hacer de sí mismo el centro de todo. Por medio de los símbolos,
se rompen los límites de la propia individualidad y el hombre desarrolla su
autocomprensión como un fragmento del Todo[36] y
entiende el sentido de su existencia a la luz de la totalidad de la que forma
parte.
La secularización de la existencia (y, en
consecuencia, trivialización: lo temporal simplemente ocurre, se agota en su
mera aparición y desaparición, al no presentar vinculación alguna con lo
trascendente) ha provocado en muchos casos que el individuo sea incapaz de
percibir el sentido de su vida y –como Jung y Frankl han señalado- se convierta
en presa fácil de las neurosis. El hombre moderno, agnóstico o indiferente, ya
no tiene modelos eternos que orienten su actitud vital y su conducta. Se niega
a ver más allá de su tiempo y su circunstancia histórica, necesariamente
limitados, contingentes y, aislados de todo referente superior, en definitiva
carentes de sentido. Sin embargo, como un último asidero para no sumergirnos en
el caos absoluto tal vez nos queden todavía nuestros sueños.
Otras entradas sobre Filosofía de la Religión:
I.- Apuntes mínimos sobre Historia de la Ciencia de la Religión.
II.- La esencia de la Religión.
III.- Necesidad o Contingencia de la Religión.
IV.- Proyección y/o Revelación.
V.- Las formas a priori de la experiencia religiosa.
VI.- Ética y divinidad.
VII.- El problema de la existencia de Dios.
VIII.- El simbolismo en la Religión.
Apéndice: Apuntes mínimos sobre Historia de las Religiones.
[1]Entre los que se refieren al aparato genital
masculino podemos citar: 1) El número 3; 2) Objetos alargados, puntiagudos y
penetrantes (bastones, cuchillos...); 3) Prendas de vestir (corbata, sombrero,
gabardina...); 4) Animales (serpientes, pájaros, lagartos, peces...); 5) Armas
de fuego; 6) Objetos por lo que pasa agua o cualquier otro líquido (fuentes,
grifos, mangueras...); 7) Objetos que se alargan y encogen; 8) Objetos que se
elevan en el aire; 9) Otras partes del cuerpo (cabeza, pies, manos)... En
cuanto a los genitales femeninos, pueden estar representados por: 1)
Recipientes, objetos destinados a guardar cosas (cajones, monederos, armarios,
botellas...); 2) Puertas u otros orificios, así como habitaciones; 3) Objetos
de forma redondeada; 4) Moluscos, especialmente conchas bivalvas, y en general
animales acuáticos...; 5) Objetos que contienen fuego o calor (chimenea,
horno...); 6) Paisajes con rocas, bosques y aguas; 7) Órganos corporales como
la boca... Las funciones sexuales también son representadas simbólicamente: la
erección como “volar”, el coito como “montar a caballo”, “subir” o “bailar”
(también como una agresión o atropello), la masturbación como “jugar a las
cartas” o “tocar el piano”, etc.
[2]S. Freud: La interpretación de los sueños,
9.
[3]Ibíd.
[4]Según el psicoanálisis freudiano, este primer
despertar de la sexualidad genital (hacia los 4-6 años) va precedida de dos
organizaciones sexuales previas, la primera bajo el predominio de la boca
(“fase oral”) y la segunda en torno al ano (“fase anal”).
[5]Sobre la génesis del sentido de culpa en el
psicoanálisis, ver esta entrada.
Rea entrega a Crono una piedra envuelta en pañales |
[6]Por ejemplo, el mito de Cronos nos muestra a este
devorando una piedra envuelta en pañales; cuentos infantiles como El lobo y
los cabritos o Caperucita Roja (versión de los hermanos Grimm) narran la
sustitución, en el estómago del lobo, de sus víctimas por piedras.
[7]El final del relato de los hermanos Grimm
sugiere que es Blancanieves (o, en todo caso, su consorte el príncipe, que
–como se ha dicho- sustituye al padre-rey) quien da la
orden de calzar a su madrastra las zapatillas de hierro al rojo vivo, lo que
finalmente ocasiona su muerte: “Al entrar, reconoció a Blancanieves y fue tal
su miedo y sobresalto que se quedó paralizada. Entonces, cogieron con unas
tenazas unas pantuflas de hierro que habían puesto sobre un brasero y que ya
estaban al rojo y las colocaron delante de ella. Tuvo que calzar las candentes
pantuflas y bailar hasta que cayó muerta al suelo.” Todo el que haya visto la
película de Walt Disney advertirá la suavización de contenidos: en este film,
la reina-madrastra-bruja cae accidentalmente por un precipicio.
[8]He aquí un ejemplo claro de sustitución del
padre por el hermano mayor. Este hecho ya había sido observado por Otto Rank
(apéndice a La interpretación de los sueños, de S. Freud), solo que
referido a los sentimientos hostiles: “Así como en la vida anímica individual
suelen volverse hacia el hermano los sentimientos celosos, primitivamente
orientados hacia el padre, hallamos también en las llamadas fábulas
fraternas... la sustitución del padre por el hermano... El hermano mayor
representa para el menor la figura del padre, y un grupo de tradiciones, que
describen sin disfraz ninguno la castración del rival (otras veces solo
indicada simbólicamente), nos permite fijar con toda seguridad la naturaleza
sexual de la rivalidad.”
[9]La creencia en que los sueños pertenecen al
mundo de lo sagrado es fácilmente constatable en los pueblos primitivos y en
los testimonios escritos de la Antigüedad. Ya hemos hablado en otro lugar de
los llamados “sueños místicos”, en que el sujeto cree conversar con muertos o
visitar el país de los muertos, y a partir de los cuales, según Tylor y
Spencer, se desarrollaron las creencias animistas (ver aquí). Los
aborígenes australianos llaman al tiempo en que los dioses no se habían
retirado a las regiones celestes Alcheringa o “tiempo de los sueños”.
Por otra parte, muchos sueños se han interpretado como mensajes de los dioses
que dan a conocer el futuro o confían misiones concretas, de ahí que el arte de
interpretar los sueños se considere un don divino (recuérdese la historia
bíblica de José: Gn 40,8). En la Biblia, el autor llamado “elohista” muestra a Dios hablando en sueños a los hombres (cf. Gn 20,3;
Gn 28,13, etc.). Estas creencias perviven en el Nuevo Testamento (cf. Mt 1,20;
Mt 2,13).
[10]“Fascinado por su misión
–se creía el ‘Gran Clarividente’, cuando no era sino el Último Positivista-,
Freud no podía darse cuenta de que la sexualidad jamás ha sido ‘pura’, de que
en todas partes ha sido siempre una función polivalente, cuya primera valencia,
y acaso la suprema, es la función cosmológica... Con excepción hecha para el
mundo moderno, la sexualidad ha sido siempre y en todas partes una hierofanía,
y el acto sexual, un acto integral (por tanto, también un modo de
conocimiento)” (M. Eliade: Imágenes y símbolos, prólogo).
[11]C. J. Jung y otros: El
hombre y sus símbolos, Caralt, 1976, p. 67. En el mismo volumen, pero en un escrito
independiente, la doctora Von Franz narra una visión que un hechicero sioux
llamado Alce Negro tuvo en estado de coma a los nueve años, sin aludir siquiera
a la posible relación entre ambas experiencias a pesar de que la semejanza
resulta evidente: “Vio cuatro grupos de hermosos caballos que venían de las
cuatro esquinas del mundo y luego, sentados dentro de una nube, vio a los Seis
Abuelos, los espíritus ancestrales de su tribu, los ‘abuelos del mundo entero’.
Le dieron seis símbolos de curación para su pueblo y le mostraron nuevas formas
de vida” (M. L. von Franz: “El proceso de individuación”, en C. G. Jung y
otros: o.c., p. 226).
[12]“El
cuatro simboliza las partes, las cualidades y los aspectos de lo Uno” (C. G.
Jung: Psicología y Religión, Paidós, p. 96). Jung dice haber encontrado
símbolos relativos a la cuaternidad en setenta y uno de cuatrocientos sueños
analizados. En la Biblia dicho simbolismo aparece en la visión de Ezequiel:
“Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto era el
siguiente: tenían forma humana, cada uno cuatro caras y cuatro alas... Bajo sus
alas había unas manos humanas vueltas hacia las cuatro direcciones, lo mismo
que sus caras y sus alas... En cuanto a la forma de sus caras, era una cara de
hombre, y los cuatro tenían cara de león a la derecha, los cuatro tenían cara
de toro a la izquierda, y los cuatro tenían cara de águila” (Ez 1,5-10), y de
nuevo en “los cuatro Vivientes” de Ap 4,6-8, en los que la tradición cristiana
ha simbolizado a los cuatro evangelistas.
[13]Cf.
Mt 17,11; Hech 3,21; I Co 15,22.
[14]En Orígenes, la
apocatástasis implica la conversión de los demonios y condenados y la extinción
del infierno.
[15]“Las regiones superiores
inaccesibles al hombre, las zonas siderales, adquieren el prestigio de lo
trascendente, de la realidad absoluta, de la eternidad. Allí está la morada de
los dioses, allí llegan algunos privilegiados por medio de ritos de ascensión,
allí se elevan, según las concepciones de algunas religiones, las almas de los
muertos” (M. Eliade: Lo sagrado y lo profano, cap. III).
[16]“Aquel que se eleva
subiendo los escalones de un santuario o la escala ritual que conduce al Cielo
deja entonces de ser hombre: de una manera u otra, participa en una condición
sobrenatural” (ibíd.).
[17]Vinculado a las creencias
sobre el Sol y su cortejo de muertos se halla el ritual japonés conocido como
“el visitador” o “los diablos del sol”, en que los mozos del pueblo, con las
caras pintadas para representar a los antepasados, visitan las granjas para
asegurar la fertilidad de la tierra.
[18]M. Eliade: El mito del
eterno retorno, Alianza, 1972, p. 83.
[19]M. Eliade: Tratado...,
VII, 89. En
la misma sección, un poco más adelante: “Toda manifestación biológica se debe a
la fecundidad de la tierra; toda forma nace viva de ella, y vuelve a ella
cuando se agota el trozo de vida que se le había asignado; vuelve a la tierra
para renacer; pero antes de renacer, para descansar, purificarse y
regenerarse.”
[20]M. Eliade: Tratado...,
VI, 74.
[21]En la mitología
babilónica, el dios Marduk lucha contra el monstruo Tiamat –el agua primordial-
y lo mata, formando el mundo a partir de sus dos mitades (Enuma Elish).
“Tiamat” es, por tanto, algo así como la materia prima que necesita ser
configurada, un caos que solo mediante su división y diferenciación puede dar
lugar al Cosmos. La cosmogonía babilónica deja restos en la Biblia, por ejemplo
cuando se dice que “Dios apartó las aguas de por encima del firmamento de las
aguas de por debajo del firmamento” (Gn 1,7), “tú [Yahvé] traspasaste y
destrozaste a Rahab” (Sal 89,11) o que “con su poder hendió la mar, con su destreza
quebró a Rahab” (Job 26,12). Rahab, como Leviatán y Tannin, es la
personificación mítica del mar, equivalente al babilónico Tiamat. Motivos
similares encontramos en las mitologías germánica: los dioses matan al gigante
Ymir, del cual brota la Tierra (carne), las aguas (sangre), el cielo (cabeza),
las montañas (huesos), los árboles (cabellos), etc.; china: al morir el gigante
P’an-Ku, sus ojos se convirtieron en el Sol y la Luna, su grasa en los ríos y
mares y sus cabellos en los árboles y vegetales, e hindú (Purusha).
[22]M. Eliade: Tratado...,
conclusiones.
[23]M. Eliade: “Apuntes sobre
el simbolismo de las conchas”, en Imágenes y símbolos, pp. 137-164.
[24]Por ejemplo, el árbol
Yggdrasill de los germanos, que sostiene la bóveda celeste y cuyas tres raíces
se hunden en el mundo de los muertos, el de los gigantes y el de los hombres, y
a cuyo pie brota la fuente de la vida y la sabiduría.
[25]Una chica sueña lo
siguiente: Está haciendo un examen, calculando el valor de las preguntas y el
tiempo que debe dedicar a cada una, pero cuando está a punto de agotarse el
tiempo se da cuenta de que realmente hay el doble de preguntas de las que creía
al principio.
[26]Otra chica sueña que va
con sus padres por un mercadillo, quiere comprar unas postales y, en vez de
dejar que su padre pague con un billete, paga ella misma con unas monedas
pequeñas.
Cada atardecer el Sol muestra a los muertos el camino del Hades |
[28]Un chico sueña que
desciende por una pendiente montado sobre unos patines y atado con una cuerda a
su primo más pequeño (la cuerda representa, obviamente, el cordón umbilical, y
el descenso el parto), mientras que el sueño de una chica consiste en que va en
un barco en cuyo interior hay un charco con una gamba.
[29]El sueño en cuestión dice
así: “(...) Yo me subo a la litera y oigo voces. Mi intención es bajarme de la
cama, pero antes de hacerlo aparece el perro de mi prima, muy alterado, y me
muerde el tobillo...”. La sujeto del sueño asocia a la idea de “tobillo” lo siguiente:
“Me he torcido el tobillo derecho muchas veces, es la parte más delicada de mi
cuerpo, la más sensible”. La “herida en el tobillo” no solo aparece en el mito
de Aquiles, sino también en la Biblia (Gn 3,15: “tú [la serpiente] le acecharás
el calcañar”), asociada también –como en el sueño- a la idea de vulnerabilidad
o debilidad.
[30]El sujeto sueña estar en
un programa de televisión donde debe elegir a una entre tres chicas. Aunque
parezca increíble, programas de este tipo existen realmente y tienen un público
relativamente numeroso.
[31]La identificación de
motivos procedentes de la experiencia consciente tampoco desmentiría la
realidad del arquetipo, ya que este (que, en principio, consiste únicamente en
una tendencia a formar imágenes de una cierta clase) debe servirse de los
materiales que encuentre, procedan de donde procedan.
[32]La escuela freudiana
interpreta el laberinto como el seno materno al que se desea regresar y el hilo
de Ariadna como el cordón umbilical. Debe tenerse también en cuenta la analogía
entre este tipo de pruebas iniciáticas y el “penetrar en las entrañas del
monstruo” que describen algunos mitos como el de Jonás. Añádase a esto la
evidente alusión a la muerte que un poco más adelante señalamos, y
encontraremos una confirmación más de la identidad, en el mundo de los sueños,
de “muerte” y “nuevo nacimiento”.
[33]Eliade habla así del
simbolismo lunar: “Desde los tiempos más remotos, desde el Neolítico por lo
menos, aparece, en el momento en que se descubre la agricultura, un simbolismo
que vincula entre sí a la luna, las aguas, la lluvia, la fecundidad de la mujer
y la de los animales, la vegetación, el destino del hombre después de la muerte
y las ceremonias de iniciación. El descubrimiento del ritmo lunar hizo posible
esas síntesis mentales que ponen en relación y unifican realidades
heterogéneas...” (Tratado..., IV, 47).
[34]Es por ello que Jung
piensa que el mismo sueño tenido por la misma persona en dos
momentos diferentes, puede tener también significados diferentes para la vida
de esa persona.
[35]Eliade ha insistido, en
distintos lugares de su obra, en que todas las realidades humanas o
“profanas” pueden ser entendidas como “imitaciones” o “participaciones” de
ciertos arquetipos pertenecientes al mundo de lo sagrado, y que en esta vinculación
a lo sagrado lo profano adquiere su verdadero sentido o “realidad”. Un ejemplo
muy claro lo proporcionan los ritos matrimoniales, que reproducen un
modelo divino (la unión del cielo y la tierra, como vemos en el Atharva Veda
o en la Eneida –matrimonio de Dido con Eneas en medio de la tempestad:
el cielo abraza a la tierra, fertilizándola mediante la lluvia-; San Pablo
compara el matrimonio a la unión de Cristo con la Iglesia –Ef 5,25: “Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo
por ella”-, de la misma forma que los profetas Oseas, Jeremías, Isaías, etc.
habían visto el amor de Dios por su pueblo como el amor de un esposo a su
esposa). En la tradición cristiana se ha insistido mucho en el carácter del sufrimiento
como participación de la pasión de Cristo: no insistiré en él por ser un tema
en general conocido, pero sí me interesa anotar que mucho antes encontramos
relatos míticos de dioses que deben sufrir injustamente, que sufren pasión y en
algunos casos llegan a morir, pero finalmente son resucitados (Tammuz, Marduk,
Osiris, Dionisos...). Está claro que el drama de estos seres divinos es el
modelo que da sentido al drama humano. Eliade ha extendido este punto de vista
a otras realidades como el trabajo (resulta sorprendente comprobar cómo
las innovaciones técnicas, por ejemplo la rueda, la barca o la vivienda, son en
su origen imitaciones de modelos divinos), el descanso (el absurdo
teológico de un Dios omnipotente cansado tras haber creado el mundo solo se entiende
en cuanto que proporciona un arquetipo para el descanso humano), la danza (“todas
las danzas han sido sagradas en su origen...; una danza imita siempre un acto
arquetípico o conmemora un momento mítico”), el arte o la administración
de justicia (imitación humana del orden cósmico). En resumen, “podría
decirse que el mundo arcaico ignora las actividades ‘profanas’; toda acción
dotada de un sentido preciso –caza, pesca, agricultura, fuegos, conflictos,
sexualidad, etc.- participa de un modo u otro en lo sagrado” (M. Eliade: El
mito del eterno retorno, p. 34).
[36]“Convergen todas [las funciones del símbolo] hacia
un mismo fin: abolir los límites de ese ‘fragmento’ que es el hombre en el seno
de la sociedad y del cosmos e integrarlo (mediante la transparencia de su
identidad profunda y de su estado social; gracias también a su solidarización
con los ritmos cósmicos) en una unidad más amplia: la sociedad, el universo”
(M. Eliade: Tratado..., XIII, 70).
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