Los mentalmente perezosos
tienden a clasificar la literatura y cine de ficción por géneros: histórico,
terror, policíaco, drama, comedia, aventuras... Para esta gentecilla, El
largo adiós es una novela policíaca: hay una serie de muertes (¿suicidios,
asesinatos?) y un detective, el famoso Philip Marlowe, empeñado en
esclarecerlos.

No es necesario
ser especialmente avispado para caer en la cuenta, apenas leídas unas páginas,
de que lo que menos importa al autor, Raymond Chandler, es revelar al lector
quién cometió esos crímenes. Pues la investigación criminal es solo un pretexto
para hablar de otras cosas, cosas como la amistad y la soledad, la traición y
la lealtad, la dureza y la ternura..., además de, por supuesto, realizar una
crítica social concentrada en píldoras (camareros mal afeitados que, en vez de
servir, "tiran" la comida en sucios locales donde no se permite la
entrada "ni a perros ni a mujeres", delincuentes que ganan muchísima
pasta "para untar a los tipos que hay que untar para ganar muchísima pasta
y untar...", policías corruptos, escritores colgados de la jeringa, ricas
herederas aburridas que saltan de cama en cama hasta que alguien las mata,
héroes de guerra alcohólicos y mezquinos en la vida civil...).